Marruecos, el verdugo de Melilla

La ministra de Exteriores Arancha González Laya no tiene respuesta a mano sobre qué ocurrirá con la frontera sur de Europa cuando acabe el confinamiento. Ha dicho, literalmente, que tiene que recabar información sobre la fecha exacta en la que Marruecos tiene previsto abrir el tráfico fronterizo que cortó el pasado 13 de marzo para evitar la entrada de la Covid 19 en un territorio con unos servicios sanitarios deficitarios.

Es imposible que la ministra no tuviera información sobre el tema, teniendo en cuenta que el diario digital El Español publicó justo ayer una noticia citando fuentes de Exteriores en la que viene a decir que Rabat no abrirá el tráfico fronterizo con Melilla y Ceuta hasta otoño, aprovechando la percha del coronavirus para cargarse el comercio atípico y reventar la economía de las dos ciudades autónomas.

La ministra, con su falta de información sobre el tema, nos deja con la duda. Y ya se sabe que al dinero le gusta muy poco la incertidumbre. No estamos hablando sólo de cortar 30.000 entradas diarias por Beni Enzar. Hablamos, por ejemplo, de la asfixia de la hostelería melillense, que se abastece de género y clientes marroquíes. Hablamos también del cierre definitivo de comercios en nuestra ciudad; de torpedear la Operación Paso del Estrecho, sin la que las navieras sufrirían un perjuicio económico que las llevaría a la ruina. Hablamos de que para la ministra de Exteriores de nuestro país los planes de nuestro principal socio comercial y vecino de frontera no son una prioridad. Y eso, al menos a mí, me lleva a pensar que puede que ella tampoco sea consciente del daño que su silencio puede hacer a la economía de Melilla.

O Marruecos no le ha dicho qué va pasar en el futuro o si se lo ha dicho lo ha olvidado o sencillamente la ministra no quiere hablar de eso. No le interesa o no quiere molestar al país vecino con ninguna declaración que deje a Rabat en mal lugar.

Esto nos hace daño no porque Marruecos sea todopoderoso ni porque seamos un trozo de ciudad mantenida artificialmente desde Madrid. Ninguna localidad fronteriza puede vivir de espaldas a su frontera. Ni aquí en el norte de Africa, ni en Texas, en Estados Unidos, ni en el paso de Cúcuta entre Colombia y Venezuela. Sencillamente no se puede. Marruecos lo sabe.

Mucho me temo que la ministra no necesita recabar una información que ya tiene. Para empezar, Marruecos cerró su frontera a cal y canto con un despliegue espectacular en tierra de nadie. Esto nos invita a pensar que más que protegerse de los contagios que con toda seguridad podían haber llegado a su territorio procedentes de Melilla también quería sacar músculo y demostrar que no era una medida improvisada sino un ensayo general de las amenazas que venía lanzando desde hacía tiempo sobre la posibilidad de cortar por lo sano el comercio atípico. De lo contrario no se explica el porqué de tantas alharacas.

Está claro que el coronavirus lo ha puesto todo patas arriba. Y también es cierto que el confinamiento de Marruecos ha dado buenos resultados. Yo no pongo la mano en el fuego por la transparencia y credibilidad de sus datos, pero según ha trascendido, la cosa está controlada del otro lado de la frontera.

El coronavirus es la excusa perfecta para cerrar los pasos fronterizos y forzar a los habitantes ilegales de Nador a regresar a los pueblos del interior de donde proceden porque si no hay contrabando no tienen trabajo y tampoco para comer.

Pero el cierre de la frontera también serviría para quitarse las críticas internacionales por permitir las durísimas imágenes de mujeres cargadas con fardos a la espalda y, de paso, como daño colateral, terminan de asfixiar a Melilla.

En el caso hipotético de que esto sucediera, nuestra ciudad se vería entre la espada y la pared porque Madrid, ni aunque quiera, puede seguir manteniendo una estructura funcionarial desmesurada en una ciudad de 13 kilómetros cuadrados.

No sabemos a ciencia cierta qué va a ocurrir. Ésta es, sin duda una oportunidad de oro para comprobar hasta dónde está dispuesto a llegar Marruecos para terminar de hundirnos. El primer paso lo dio con el cierre de las Aduana de Beni Enzar, que desde Melilla aceptamos tácitamente desde el momento en que la Delegación del Gobierno dio por hecho que era un gesto menor que sólo afectaba a unos pocos.

Ahora tenemos una oportunidad de oro para comprobar si Marruecos quiere ser también nuestro último verdugo. No tiene ni idea de hasta dónde estamos dispuestos a llegar por defender la españolidad de esta tierra. Y eso no se defiende con banderitas, que también, se defiende invirtiendo en esta ciudad, comprando aquí y gastando dinero aquí. Esa es la mejor manera de demostrar el patriotismo.

Ayer tuvimos la oportunidad de comprobar, una vez más, lo poco que le gusta al Gobierno de España, sea del color que sea, incordiar a Rabat. Da igual que nos esté pisando el callo. En lugar de decirle que le levante el pie, le preguntamos, con la boca pequeña, si piensa estar en esa postura mucho tiempo.

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