La ministra española de Relaciones Exteriores, Arancha González Laya, ha definido en Canal Sur Radio las relaciones con Marruecos en términos de “plena normalidad”. Si tener las fronteras de Melilla y Ceuta cerradas desde antes de que España decretara el estado de alarma por la pandemia del coronavirus es normal, pobre de nosotros cuando esas relaciones sean anormales.
Las declaraciones de la ministra González Laya llegan después de que ella misma diera plantón a la embajadora de Marruecos tras llamarla a consultas por el ataque frontal lanzado a España por el primer ministro marroquí Saadeddine El Othmani, que recuperó en público el discurso de la marroquinidad de Melilla y Ceuta tras la cancelación de la Reunión de Alto Nivel hispano-marroquí y el reconocimiento de Donald Trump a la soberanía marroquí en el Sáhara. Eso, muy normal no es.
También llegan tras el acuerdo histórico con Gibraltar, apenas dos horas antes del Brexit, con el que España se garantiza el control de las fronteras gibraltareñas en una cesión de soberanía que Fabián Picardo puede perfectamente justificar hablando de la necesidad de fomentar la “prosperidad compartida”. Porque de eso debe hablarse cuando se habla de fronteras: de ganar-ganar.
En fin, que la diplomacia puede decir lo que quiera, pero lo cierto es que las relaciones entre España y Marruecos no atraviesan su mejor momento. Decir lo contrario es hacer el cuento de la buena pipa.
No estamos en los años de Perejil, pero casi. Rabat ha ido demasiado lejos con su pisotón a las ciudades autónomas. Aquí no han dejado de entrar barcos cargados de mercancías. No corren tiempos de alegría, pero no ha habido escasez. En Nador no hay dinero. Se perdió. Se esfumó. Se lo tragó la tierra. Hay mucha gente pasándolo mal del otro lado de la frontera.
Nosotros podemos tener relaciones de “plena normalidad” con Senegal o Burundi, dos países con los que no compartimos frontera física. Pero con Rabat necesitamos en estos momentos una “nueva normalidad” y eso no es otra cosa que respeto.
Este fin de semana, circuló por Nador un mensaje de WhatsApp en el que se justifica la salida de tono de El Othmani con el ambiente previo a las elecciones convocadas para este año en Marruecos y que el Gobierno no quiere aplazar a pesar del impacto económico negativo de la Covid-19.
Esta explicación diplomática lanzada a través de WhatsApp coincide en el tiempo con un meme que ha corrido como la pólvora por Melilla en el que se baraja la posibilidad de que la frontera no vuelva abrirse. “Acércate, tengo que decirte algo. Acércate un poco más. La frontera no abrirá”.
Y mientras aquí nos dedicamos al cachondeo, Marruecos sigue dándole bombo y platillo a su pedo de grandeza. Ahora nos han colocado en la prensa nacional un túnel subterráneo que aspira a unir Tánger con Gibraltar. Estaría a 28 kilómetros de profundidad y supondría un trayecto de 30 minutos entre África y el Peñón.
Se trata de un viejo proyecto que ya propusieron a España a finales de los años setenta, pero que quedó varado en 1989. Ahora lo desempolva la propaganda marroquí. Si no estuviéramos en el siglo XXI hasta creeríamos que algo así puede hacerse en el Mediterráneo sin mayor oposición. Creeríamos, además, que hablamos sólo de dinero y tecnología. Yo no me lo creo, pero admito que hay cosas que pensábamos que no iban a ocurrir jamás y han terminado pasando.
El problema, en mi opinión, no es que Marruecos quiera aprovecharse del Brexit para colocar su fruta en el Reino Unido. El problema es que la propaganda de Rabat intenta convencernos de que un mercado como el europeo, de 500 millones de consumidores, es sustituible por el británico. Eso no se lo cree ni el que lanza los globos sonda.
Marruecos lleva años queriendo ser tratado como socio privilegiado de la Unión Europea. Por eso ha accedido, también durante años, a guardarnos las fronteras de la inmigración irregular, pero ahora en mitad de la crisis brutal de la COVID quiere algo que no podemos darle porque no lo tenemos y, como es natural, se ha apuntado al pataleo de los ahorcados. Está en su derecho de aceptar con estoicismo la ceguera con tal de vernos tuertos.
No podemos bajar la guardia. En campaña electoral siempre se va muy lejos. Por eso es tan necesario el fortalecimiento de las instituciones en nuestra ciudad. Por eso es importante que caminemos todos hacia el mismo objetivo: la soberanía económica de Melilla. Pasan los días, los meses y los años y no hay soluciones viables sobre la mesa. Y eso, sinceramente, me preocupa.
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