Es sabido que la última contienda a la que hubo de hacer frente la Humanidad no se convirtió en escala mundial, hasta la acometida nipona a la Base Naval de Pearl Harbor (7/XII/1941) y el resultante ingreso en el conflicto bélico de los estadunidenses. Si bien, la guerra que hoy se libra en Ucrania, aun repercutiendo directamente al Viejo Continente y secundariamente a la aldea global, no es todavía un choque mundial. Sin embargo, podría serlo en cuanto detone el pulso hegemónico entre Estados Unidos, hasta el momento la gran superpotencia principal y la República Popular China, como la emergente, que ya le disputa su dominación.
A tenor del contexto geopolítico planetario que se libra, el punto de ignición más presumible es Taiwán, en el que se desencadenaría la fricción que punteará los apremios regionales y locales abiertos en cascada al amparo de una guerra propagada. Para llevarla a cabo, China, no sólo ha de estar atraída por la resolución de sus propias pretensiones, sino también, de que puede derrotar a Estados Unidos y que en Taiwán se decida su posición dominante o predominante en el sistema internacional.
A la vista de lo expuesto inicialmente, cada uno de los imperios o supremacías que lo han sido en su momento, comenzaron a dejar de serlo cuando las potencias adyacentes cuestionaron que el poder hegemónico tuviese la capacidad de desplegarlo. Y mientras tanto, el país soberano de Asia Oriental se aventura en relegar a Estados Unidos del espacio marítimo de Asia, en el que se ha satisfecho como la punta de lanza y responsable de las comunicaciones y fluidez del comercio tanto en el Océano Pacifico como Índico.
Los últimos movimientos de fichas de Pekín han resaltado el Foro de las Islas del Pacífico, abreviado PIF, de una parte y otra, la notoria celeridad de su rearme terrestre, espacial y naval, al tiempo que acrecienta su amenaza sobre Taiwán, a la que presiona de modo ineludible a que se vuelva a unir.
A pesar de los discursos de pacifismo, China, tanto en el pronunciamiento como en sus maquinaciones, muestra cada vez más un talante más belicoso y punzante. Precisamente, sería Mao Zedong (1893-1976) el que encomió lo que distinguió como “estrategia de disuasión ofensiva”. O séase, lograr los propósitos geopolíticos mediante la cooperación y el diálogo en el que se significara sin demasiados ademanes que resistirse adquiriría un alto precio.
Por ende, el primer objetivo de Pekín pasa por la total dominación sobre el Mar de China Oriental, donde compite con el Estado del Japón la soberanía de las Islas Senkaku. Y la segunda, convertir el Mar de China Meridional en un lago interior, para lo que ya ha dispuesto diversas islas artificiales y bases militares en zonas en disputa, sobre todo, la República de Filipinas y la República Socialista de Vietnam. Conjuntamente, la llamada ‘Visión para un Desarrollo Común’, con que el ministro de Asuntos Exteriores evaluó la operación diplomática en torno a las diez islas-estado del PIF, posee como capricho solapado desvalijarlas del influjo occidental.
“La hoja de ruta del país del sol naciente es transcendental en el acontecer de la geopolítica del Este de Asia, rotulando un mañana lleno de incertidumbre por la prevalencia de la variante militarista”
Todo ello, ha desbocado una contraofensiva que persiste en señas diplomáticas y prevención militar, ya sea el ‘Diálogo de Seguridad Cuadrilateral’ entre Estados Unidos, Japón, la República de la India y la Mancomunidad de Australia para avalar un Indo-Pacífico libre, más el Pacto AUKUS o la visita a Taipéi de la presidente de la Cámara de Representantes norteamericana a la que se le tacha de agrietar el statu quo de la región. Pese a la contrariedad imaginada de la Casa Blanca, Nancy Pelosi (1940-82 años) no ha hecho sino acreditar con su aparición la proclama de Joe Biden (1942-80 años) de que preservará, incluso militarmente, a Taiwán.
Ante el previsible escenario de que China quiera hacerse por la fuerza con la isla taiwanesa, su contrincante tradicional en la región, Japón, está por desprenderse del Artículo 9 de su Constitución que le impide declarar la guerra y reduce considerablemente sus capacidades militares. Toda vez, que en Corea del Sur y Japón existe una aceptación que es indispensable moderar las ambiciones expansionistas del gigante asiático.
A la vez, el escepticismo sobrevuela en los Estados Unidos donde crecen los informes e insinuaciones, los más rotundos recomiendan que “Estados Unidos se comporte como si estuviese al borde de una guerra contra la superpotencia rival con armas nucleares”. Para ser más preciso en lo fundamentado, la directora de Inteligencia Nacional indicaba literalmente que “existe una amenaza cierta de que se produzca un ataque chino a Taiwán”. Y como no podía ser de otra manera, a día de hoy se constatan otros puntos caldeados, pero ahora mismo el que alcanza la temperatura más próxima a un desenlace de ignición se halla en la isla de Formosa.
Con estos mimbres, el rehúso histórico del belicismo de la ciudadanía japonesa se alarga en el tiempo y prosigue condicionado por un paisaje geopolítico variable. Tras el lanzamiento de un misil balístico de Corea del Norte, la aceleración del sistema de alarma japonesa ha puesto en riesgo la seguridad del Indo-Pacífico. Un sentimiento extendido de inseguridad ha desbordado a la población nipona, haciendo reaparecer la proposición de modificación constitucional militarista impulsada por el Partido Liberal Democrático (PLD).
Ni que decir tiene, que la cultura pacifista es un matiz inseparable de Japón provisto de reconocimiento constitucional. Durante los últimos años, el pacifismo en este país ha soportado los efectos de un entorno regional e internacional inestables, enfatizándose sustancialmente el apogeo de la fuerza militar china y el sempiterno desenvolvimiento norcoreano, empujado por la magnitud en la progresión de este pensamiento a nivel estatal.
La geopolítica global del siglo XXI aglutina los indicios necesarios para el regreso de tendencias militaristas. El devenir de la política exterior japonesa está acentuado por el militarismo suscitado por el PLD, y primordialmente, por figuras puntuales como Shinzo Abe (1954-2022) o Fumio Kishida (1957-65 años). Con lo cual, aflora un círculo de debate en la órbita política tras la revitalización del poder militar de Japón.
En otras palabas: el abatimiento enraizado tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945), definió el futuro posicionamiento de Japón de cara al recoveco internacional. La indeterminada línea entre víctima y ejecutor se redelineó por la consigna de un paradigma parlamentario, rematado por una Constitución que garantiza la deseada renuncia bélica. A la postre, estos cambios fueron mayoritariamente admitidos por la opinión pública a pesar del carácter inapelable que aparejaban.
La ocupación norteamericana se vio claramente emparejada a la delimitación del nuevo sistema. De ahí, que la etapa de postguerra se considerase crucial en la conformación del Estado japonés actual.
La predeterminación de su política interior estuvo rigurosamente contrastada por la pasividad del pueblo japonés de su derecho soberano al ejercicio del uso de la fuerza como remedio determinativo del conflicto. Subsiguientemente, la chispa de la Guerra Fría (12-III-1947/26-XII-1991) confinó este principio, fruto del establecimiento de las Fuerzas de Autodefensa y en conclusión, convirtiéndose de facto en las Fuerzas Armadas.
El rearme parcial autorizado por Estados Unidos produjo que esta maraña de intereses trascendiese en la bipolarización de la sociedad japonesa, siendo dilucidada en la paradoja entre una juventud reacia a la dominación norteamericana y el resto de las generaciones que todavía se observaban causantes de las derivaciones del expansionismo. En paralelo, la esencia intrínseca del pacifismo se ve proyectado en el protagonismo de diversos elementos preceptivos, aptos para constituir un comportamiento estatal único.
Evidentemente, el pacifismo constitucional es un instrumento preferente en la exposición tanto de la vida social como política, siendo distinguida por una actitud de profundo rehúso hacia el semblante beligerante reproducido por el ejército.
Luego, el reacomodo de la política exterior de Japón confirma a todas luces el menester de una mayor llamada a nivel nacional en el caso de persistir con una reforma de tal calibre.
El curso geopolítico del Este Asiático se ve redundado por iniciativas de algunos de los estados que lo satisfacen. Durante la última década se han generado cuantiosas variaciones, marcadamente abordadas por un reequilibrio de fuerzas concéntricas. El surgimiento de otras variantes de seguridad y defensa supeditan la perpetuación de esta posición pasiva-pacifista tratada como principio constitucional en el Artículo 9 de la Constitución Japonesa de 1947.
Así, varias impugnaciones irrumpen como consecuencia de la disconformidad de una opinión pública fundamental para el impulso de políticas de índole militar. La probable mutación de este pensamiento se transcribe en más margen para los nuevos administradores, pese a la prevalencia de estilos pacifistas. A la inversa, la interrelación entre el trípode cultura, religión y pacifismo sigue constituyendo una fuerza de oposición política manifiesta.
Llegados hasta aquí, la política exterior de Japón se ha visto alterada por reinterpretaciones graduales de la Constitución. Claro está, el sentir de una opinión pública incuestionable para el desarrollo militarista.
La Constitución Japonesa introduce las bases del nuevo estado democrático, y entre éstas, cabría incidir en el Artículo 9 previamente aludido y la renuncia al belicismo, concediendo de esta manera tranquilidad a los organismos internacionales. Dichas instituciones, serían evaluadas como garantes de la paz demandada por la sociedad nipona.
En tanto, el pasaje legislativo incluye una política de Defensa Nacional y esta última es incrustada a la Carta Magna tras acoger la conformidad del Gabinete y ser aceptada en 1957 por el Consejo Nacional de Defensa. A priori, la mayoría de los empeños implantados no precisaban de desacuerdo a excepción de uno. Me explico: la cuarta estrategia descrita en el Plan de Defensa es un componente cardinal en el avance militar de Japón, incumbido en la notabilidad otorgada por la Organización de las Naciones Unidas como fiador de la seguridad global.
La ausencia de la complejidad que identifica a dicha política produce una extensa gama de análisis, por eso el cuestionamiento continuado de su circunscripción. Una de las muestras más afincadas en esta estrategia es la intervención de fuerzas japonesas en operaciones exteriores.
Pero no sería hasta la irrupción carismática de Junichiro Koizumi (1942-80 años), en que el fondo de armario de la política japonesa se tergiversó extremadamente. Durante el transcurso de la posguerra, las modificaciones de carácter incendiario se coartaron por la hechura moral.
Al hilo de lo anterior, no son pocos los analistas que rebaten el pacifismo japonés emparentándolo con la simple maniobra de conservación de un cuadro alimentado desde la consumación de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el nombramiento de Koizumi como primer ministro en 2001, adquirió una clara influencia en el orden político de Japón. Y es que, el diseño de reformas inspirado como procurador del PLD mantenía un perfil agitador que instaba a la desconfianza de las generaciones predecesoras, y no iban a ser menos los puntales constituyentes de su guion, que son reducidos por la falta de cambio frente a una realidad económica debilitada. Tanto la desregularización como la descentralización, o séase, la reducción de regulaciones específicas del sector económico, se vieron activadas con el ánimo de conceder mayor crecimiento sustentado en el principio de subsidiaridad.
En atención a algunos redactores, la cosmología de Koizumi podría haberse establecido en interpolar las capacidades de la parcela privada de cara a aquellas otras públicas. Con todo, para lograr este designio, una manera superpuesta de liderazgo debía ser acogida: el populismo.
La eficiencia de un líder de esta condición se fraguó en la restructuración no solo del PLD, sino asimismo, del Partido Democrático de la oposición. La confluencia de pensamiento entre las distintas fuerzas políticas ha dado lugar a una percepción nacional más asertiva, fundamentalmente, tras el horizonte de fluctuación del Indo-Pacífico.
Entre las políticas entabladas por la administración de Koizumi, es obligatorio hacer eco de la reorientación de la política internacional, convirtiéndose en el principal motor de la estampa del Estado del Japón a nivel integral. La transferencia hacia la priorización de intereses en la esfera regional e internacional se vio ayudada por la consolidación de la relación bilateral con los Estados Unidos de América, hasta tomar la trayectoria de la remilitarización.
La inestabilidad de amenaza incesante simbolizado por China y Corea del Norte, muestra exponencialmente el desarraigo de formas pacifistas entre la ciudadanía. Un claro ejemplo es el respaldo extendido de la imposición de sanciones económicas al país norcoreano por parte de la Comunidad Internacional. Contrariamente a la radicalidad de sus reformas, el salto iniciado por Koizumi subsiste como uno de los mecanismos delimitantes de la política japonesa.
Por último, tras la designación de Abe como sucesor del PLD en 2006, la política exterior de Japón se ha reorientado en repetidos momentos. Su continuismo emprendido, ya sea durante el primer mandato como en el segundo, 2006-2007 y 2012-2020, respectivamente, se reconoció concretado por las diversas reinterpretaciones de la Constitución pacifista de posguerra.
La idiosincrasia del PLD como grupo político imperativo ha viabilizado la interrogante de la funcionalidad del Artículo 9, llegando a prescindir en circunstancias la diferencia crítica de la población. El entredicho constitucional del sostenimiento de fuerzas con creíble potencial bélico difiere con el militarismo anteriormente acometido por el ex primer ministro, convirtiéndose este último en el origen de la insatisfacción de una gran parte de la sociedad nipona.
Entre los diversos ideales de Abe, es oportuno enfatizar el consenso de tres Proyectos de Ley y estos cambios no se interpretan sin el previo diagnóstico del pacifismo. Primero, el Proyecto de Ley de Protección de Secretos Especiales de 2013, constituido como la compilación responsable de la privacidad de informaciones de interés estatal, induciendo a la susceptibilidad de los estados aliados. Segundo, el espacio de Defensa Nacional se avistó públicamente dirigido por una institución nombrada ‘Consejo de Seguridad Nacional’, hasta convertirse en la primera de la historia democrática durante ese mismo año.
Sea como fuere, el retrato personificado por Abe dio luz verde a la coyuntura de estas reformas. No va a ser hasta el Proyecto de Ley de 2015, legitimador del principio de ‘defensa colectiva’, el que concluyentemente descompondría la integridad de la Constitución. La combinación del anterior principio conjeturó la autentificación de operaciones militares fuera de la superficie nipona. Por lo tanto, las Fuerzas de Autodefensa de Japón tienen la capacidad de tomar parte activa en labores militares de cooperación bajo el paraguas de este principio.
Dicho esto, esta transición es descifrada en un afianzamiento mayor de los vínculos bilaterales con Estados Unidos, además de una cota superior de complicidad en el campo de dominio internacional. Desde un enfoque de gran alcance, los ejercicios militares de Corea de Norte y los forcejeos territoriales con China y la Federación de Rusia, configuran un punto de inflexión para la opinión pública japonesa.
A resultas de todo ello, la escalada de tensiones con Corea del Norte aumenta de modo sistémico, mientras que la guerra de Ucrania induce a reflexionar la polémica territorial por las Islas Kuriles con Rusia. A su vez, los ejercicios desplegados por las fuerzas chinas en las proximidades de las Islas Senkaku, ponen a prueba el acuerdo entre Japón y Estados Unidos.
En consecuencia, para una nación que aprecia la prolongación y estabilidad en las cuestiones de política exterior, el refuerzo y esparcimiento de los pactos de seguridad, así como el rearme que maquinan sus dirigentes, todos sin excepción, presumen giros novedosos: llámese la reorientación, que enfocada a una política de autodefensa aquilata una aprobación que en nuestros días es insignificante frente al pacifismo y una reforma constitucional latente.
“A tenor del contexto geopolítico planetario que se libra, el punto de ignición más presumible es Taiwán, en el que se desencadenaría la fricción que punteará los apremios regionales y locales abiertos en cascada al amparo de una guerra propagada”
Hoy por hoy, el revisionismo estratégico no queda impasible a la esfera de influencia japonesa. La conceptuación Indo-Pacífico fue preliminarmente escudada por Abe en 2013, amasando por vez primera las dinámicas estratégicas acaecidas en la zona. Y como resultado, las muchas zozobras e irresoluciones reconducen a la urgencia de más aportación del Estado del Japón con el pretexto de conseguir la autonomía estratégica que aún no apareja.
Aun con el aumento propuesto en gasto militar, el primer ministro Kishida se ha visto movido a anticipar la revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional, debido a los estrechos nexos con Washington y al apremio desempeñado en sus tres frentes estratégicos, abiertamente intimidados por la ramificación de tecnologías nucleares de Corea de Norte, el auge militar de China y la interrupción de negociaciones de paz con Rusia. Sin inmiscuir, que uno de los puntos calientes de la revisión está acoplado a la regla del 1% puesta en 1976, que relega los límites de inversión en este medio. Aunque este cambio no se relegaría únicamente al ámbito económico, sino que también se expandiría al operativo.
No ha de soslayarse, las medidas de debate que siguen estando en la unificación de las capacidades de contraataque por las Fuerzas de Autodefensa, poniendo fin a los confines de revitalización militar. Sin lugar a dudas, estas innovaciones concederían mayor margen de maniobra en el progreso de los medios de defensa provistos de un carácter más ofensivo.
El empaque de una apreciación pública todavía contraria, subordina destacadamente la credibilidad de esta opción. Por ahora, el duplo de la aplicación de tecnologías en materia de investigación y desarrollo moldearía una alternativa a las limitaciones militares presentes, llegando a ayudar sistemáticamente la seguridad económica del país.
Al mismo tiempo, es conveniente pronosticar un cambio respecto al posicionamiento del resto de estados orientales. Contemplando la relación sino-japonesa, los ejercicios militares realizados por el Ejército Popular de Liberación en los aledaños de Taiwán, avisan en volverse en núcleo de confrontación. Los rastros de un conflicto directo podrían verse conformados tras la culminación de las fuerzas niponas de un mayor grado de asertividad.
Finalmente, el seísmo del estatus quo en el estrecho podría espolear otro ambiente vehemente, donde los actores occidentales estarían forzados a interponerse. Sin ir más lejos, recuérdese el reciente alineamiento japonés con las directivas accionadas durante la última cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte celebrada en Madrid (29-30/VI/2022), confirmando la variación en el posicionamiento y la situación de inseguridad persistente.
La hoja de ruta del país del sol naciente es transcendental en el acontecer de la geopolítica del Este de Asia, rotulando un mañana lleno de incertidumbre por la prevalencia de la variante militarista, haciendo que sea dificultoso predecir los próximos movimientos estratégicos con la política de hedging que lleva a cabo.
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