Frente a todas las quinielas, Fernando Grande-Marlaska continuará en la cartera de Interior tras cinco años y medio salpicados de momentos delicados que si bien supo resistir, le pusieron en más de una ocasión contra las cuerdas por su gestión en materia migratoria y por los reveses judiciales derivados de sus sonados ceses en la Guardia Civil.
"Tenemos un extraordinario ministro del Interior en la persona de Fernando Grande-Marlaska", lo defendió el presidente Pedro Sánchez hace cuatro días en el debate de investidura en lo que muchos interpretaron como un espaldarazo a la tocada imagen del titular de Interior que se mantiene desde el principio y al que se daba por amortizado.
Marlaska (Bilbao, 1962) llegó a Interior en junio de 2018 con el primer gobierno de Pedro Sánchez y con una atractiva carta de presentación de la que algunos socialistas recelaron por su perfil conservador, ya que era miembro del Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PP.
Pero pesó más su currículum como juez de la Audiencia Nacional que había luchado contra ETA -incluso fue blanco de la banda- y haber sido uno de los pocos magistrados que reconoció su homosexualidad.
Hasta fue el segundo ministro mejor valorado. Con su renovación parte de ser el tercero por la cola tras las ya exministras de Podemos Irene Montero y Ione Belarra.
Dio un sí inmediato cuando Sánchez le llamó. Ser ministro era todo "un honor", según ha reconocido.
Ya en el palacete de Castellana, Marlaska se convirtió en la cara y voz de uno de los momentos más delicados para Moncloa: los disturbios en Cataluña tras la sentencia del procés en octubre de 2019, en puertas de unas elecciones generales.
Casualidades de la vida, son ahora las calles de Madrid las que Interior está teniendo que calmar tras las protestas contra la ley que amnistiará a aquellos condenados.
El éxito en la seguridad de la Cumbre del Clima y la Copa de Libertadores de fútbol y el "saneamiento" de las cloacas o de la llamada "policía patriótica" en el mandato de Jorge Fernández Díaz (PP) quedarán en el "haber" de Marlaska en su primera legislatura.
Apaciguó a los policías y guardias civiles con la firma final de la equiparación salarial, pero le duró poco, aunque fue desde las asociaciones de la Benemérita de donde le llegaron los mayores reproches, que comenzaron cuando Marlaska cesó al entonces coronel de la Unidad Central Operativa, Manuel Sánchez Corbí.
Más sinsabores tuvo su segunda etapa, que arrancó poco antes de la pandemia. No lo tuvo fácil con un gobierno con Unidas Podemos, pero su renovación le permitió tener voz y voto para que el PSOE no le impusiera nuevamente a un secretario de Estado.
Con más experiencia política, en su segundo "round" ha sido más hermético y distante con los periodistas que habitualmente siguen sus pasos, aunque sin cámaras de por medio siempre se ha mostrado relajado, amable y simpático, sin ocultar ese punto "orgulloso" que reconoce como defecto en su autobiografía.
De la gestión en las calles durante el estado de alarma no salió mal parado. Pero le salpicaron varios "charcos": la "monitorización" de las redes sociales o su defensa de actuaciones policiales en fiestas ilegales.
Este último episodio, junto con la sentencia que le obligó a restituir al cesado coronel jefe de la Comandancia de Madrid, Diego Pérez de los Cobos, por un informe sobre la manifestación del 8M, fueron los primeros baches profundos que sorteó y por lo que la oposición pidió su dimisión.
Un combate que ha ganado el coronel, pero que aún no ha terminado en los tribunales, que tienen que resolver sus recursos contra Marlaska por dejarle relegado en su ascenso como general.
Pero lo que le puso contra las cuerdas, sobre todo por los ataques de los propios socios de gobierno y legislatura, fue la inmigración, con dos episodios dramáticos: la tragedia de Melilla en junio de 2022 con al menos 23 inmigrantes muertos y el colapso del muelle de Arguineguin en Canarias en el otoño de 2020.
La llegada de migrantes seguirá siendo su patata caliente, toda vez de que está en cifras récord, sobre todo impulsado por la inmigración irregular en Canarias que ha recibido un 118% más de personas en pateras que el año pasado.
Esta última etapa estuvo también marcada por las críticas del PP, pero sobre todo de VOX, que le calificó de "traidor" y de "escupir en la cara" a las víctimas con los acercamientos de presos de ETA. "Ya está bien. He sido y soy víctima del terrorismo. He tenido dos intentos de atentado", les respondía.
Aunque los charcos las han podido manchar, Marlaska puede presumir de haberse colgado algunas medallas en estos últimos tres años, fundamentalmente la del récord de agentes en las fuerzas de seguridad del Estado con 156.453 efectivos (74.458 policías nacionales y 81.995 guardias civiles), la mayor cifra de la historia.
De cara a la UE, ha sacado pecho del exitoso despliegue de seguridad en la cumbre de la OTAN y de la normalidad con la que se desarrolla la presidencia española de la UE. Además, España cuenta con una tasa de criminalidad del 48,8 de infracciones penales por 100.000 habitantes, muy por debajo de la registrada en otros países como Reino Unido, Bélgica y Alemania.
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