Opinión

La mayor operación multinacional de prisioneros de la era postsoviética

Si para 2024 se trazaba en su horizonte un año hasta los topes dispuesto a las urnas, las elecciones que se han celebrado y otras que aún quedan pendientes en varios estados, están llamadas a desenvolverse como un test para el andamiaje democrático y el impacto de la combinación de conflictos que devora el desequilibrio global, determinan un mundo en plena ebullición de poder y en evidente marcha atrás de ayuda humanitaria y de derechos humanos.

Con lo cual, se enfatiza el desgaste de las reglas de juego reinantes y se acrecienta la imprevisibilidad, ante una prueba de fuego tanto para el armazón democrático como para la complejidad de los entresijos que avivan la inestabilidad de tierras movedizas. Obviamente, las secuelas económicas de las crisis habidas son más perceptibles que en años precedentes, porque su evolución es frágil y el patinazo del gigante asiático repercutirá en las economías emergentes, cada vez más tensionadas por la dureza de los medios financieros y el vigor del dólar.

Y es que con guerras a flor de piel como las acaecidas en Ucrania, Palestina, Yemen o Sudán, la humanidad aglutina la suma mayor de luchas activas desde la consumación de la Segunda Guerra Mundial (2/IX/1945). De ahí, que el memorándum geopolítico de estos meses transcurridos y los que aún quedan en el tintero para el colofón del año, se trenza desde la colisión recíproca entre los múltiples conflictos armados y el dictamen que arrojarán los procesos electorales señalados en el calendario. En otras palabras: existen elecciones que pueden hacer sombra a las hostilidades, porque el atolladero del frente ucraniano estriba del recorrido presidencial en Estados Unidos.

O descifrado de otro modo: las fisuras en el componente transatlántico y los cada vez más explícitos reproches de doble fuste en las observancias de Occidente, no son distintos a lo que acontezcan el próximo 5/XI/2024 en las urnas norteamericanas. Porque un hipotético regreso de Donald Trump (1946-78 años) a la Casa Blanca cambiaría drásticamente el tablero de los engarces de fuerza y el posicionamiento de Washington en cada una de las guerras, desde el abasto de armamento a Ucrania, al soporte del Estado de Israel o en la confrontación con la República Popular China y la Federación de Rusia.

Luego, no me refiero únicamente al devenir de los valores democráticos, como tampoco, valga la redundancia, tanto centralismo de elecciones no comporta que haya más democracia. Más bien, no encontramos en trechos de inteligencia artificial y de afectación extrema del uso insidioso que intiman la confabulación de las urnas. Además, las metodologías híbridas ganan espacio y está por entrever si este período electoral termina siendo un intervalo en la brecha de la degradación o la firmeza democrática. Y al acontecer casi todo a la par, el universo está cada vez más diseminado y agitado. No obstante, proseguimos ante una rehechura multidimensional, porque esta simultaneidad de alteraciones reúne varios antagonismos en liza.

Dicho esto, Rusia y Estados Unidos ultimaron el pasado 01/VII/2024, el mayor canje de prisioneros desde las antiguas repúblicas que conformaban la Unión Soviética, en un acuerdo medido al milímetro que incluyó a veinticuatro individuos, tras meses de negociaciones y aprobaciones de otras naciones europeas que liberaron a los rusos bajo su vigilancia como parte del trueque. Estas personas, algunas destacadas, otras no, engloban un grupo de corresponsales y disidentes políticos, así como supuestos espías, pirata en línea y estafador. E incluso, un sujeto procesado por crimen. Rusia liberó a dieciséis personas, entre ellas, un ejecutivo de seguridad corporativa de Michigan, Paul Whelan y Evan Gershkovich, periodista del Wall Street Journal.

Ambos afrontaban amplias condenas de cárcel después de haber sido procesados en el sistema legal potentemente politizado de Rusia, por acusaciones de espionaje que el Gobierno de Estados Unidos consideró injustificados.

Moscú, igualmente puso en libertad a Alsu Kurmasheva, periodista adscrita a Free Europe/Radio Liberty, con doble nacionalidad norteamericana y rusa, castigada por publicar referencias artificiosas sobre las fuerzas rusas, cargos que sus allegados han desestimado con rotundidad. Kurmasheva, Whelan y Gershkovich, aterrizaron en la Base Conjunta Andrews, Maryland, donde les esperaba el Presidente Joe Biden (1942-81 años) y la Vicepresidenta Kamala Harris (1964-59 años).

Igualmente, Rusia libró a Vladimir Kará-Murzá, político y periodista y calificador crítico del Kremlin, ganador del Premio Pulitzer, por sus logros en el periodismo impreso y en línea y distinguido dilatadamente por su aliciente político. El más infame de los ocho individuos que Rusia rescató es Vadim Krasikov, a quien en 2021 se le sentenció en Alemania por asesinar dos años antes a un ex rebelde checheno, supuestamente por mandato expreso de los Servicios de Seguridad de Moscú.

Del mismo modo, acogió a dos presuntos agentes durmientes que fueron recluidos en Eslovenia, haciéndose pasar por un pareja de argentinos, además de tres individuos culpados por representantes federales en Estados Unidos y dos hombres que partieron de Polonia y Noruega.

“Este acontecimiento mueve falsos fantasmas sobre la versatilidad en el modus operandi de la negociación, ya que Rusia liberó a identidades como disidentes y periodistas, mientras que los prisioneros liberados por Occidente son observados como individuos acertadamente imputados”

En base a lo anterior, con este último movimiento de piezas, cabría interpelarse ¿se ha producido un mínimo impulso en las exiguas relaciones entre Rusia y Estados Unidos? Eso es poco presumible. Ambos han conseguido diversos intercambios de prisioneros durante el transcurso del conflicto bélico de Rusia con Ucrania, incluyéndose otro en las postrimerías de 2022 y en el que Moscú facilitó la entrega de la jugadora de baloncesto Brittney Griner, a cambio de Viktor Bout, más conocido como el Mercader de la muerte, empresario y traficante de armas soviético.

Pero ninguno de esos intercambios trascendió en un caldeamiento indicador de las conexiones, concretamente en una coyuntura en la que Vladímir Putin (1952-71 años) se ha resistido a suspender su embate contra Ucrania y mientras Washington prosigue remitiendo un importante apoyo militar a Kiev. A lo largo de la historia estos intercambios han sido un pilón paradójico de compromiso y, a su vez, una alineación de intereses bilateralmente susceptibles, más que un destello de algo más vasto. A pesar de todo, resulta trascendente el hecho de que ambos colosos hayan finiquitado el acuerdo en unas circunstancias de notorias discrepancias.

Aunque el pacto, por denominarlo de algún modo, envuelve a los norteamericanos más conocidos apresados en Rusia, incluidos dos que han sido propuestos expresamente como prendidos improcedentemente, aún hay varios que perduran entre rejas. Este elenco ciñe a Travis Leake, un músico de rock procesado por cargos de drogas; Gordon Black, sargento del ejército norteamericano procesado por robar y amenazar de asesinato; Marc Fogel, maestro de escuela arrestado por las autoridades rusas por pretender pasar 17 gramos de cannabis medicinal y Ksenia Khavana, culpada de traición por recaudar dinero para la milicia ucraniana.

Hay que tener en cuenta, que en los intercambios más cercanos, el Gobierno de Estados Unidos ha liberado a infractores convictos por delitos significativos, incluido un narcotraficante talibán y traficantes de armas y drogas. El último de los acuerdos no quedó en una salvedad, ya que Estados Unidos y aliados occidentales convinieron entregar a Rusia criminales reconocidos correctamente como acusados y condenados. La muestra más relevante y que ya he citado, recayó en la persona de Vadim Krasikov, condenado por el asesinato el 23/VIII/2019 de Zelimkhan, un ciudadano georgiano que había combatido contra las tropas en Chechenia y luego reclamó asilo en Alemania. Cuando en 2021 se le condenó a cadena perpetua, los magistrados germanos refirieron que había operado por orden de los agentes rusos.

Es más, le concedieron un pasaporte con identidad falsa y los recursos necesarios para llevar a término el crimen. A lo largo de las negociaciones, Rusia presionó lo suficiente para recuperar a Krasikov, siendo clarividente que capitaneaba la relación de posibles candidatos. Putin ya había sugerido que estaba por la labor de este tipo de intercambios para liberar a un patriota incomunicado en Alemania.

En la otra cara de la moneda, los norteamericanos y occidentales puestos en libertad por Rusia, comprenden individuos propuestos por Estados Unidos como detenidos ilegalmente, como es el caso de Whelan y Gershkovich, o distinguidos generalmente como arrestados por cargos injustificados. “Acuerdos como este conllevan decisiones difíciles”, especificó Biden, pero añadió: “No hay nada que me importe más que proteger a los estadounidenses dentro y fuera del país”.

Si bien, un elemento central del acuerdo que no quiero dejar pasar de largo en estas líneas, forma parte del difunto que de ningún modo llegó a ser parte del mismo. Me refiero al líder de la oposición rusa, Alexéi Navalny (1976-2024). En el instante de su muerte (16/II/2024), los funcionarios se encontraban debatiendo un creíble intercambio entre él y Krasikov, como una fórmula de compensar la petición encadenada rusa de Krasikov y liberar a los norteamericanos encerrados.

Los delegados de la administración relataron el fallecimiento súbito y misterioso de Navalny, como un duro golpe para ese esfuerzo, pero poco tardaron en diseñar otro plan para presentarlo al canciller Olaf Scholz (1958-66 años). En último lugar, diversos asociados de Navalny quedaron en libertad.

Entretanto, Biden había conjeturado su elevado compromiso con un acuerdo, cuando especificó puntualmente en un discurso realizado en la Oficina Oval, informando sobre su propósito de abandonar su candidatura a la reelección: “También estamos trabajando día y noche para traer a casa a los estadounidenses que están detenidos injustamente en todo el mundo”.

Curiosamente, se regocijó del premio cosechado a través de una iniciativa diplomática consumada en los últimos meses de su dirección, al hacer el recibimiento en la Casa Blanca a las familias de los estadounidenses que volvían. En una enmascarada ofensiva al mantra, “Estados Unidos primero” de Trump, ex presidente y aspirante actual republicano, Biden expresó al pie de la letra: “Hoy es un poderoso ejemplo de por qué es vital tener amigos en este mundo”.

Trump, que en el transitar de su mandato como presidente se interesó por los rehenes encarcelados arbitrariamente, aseveró durante el debate (27/VI/2024) con Biden en el que luchó por hacerse con el control de la narrativa política, que resolvería la situación de Gershkovich, tan pronto como venciera en las Elecciones Presidenciales. Lo cierto es, que horas antes que se produjera el intercambio de prisioneros, había desacreditado el acuerdo refiriendo erróneamente en su plataforma Truth Social, “que Estados Unidos le había dado a Rusia dinero en efectivo por el acuerdo”.

Trump, rotulaba al respecto: “¿Estamos liberando a asesinos o matones? Simplemente tengo curiosidad, porque nunca hacemos buenos acuerdos en nada, pero especialmente en intercambios de rehenes”.

Llegados a este punto de la disertación, en opinión de la Relatora Especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Mariana Katsarova (1966-58 años), “en los tiempos oscuros en los que vivimos, cuando cada día en Rusia hay nuevas detenciones, nuevos juicios y las noticias cada día informan de espantosas violaciones de los derechos humanos, creo que muchos de nosotros y muchos en Rusia, activistas de derechos humanos, miembros de la sociedad civil, hoy simplemente lloramos de alegría. Ahora sale la noticia de que el grupo que se intercambió fue de veinticuatro personas de ambos lados y en el proceso estuvieron involucrados muchos gobiernos. Es decir, se trata verdaderamente de un acto diplomático sin precedentes. Y este puede ser el grupo más grande de prisioneros políticos intercambiados desde la Guerra Fría.

Por supuesto, hoy nos alegramos de que, al final, personas que, en primer lugar, no deberían haber sido condenadas, como Vladímir Kara-Murza, Evan Gershkovich, Alsou Kumasheva, Oleg Orlov y Sasha Skochilenko, miembros del FBK, fueran liberadas Liliya Chanisheva y Ksenia Fadeeva y otras personas.

Nos alegramos, pero, por supuesto, no olvidamos que en Rusia quedan al menos setecientos y, según algunas estimaciones, más de mil presos políticos. Entre ellos, se encuentran personas como Alexey Gorinov, en estado de salud grave y al igual que Berkovich, Petrichuk y Dmitriev. Quedan muchos, es posible que ni siguiera sepamos todos los nombres.

Hoy debemos pedir una vez más su liberación inmediata e incondicional de las prisiones en Rusia. No deberían estar allí. Están allí acusados de expresar su posición contra la guerra contra Ucrania. Incluyendo a Evan Gershkovich y Alsa Kurmasheva. Calculamos que no menos de treinta y tres periodistas están encarcelados en Rusia, precisamente porque escribieron informes y materiales contra la invasión armada de Ucrania y la guerra que ya lleva dos años y medio.

Es muy importante decir hoy que contaremos con un grupo de personas destacadas y valientes que contribuirán con sus voces a nuestros esfuerzos continuos para liberar a todos los presos políticos de las cárceles rusas.

También es importante decir hoy que la Federación de Rusia tiene la obligación como miembro de la ONU, como Estado que ha firmado una serie de convenciones internacionales de la ONU, de no aplicar leyes y enmiendas a las leyes que se introdujeron en los últimos dos años. Estas leyes violan la libertad de expresión y la libertad de asociación. Su objetivo es ahogar la voz contra la guerra entre la sociedad civil rusa, entre los periodistas y los activistas contra la guerra. Esta es la razón por la que actualmente hay tantos presos políticos en la Federación Rusa.

Hoy debemos recordar que este intercambio y esta liberación de presos políticos se produjo sin Alexéi Navalny. Si hubiera sobrevivido, habría sido parte de este intercambio. Por otro lado, sabemos que estos intercambios no están dentro del marco legal. Estos son acuerdos diplomáticos entre gobiernos.

Y, por supuesto, hay precedentes en el mundo en los que resulta que para conseguir detener a personas de otros países se aumentan las detenciones. Y, por supuesto, existe la preocupación de que el intercambio sea un acto único”.

Sucintamente y al objeto de no extralimitar la extensión de estas líneas, en su valoración a nivel mundial se constatan numerosas expresiones y alegaciones. Comenzando por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, afirmó que “alivio” por el intercambio de prisioneros. “Todos los periodistas y defensores de derechos humanos detenidos únicamente por hacer su trabajo deben ser liberados”, manifestó la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) en una divulgación en X, anteriormente conocido como Twitter.

En idéntica sintonía la Alianza Atlántica celebró la liberación de prisioneros que según expuso, había sido factible gracias a que sus integrantes se afanaron en estrecha contribución. “Aplaudimos la liberación de varios presos políticos de Rusia. El acuerdo que garantizó su libertad fue negociado en colaboración por varios aliados de la OTAN”, corroboró la portavoz Farah Dakhlallah.

A un tiempo, el primer ministro polaco, Donald Tusk, mostró su profundo agradecimiento al presidente de la nación, Andrzej Duda y a los Servicios de Seguridad, por su elevado compromiso. “Acaba de finalizar la operación de intercambio de prisioneros, gracias a la cual, los héroes de la oposición rusa y los ciudadanos de los países de la OTAN detenidos abandonaron Rusia. La acción fue posible gracias a la participación de nuestro Estado. Me gustaría agradecer al presidente y a los servicios por su cooperación ejemplar”, subrayó Tusk en X.

“Lo aquí retratado no sólo personifica y caracteriza el punto culminante de un esfuerzo diplomático de enorme calado, sino que igualmente refrenda un capítulo en el engranaje de estas dos potencias. Donde a pesar de todo, los vínculos siguen enfocados en el hastío de su complejidad y desafíos”

La República Federal de Alemania declaró con pelos y señales que la liberación de Vadim Krasikov, un ruso procesado por el crimen en 2019 de un excombatiente checheno en Berlín, “no fue una decisión fácil. Nuestra obligación de proteger a los ciudadanos alemanes y nuestra solidaridad con Estados Unidos fueron motivaciones importantes”, concretó el Gobierno germano en un comunicado.

En el caso singular del Reino de Noruega, ayudó taxativamente en el intercambio y soltó a un ciudadano ruso culpado de espionaje. “El intercambio ha sido posible gracias a una amplia cooperación internacional”, declaró en un comunicado el primer ministro noruego, Jonas Gahr Retailer: “Para las autoridades noruegas ha sido importante contribuir a esta cooperación con nuestros aliados más cercanos. Una estrecha colaboración entre varios países lo ha hecho posible”.

En paralelo, Reino Unidos de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, por medio del ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy, explicó que aceptaba “firmemente” la liberación de prisioneros en Rusia, fundamentalmente, Whelan y el disidente Vladímir Kara-Murza, que poseen nacionalidad británica. “Kara-Murza es un opositor acérrimo del régimen de Putin”, postuló Lammy. “Nunca debió haber estado en prisión. Las autoridades rusas lo encarcelaron en condiciones que ponían en peligro su vida, porque dijo valientemente la verdad sobre la guerra de Ucrania”.

La editora del periódico estadounidense, Wall Avenue Journal, Emma Tucker, cuyo informador Gershkovich, se implicó en el intercambio, sostuvo que el canje “realizado es un intercambio por agentes rusos culpables de delitos graves. Estamos agradecidos con el presidente Biden y su administración por trabajar con persistencia y determinación para traer a Gershkovich a casa, en lugar de verlo enviado a un campo de trabajo ruso por un crimen que no cometió”. Asimismo, muchos de los rescatados habían luchado codo a codo junto a Navalny. De hecho, su esposa Yulia Navalnaya, mencionó emocionada que la liberación de los disidentes rusos es “una gran felicidad”.

Significaba textualmente en X: “Cada preso político liberado es una gran victoria y una alegría. Nadie debería ser tomado como rehén por Putin, torturado y morir en la prisión de Putin”.

Mismamente, el movimiento global Amnistía Internacional precisó respiro por la liberación de prisioneros apresados por Rusia, pero anticipó que el intercambio deja “un regusto amargo”. El secretario de la rama alemana de Amnistía Internacional, Christian Mihr, no titubeó en matizar que “un asesino y otros criminales que fueron condenados en un juicio justo, ahora están siendo liberados a cambio de personas que solo utilizaron su derecho a la libertad de expresión. Por lo tanto, el intercambio de prisioneros es también un paso hacia la expansión de la impunidad”.

De la misma manera, cuestionó que la administración rusa podría sentirse estimulada a materializar más prendimientos políticos y continuar en su tendencia de practicar numerosos quebrantamientos de derechos humanos, eludiendo sus derivaciones y efectos. Y por último, Reporteros Sin Fronteras, organización no gubernamental en defensa de la libertad de prensa, reflejó estar “enormemente aliviado” por la puesta en libertad de Gershkovich y Alsu Kurmasheva. “Ninguno de ellos debería haber pasado un solo día en una prisión rusa por hacer su trabajo como periodista”.

En consecuencia, tras largos meses, e incluso me atrevería a decir que años, de intensas conversaciones reservadas, la Organización Nacional de Inteligencia de Turquía conjugó el intercambio de prisioneros ejecutado en la pista del aeropuerto de Ankara. El resultado marca un hito en la Historia más reciente: dieciséis personas fueron liberadas desde Rusia y otros ocho de Estados Unidos, Noruega, Alemania, Eslovenia y Polonia. Amén, que este evento no sólo personifica y caracteriza el punto culminante de un esfuerzo diplomático de enorme calado, sino que igualmente refrenda un capítulo en el engranaje de estas dos potencias (Estados Unidos y Rusia). Donde a pesar de todo, los vínculos siguen enfocados en el hastío de su complejidad y desafíos.

Pero también, este acontecimiento mueve falsos fantasmas sobre la versatilidad en el modus operandi de la negociación, ya que Rusia liberó a identidades como disidentes y periodistas, mientras que los prisioneros liberados por Occidente son observados como individuos acertadamente imputados. Indudablemente, esta resolución superficialmente consensuada suscita interrogantes, sobre si el intercambio podría impulsar a otros actores a capturar ciudadanos estadounidenses para futuras negociaciones embadurnadas.

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