El Parlamento europeo aprobará una resolución censurando a Rabat por utilizar la migración, y en especial a sus menores, como medida de presión a España. Los hecho sucedidos en Ceuta el pasado mayo, y en menor medida en Melilla, cuando miles de marroquíes, espoleados por su Gobierno, entraron en la ciudad hermana, ha supuesto un punto de inflexión para las relaciones diplomáticas del país vecino. Las imágenes de la utilización d el población como punta de lanza para resolver las desavenencias entre España y Marruecos, han supuesto el cambio de paso para mucho países que hasta entonces habían sido laxos, cuando no cómplices, antes las acciones de Marruecos.
Rabat se ha pasado de frenada, y no había calculado la reacción por parte de la Unión Europea y el rechazo mostrado de manera unánime. Su imagen internacional ha salido gravemente dañada y tardará en recomponerse.
Por eso, ahora mismo el máximo afán de la diplomacia marroquí es que el conflicto no se “europeíce”. El ministro de exteriores de Marruecos, Naser Burita, se expresaba ayer de esa manera y pedía que lo que el considera un problema bilateral con nuestro país no se convirtiera en un asunto europeo.
Marruecos debe ir aprendiendo, y ya es hora, que las fronteras de Melilla y Ceuta y las de las islas Canarias no son españolas, si no que son también europeas. No puede violentarlas y esperar que los miembros de la Unión Europea miren hacía otro lado.
Rabat ha cometido un error de cálculo. Tras el apoyo de EEUU a sus pretensiones sobre el Sahara y a la necesidad de los gobiernos occidentales de tener un socio musulmán no extremista han confundido a Mohamed VI, que se ha creído capaz de actuar a su antojo y sin consecuencias.
Pero la realidad es mucho más cruda para Marruecos. Su poder diplomático no es comparable al peso de la Unión Europea y los mecanismos que esta puede activar en caso de que se recrudezca el conflicto harían salir muy mal parado al pañis vecino.
Marruecos ha probado sus fuerzas y le ha salido el tiro por la culata. El tema de Ceuta y Melilla se ha puesto sobre la mesa para la opinión pública española, que ha mostrado su solidarios con sus compatriotas y el foco internacional también se ha puesto sobre las ciudades autónomas.
Ahora, desde Rabat tratan de convertir el asunto en un mero desencuentro entre vecinos que no necesita de terceros para resolverse, temiendo las posibles sanciones que serían fatales para su economía. Marruecos ha ido demasiado lejos y ahora intenta apartar la atención internacional pero ya es demasiado tarde.
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