El primer ministro de Marruecos, Saadeddine El Othmani, ha dicho en una entrevista con el periódico Acharq que Melilla y Ceuta son tan marroquíes como el Sáhara. Es una provocación burda y mayúscula, que merece que nuestro Gobierno llame a consultas al embajador de Rabat en Madrid. Ya, pero ya. Estamos tardando.
Ante un anuncio de esta envergadura, me pregunto quién es el señor Othmani y qué peso tiene en la política nacional, para saber si el hombre se tomó un RedBull de más o si, por el contrario, lo dijo consciente de que está lanzando un órdago a España.
Baste saber que es psiquiatra, tiene 64 años, es bereber del sur de Marruecos y ex ministro de Relaciones Exteriores entre 2011 y 2013. No hay que olvidar que en este último año se produjeron continuas agresiones a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad españolas desde la mal llamada zona neutral o ‘tierra de nadie’, que Marruecos mantiene ‘okupada’ ilegalmente con la anuencia de España.
Othmani es, además, un “islamista de consenso”, que preside el partido Justicia y Democracia desde 2007. El rey Mohamed VI lo nombró primer ministro en 2017, debido a la imposibilidad de su antecesor Abdelilah Benkirán de formar gobierno.
Con este breve currículo, no hace falta ir a la universidad para comprender que su órdago a España ha sido medido al milímetro. Su zarpazo sobre nuestra tierra no es fruto de un calentón. Esto es un golpe ‘real’, premeditado y difundido a través de un periódico que duplica en tirada (en papel) a El País.
¿Y saben por qué lo hacen? Probablemente porque hemos pasado de ser amiguitos del alma a convertirnos en el enemigo externo y necesario que todo régimen totalitario necesita para abrir las fronteras y usar la inmigración masiva como válvula de escape a sus problemas internos. Prepárense, que lo que viene en camino no tiene nombre.
Marruecos necesita dejar de cuidar las fronteras españolas para poder permitir que sus jóvenes entren en avalancha a nuestro país en busca de un futuro mejor. Detrás de todo esto está la necesidad de declarar si no la guerra, sí una enemistad manifiesta que justifique que hagan la vista gorda como hacen con los menores que no podemos devolverles y que tampoco podemos dar en adopción a familias españolas y cristianas.
El órdago marroquí llega después del estrepitoso fracaso de su invasión silenciosa. Creyeron que llenando Melilla de musulmanes, sólo tenían que sentarse a esperar que la fruta madura cayera por su propio peso. Pero no ha sido así, pese a que en nuestra ciudad el islamismo severo ha ganado terreno y no hemos hecho nada para frenarlo. Cada vez tenemos más burkas y guantes. Pero ni así, los pro-marroquíes han logrado meternos una marcha verde como en el Sáhara.
Todavía recuerdo la manifestación de melillenses, mayoritariamente musulmanes, agitando banderas de España en la frontera de Beni Enzar, cuando la Marina Real marroquí asesinó a Emin y Pisly. Ese acto, breve y espontáneo, demostró que la españolidad de esta tierra no es sólo un mantra que repetimos cada 17 de septiembre. Es un sentimiento arraigado entre los musulmanes, judíos y cristianos de Melilla que no se sienten marroquíes ni se plantean serlo.
El Sáhara no es marroquí solo porque lo diga Estados Unidos. Marruecos no ha ganado la batalla al Frente Polisario sólo porque a Donald Trump se le ocurra despedirse del Gobierno reconociendo la soberanía de Marruecos sobre arena ocupada. Esto es una guerra emocional.
Como lo es también la guerra contra Melilla y Ceuta. En las ciudades autónomas no hay industrias, no hay agricultura, no hay pesca. Prácticamente respiramos porque el oxígeno nos llega desde Madrid. Pero a Marruecos le duelen estos dos trocitos de libertad, este terreno en el que a la gente no le fabrican delitos por pensar diferente; donde los jueces y políticos no se tienen que ir a la ciudad vecina en busca de la salubridad; huyendo de la marginalidad y la chusma.
Hasta ahora todo eran movimientos de peones. Primero nos cerraron la Aduana, después la frontera, después nos quitaron el comercio transfronterizo y ahora nos salen con el cuento de que somos marroquíes. Se han desquiciado. El ataque ya es frontal. ¿Y saben por qué se han atrevido a tanto? Porque le servimos en bandeja nuestro miedo cuando prohibimos a los Reyes de España venir a visitar las ciudades autónomas.
Marruecos no entiende de diplomacia. Lleva meses haciendo alardes armamentísticos, difundiendo en la prensa española de alcance nacional que si han comprado éste o aquel material bélico. Llevan tiempo enseñando los dientes y ahora no es que nos vayan a atacar, es que necesitan quitarle la válvula a la olla de presión en la que han convertido un país donde el hambre y la miseria campa a sus anchas.
La diplomacia española tiene que mover ficha. Esto no puede esperar. No queremos bajar la cabeza. Vamos a limpiar cristales con el comunicado conjunto con el que Madrid y Rabat cancelaron la Reunión de Alto Nivel prevista para el pasado 17 de diciembre. Nos pusimos de acuerdo para hacer el ridículo.
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