La Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC) de Melilla protestó ayer frente a la Delegación del Gobierno para mostrar su oposición a la nueva Orden General de Incentivo al Rendimiento que la Dirección General de la Benemérita quiere aprobar el próximo día 16 y que rebaja la cuantía que los agentes del Cuerpo cobran en estos momentos en concepto de productividad.
No es que en un alarde de patriotismo, el Gobierno social-comunista de España haya decidido recortar 50 euros mensuales (unos 600 al año) a los guardias civiles para crear un fondo común con el que ayudar a las familias más necesitadas de nuestro país. Es que ha acordado unilateralmente eliminar, por ejemplo, la nocturnidad de la productividad. ¿A quién creéis que beneficia eso? Exacto: a los mandos que trabajan en horario de oficinas. Para que se entienda en román paladino: beneficia a los jefes. O como diría nuestro insuperable Pablo Iglesias: “a la casta”.
¿Merecen los jefes ese dinero? No voy a entrar a debatirlo. Entendemos que todos los miembros de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad el Estado lo merecen, pero no vamos a defender ni mucho menos a apoyar o a aplaudir que desvistan un santo para vestir otro.
Nuestros guardias civiles son los que vigilan la frontera y garantizan la seguridad en nuestro país. Reciben órdenes, es verdad. Pero los que se arriesgan a recibir botellazos, a rescatar ahogados, a picaduras de mosquitos, a pasar frío o calor a la intemperie y garantizan la paz social en puertos, fronteras y aeropuertos son los agentes, no la cúpula del Cuerpo.
Aquí en Melilla hemos tenido mandos que no pisaron Barrio Chino hasta que tenían la jubilación firmada: “Ay, si yo hubiera visto esto antes”, dicen que dijo uno en su despedida. Eso, gracias a Dios, es el pasado. Aquí hemos visto al actual coronel de la Comandancia, incluso, controlando el tráfico en una calle. No me lo contaron. Lo vi yo con estos ojos que Dios me ha dado. Aún así, vuelvo y repito, no estoy en contra de que los jefes ganen más. Me opongo a que lo hagan a costa de los que se la juegan en la calle en tiempos de coronavirus y de saltos a la valla. No puede ser.
Me duele mucho que la decisión de recortar la productividad a los agentes de a pie la tome María Gámez, la primera mujer que dirige la Guardia Civil. Triste, de verdad, que caiga en este tipo de concesiones porque ni por asomo me creo que ella se levantó una buena mañana y se miró al espejo y dijo: hoy voy recortar el sueldo a los que menos cobran en la Benemérita.
No es justo que nos deje esa herencia al resto de mujeres que a día de hoy seguimos sufriendo el techo de cristal en cuerpos como la Guardia Civil, donde seguimos siendo minoría. Por eso y porque no está siendo justa debería repensar su decisión.
Si se llegara a aprobar la orden el 16 de diciembre, volvería a ampliarse la brecha entre los guardias civiles y los policías nacionales. Estos últimos sí tienen incorporado en su sueldo una media de 120 euros al mes por nocturnidad y festivos.
Los guardias civiles siguen perdiendo derechos. Tanto que se ha criticado al PP, y fue justo con el ministro Juan Ignacio Zoido con el que se alcanzó el acuerdo de la equiparación salarial. Es verdad que no fue llegar y besar el santo, pero finalmente se firmó un trato, que ahora el Gobierno progresista quiere hacer saltar por los aires.
En Melilla, los guardias civiles son pocos y en estos momentos se enfrentan a una ciudad con grandes brechas de inseguridad. En los últimos meses han perdido beneficios como el descuento para viajar en barcos a la península. En lugar de mejorar, van a ver retroceder sus nóminas y eso es inaceptable.
Les pedimos que trabajen, que vigilen, que se esfuercen, incluso si se equivocan, los obligamos a responder por sus errores ante un tribunal militar y aún así pretendemos que lejos de ganar más, pierdan dinero. Pero no en favor de los pobres y los que sufren sino para engordar las nóminas de los jefes. ¿Dónde está la gracia? ¿En qué avanzamos?
Esto se parece mucho a la vieja demanda de los policías de la frontera que reclamaban un suplemento específico que nunca han dejado de percibir los jefes. ¿En qué país vivimos? ¿Qué país queremos construir?
Si no hay rectificación, la nueva orden saldrá del despacho de la socialista María Gámez. A veces hace falta ponerle siglas a los nombres para que los guardias civiles sepan por qué lado respiran quienes recortan sus derechos. Las promesas de antaño de más agentes, más respeto y más derechos caen en saco roto. Donde dije digo, digo Diego. Los que venían a enseñarnos a pronunciar la palabra progreso ahora quieren que los guardias civiles retrocedan. No nos mintieron. Se les olvidó aclararnos que el progreso era sólo para los de arriba. Las medias verdades son, en opinión, una mentira.
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