Opinión

La mancha imborrable que marcó los asesinatos del Bloody Sunday

Sin lugar a dudas, es ampliamente considerada una de las jornadas más siniestras en la Historia Contemporánea, porque convirtió el conflicto norirlandés que se arrastra desde hace más de setecientos años en una espiral inacabable, impulsando a numerosos jóvenes a integrarse en el ‘Ejército Republicano Irlandés’ o ‘IRA’, y, a su vez, nutriendo un sinfín de años de cruda violencia para definitivamente en las primeras auras del siglo XX enraizarse crónicamente en una lucha infernal, reivindicando su independencia del Reino Unido.

Obviamente, me refiero al día que se conoce como ‘Bloody Sunday’ o ‘Domingo Sangriento’, acontecido el 30/I/1972, es decir, medio siglo más tarde, en el que esta tragedia contribuyó a atizar la implacable campaña durante las violentas décadas venideras y retrasó las posibilidades de cualquier atisbo de paz.

En aquel incidente sombrío que desató el caos, trece individuos fallecieron tras ser abatidos inexplicablemente y vieron sus vidas truncadas en las arterias de la Ciudad de Derry, Londonderry para los ingleses, y otros catorce resultaron heridos por las balas de un grupo de paracaidistas de élite del Ejército Británico, aunque, uno de ellos murió transcurridos cinco meses.

Hay que comenzar poniendo en antecedente, que aquellas personas eran civiles indefensos que participaban en una manifestación pacífica contra el Decreto del Gobierno respaldando los internamientos preventivos y las redadas de sujetos sospechosos.

Tiempos después, sin ningún proceso judicial y una exhaustiva investigación en la que se demostró que había existido encubrimiento y que varios militares mintieron intencionadamente, la Administración acabó admitiendo su responsabilidad.

Con estas pinceladas preliminares, lo que aquí se describe es una drama que sacudió las mentes y corazones del mundo entero, cuando por aquel entonces, miles de católicos republicanos llevaban a cabo una protesta para demostrar su repulsa a los encarcelamientos sin un juicio previo.

Y es que, lo que inicialmente se promovió como una concentración sin ningún tipo de irregularidades, finalizó estrepitosamente en una masacre, cuando quiénes parecían supervisar aquella marcha abrieron fuego indiscriminado contra los presentes sin previo aviso, para impedir que estos alcanzaran el centro de la ciudad. Entre los difuntos, la mitad eran jóvenes que no superaban los diecinueve años.

Con lo cual, en la semblanza de Reino Unido, estos crímenes evidencian una degradación inextinguible que determinó y marcó la vida de más de treinta familias destrozadas, así como de la población en general, que aún se interpela cómo fue posible aquel episodio estremecedor.

Adelantándome a lo que posteriormente fundamentaré, las pesquisas llevadas a todos los efectos se extendieron únicamente durante tres semanas, entre febrero y marzo de 1972, y el Informe concluyente se hizo público en abril del mismo año, en lo que resultó ser una de las indagaciones más fulminantes, deduciéndose que no había ninguna razón para conjeturar que el Ejército hubiera disparado, primeramente.

"He aquí el balance soterrado de una página enlutada que jamás debió originarse. Desenmarañar la verdad pueda dar origen a un sumario, a veces, interminable y punzante y, en esta ocasión, las Fuerzas Armadas Británicas no estuvieron a la altura de las circunstancias"

En nuestros días, habiéndose distado cincuenta años de aquella coyuntura ensangrentada, bien por su raigambre, religión, cultura, política, economía o demografía, la localidad de Derry continúa siendo un enclave fragmentado. Así, en la ribera Occidental del río Foyle, o séase, el Cityside, residen los católicos; mientras que, en la orilla Oriental, el Waterside, lo hacen los protestantes.

Esta urbe está tan segmentada, que para la inmensa mayoría de sus residentes es Derry, pero como inicialmente he citado, los unionistas se refieren a ella como Londonderry, lo que es su denominación desde un Real Decreto fechado en 1613, tras abonarse la astronómica cantidad de sesenta mil libras esterlinas de la época a los forajidos de Londres para que desalojaran a los nativos irlandeses, o lo que es lo mismo, los católicos, y los sustituyeran por protestantes ingleses y escoceses. Ciertamente, un proceso planificado de asentamiento conocido como la ‘Colonización del Úlster’ o ‘Ulster Plantation’, para dominar esta demarcación en Irlanda.

En aquel preciso momento, ingleses y escoceses de religión protestante invadieron posesiones decomisadas en 1607 a propietarios y terratenientes irlandeses de culto católico en las circunscripciones de Fermanagh, Tyrone, Coleraine, Donegal, Cavan y Armagh.

Precisamente, la del Úlster, iba a ser la acción de dominar más elocuente y notable, dentro de la praxis general de colonización de Irlanda. Esta fórmula se cristalizó como modo de eludir hipotéticas perturbaciones, porque esta jurisdicción había confirmado ser en el siglo anterior la más obstinada ante la irrupción inglesa. Así, los protestantes y unionistas han figurado como la minoría exclusiva, a día de hoy representan un 25%; toda vez, que los católicos/nacionalistas constituyen el 75% restante, pero con el patrocinio de Londres fortalecieron su auge económico y político.

Un matiz bastante significativo, el año al que remito los acontecimientos desencadenados, esto es, 1972, llevaban el timón de lo habido y por haber: suyos eran los mejores puestos laborales y viviendas, y sus hijos concurrían a los colegios de más renombre. A diferencia de los ‘papistas’ o ‘fenians’, como aún califican degradando a los republicanos, una referencia al ‘Sinn Féinz’, un partido político irlandés de ideología izquierdista y activo tanto en la República de Irlanda como en Irlanda del Norte y brazo político del IRA, que incluso tiene restricciones para ejercitar su voto.

La madrugada precedente al domingo del 30 de enero de 1972, el ‘Ejército de Ocupación Británico’ constituido básicamente por protestantes, había realizado una redada por los barrios católicos de Creggan y Bogside, digamos que los más distinguidos, apareciendo vehementemente en los hogares profiriendo injurias y llevándose a sus gentes de manera improcedente. De acuerdo con un método denominado ‘internamiento’, podía prenderse sin más pretextos a cualquier encausado de relacionarse con el IRA o simpatizar con él, hasta arrestarlo sin juicio alguno.

Ni que decir tiene, que las desaprobaciones y reproches eran habituales, pero ese día punteado en el almanaque, los asistentes estaban particularmente acalorados y miles de católicos cada vez más coordinados por los grupos republicanos, optaron por acudir a la manifestación.

Hay que puntualizar al respecto, que la protesta estaba emplazada por la ‘Asociación Norirlandesa de Derechos Civiles’ contra los aislamientos y encierros sin juicio, por lo común de nacionalistas irlandeses en campos de detención. La disposición arrancó en 1968, en una reactivación de la crisis de Irlanda del Norte que tras la ‘Guerra de Independencia’ (1919-1921) se mantuvo bajo la potestad británica.

A su lema intransigente y segregacionista sobre el conjunto poblacional de la Isla de Irlanda se asignaba la tesis de un trance centenario, que al final de la conflagración anteriormente referida tampoco se solucionó. Los convenios de paz incidieron en la desmembración de Irlanda en dos Estados: primero, al Sur, el Estado de la República de Irlanda, y segundo, el Norte, donde resistía la superioridad británica y estaba integrado por el Estado de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Sobraría mencionar en estas páginas, que algunas de los bandos del ‘Ejército Republicano Irlandés’ que lucharon en la ‘Guerra de la Independencia’, no admitieron por ninguna de las galimatías este desenlace definitorio, por lo que, por doquier, los enfrentamientos se prolongaron.

El itinerario predestinado tenía que concluir en el Guildhall, una construcción emblemática dispuesta para conferencias y sesiones, a modo de ayuntamiento y en pleno centro neurálgico de Derry. Pero los soldados pertenecientes al ‘Primer Batallón del Regimiento de Paracaidistas del Ejército Británico’, considerado uno de los cuerpos más implacables, obstaculizó y cortó la vía a la altura de Williams Street y la circulación se condujo hacia el Bogside.

Conjuntamente, algunos jóvenes arrojaban piedras y prorrumpían con injurias a los soldados en medio de una imponente tensión, mientras los protestantes se encontraban en las iglesias del Waterside o contemplaban la televisión. Eran fundamentalistas y ocupaciones tan simples como juguetear en los columpios o cuidar de los jardines, estaban mal catalogadas por la comunidad como un incumplimiento del ‘Sabbath’ o ‘Día de Descanso’, algo que sucede entre los protestantes de la Isla de Lewis, en las Hébridas exteriores de Escocia. De hecho, por comedimiento, aquella jornada habían recibido aviso de no atravesar el río Foyle.

Con un gentío por entero exaltado en el Bogside refutando y rechazando el internamiento y exigiendo el respecto a sus derechos, estando cercados por la milicia y francotiradores en los puntos más elevados de edificios contiguos, espontáneamente se oyeron descargas, hasta un centenar surgidas de rifles modelo L1A1. De inmediato, la masa empezó a precipitarse entre el alboroto y el desorden, a su vez, había quienes auxiliaban a hombres, mujeres y niños desplomados en el suelo sangrando.

Cuando minutos más tarde se hizo oficial el recuento y la noticia corrió como la pólvora, los soldados habían asesinado a trece personas y otra pereció horas después. Los supervivientes declararon cómo los agresores tiraron sin piedad, incluso a los participantes que corrían horrorizados o que cuidaban a amigos o allegados. Además, se produjo el atropellamiento de varios sujetos por vehículos militares.

En los cursos sucesivos, se incendió la embajada del Reino Unido en Dublín.

En otro orden de cosas, las primeras averiguaciones rotularon como detonante de los tiros, que algunos concurrentes se marcharan del recorrido permitido, el cual estaba condicionado exclusivamente a los sectores acreditados como ‘Free Derry’ o ‘Derry Libre’.

Al mismo tiempo, estando inspeccionados por el IRA, allí se agrupaba el vecindario católico-irlandés.

Un componente incuestionable recayó en el descontento y la llamada social que suscitó la investigación secundada por los poderes públicos británicos para el desenredo de unas acciones calificadas de extrema gravedad, por la intervención ignorada del Ejército Británico en una respuesta descomedida ante civiles indefensos.

Cuanto antes se puso en funcionamiento una ‘Comisión de la Verdad’ o ‘Tribunal of Inquiry’, regido, aunque no fuera un Órgano Jurisdiccional por su más alta potestad judicial, el correspondiente al Presidente del Tribunal Supremo.

Lord Widgery (1911-1981), juez y representante que enmascaró la confirmación de lo acaecido y dio consentimiento a la hipótesis conspiratoria del Ejército, de que los primeros balazos se produjeron por terroristas escondidos entre la aglomeración y las tropas procedieron en defensa propia.

Incluso se punteó con el dedo como potencial ejecutor, a James Martin Pacelli McGuinness (1950-2017), un joven activista y ex miembro de la Asamblea Legislativa de Irlanda del Norte y dirigente del ‘Sinn Féinz’.

A tenor de lo dicho, a la Comisión se le inculpó de favoritismo, entre otras lógicas, por no autorizar que se efectuaran las pruebas pertinentes y la infundada urgencia con que se llevó a cabo su cometido, cuando la legislación no le imponía plazo alguno y porque Widgery había ostentado el cargo de oficial del Ejército Británico. El Informe que daba la sensación de encaramar una sentencia de incumplimiento hacia los afectados, diseminó una profunda susceptibilidad a los procedimientos pacíficos que, como las manifestaciones, encomiaban los organismos de derechos humanos.

En líneas generales, se dejó el camino despejado a los métodos del IRA, que igualmente tomó el control de los aniversarios de sucesos como el ‘Bloody Sunday’. Pese a todo, en la década de los noventa algunas proposiciones de la sociedad civil enarboladas por familiares y amigos de las víctimas, con el anhelo de difundir las pugnas sectarias, inspiraron una campaña para reabrir los hallazgos encubiertos.

Esta operación prediseñada de acoso y derribo y el primer mandato de Tony Blair (1953-68 años), confluyó con el establecimiento en 1998 de una segunda ‘Comisión de la Verdad’ que, en la medida en que ayudó a reponer la serenidad y firmeza en los mecanismos del Estado de Derecho, posibilitó el acogimiento de los ‘Acuerdos del Viernes Santo’ (10/IV/1998) por los gobiernos británico e irlandés, aceptado por los partidos para poner fin a este trance, porque la ‘Guerra Civil de Irlanda’ contabilizaba más de 4.600 muertos.

Entretanto, los católicos desentrañaron lo ocasionado como un clara muestra de terrorismo respaldado por el Estado, marcando un punto de inflexión en las metodologías del IRA, al que acabaron incorporándose muchos jóvenes.

Tras largos períodos de ímpetu para llegar a la verdad, las familias lograron una nueva investigación con la denominada ‘Saville’, que demandó nada más y nada menos que doce años y diez tomos para su exposición definitiva, resolviendo que los fallecidos no dispararon ni tenían vínculos alguno con el terrorismo.

Llegados hasta aquí, hubo un momento que marcaría un antes y un después, en 2010, el Primer Ministro David William Donald Cameron (1966-55 años), apareció abiertamente en la Cámara de los Comunes para pedir solemnemente perdón por lo sucedido, reconociendo literalmente que lo ocurrido era “injustificado e injustificable”. También, que ninguno de los que habían sido tiroteados por el Ejército, “representaba una amenaza de muerte o de lesiones graves”. Tal y como especifica el Informe, “en ningún caso se dio aviso antes de que los soldados abrieran fuego”.

De esta manera, el ‘Bloody Sunday’ simbolizó un cambio de paradigma en la actitud de las autoridades británicas. Si bien, aunque a dieciocho exparacaidistas se les acusó en la Fiscalía de Irlanda del Norte, a ninguno se le dictaminó y únicamente en fechas cercanas se ha abierto un juicio contra uno de los soldados que tomó parte en el tiroteo, que actualmente tiene más de sesenta años y cuya identidad se esconde bajo el nombre ‘F’.

Por otra parte, con anterioridad a que se pusiera en marcha la investigación se había llegado a un acuerdo con el Fiscal General para que ninguna de las pruebas alegadas por los soldados pudiera incriminarlos.

Sin embargo, los representantes británicos continúan sin escapar de los reproches de colonialismo, porque lo que asumieron con los ‘Acuerdos del Viernes Santo’, estuvo en dar luz verde a una alternativa de paz cuyo carácter de proceso les habilita prorrogar el statu quo.

Del mismo modo, se eximen de la censura de parcialidad, al adoptarse una actuación que no les incumbe: el de intermediarios de un conflicto del que constantemente son y siguen siendo protagonistas, aunque se haya mostrado a los ciudadanos norirlandeses como único responsables y a su disección en dos grandes comunidades incompatibles: católicos irlandeses y unionistas probritánicos protestantes.

En consecuencia, aquella matanza retratada como ‘Bloody Sunday’ o ‘Domingo Sangriento’ que pretendió ocultar y echar por tierra el Gobierno Británico, enardeció en Irlanda del Norte la violencia sectaria entre católicos irlandeses y unionistas protestantes.

A día de hoy, tras un escabroso trayecto de acusaciones y movilizaciones en los que se han distado casi cuatro décadas, los familiares de las víctimas no han cejado en su empeño para que los criminales sean evaluados debida y verdaderamente, aunando fuerzas en la exigencia de la verdad y justicia.

A resultas de todo ello, el ‘Informe Saville’ objeta la teoría amparada por los republicanos de que aquella escabechina fue un complot del Gobierno y del Ejército Británico.

También, evita emitir sobre si tiene que haber o no procesamientos judiciales de los autores: un argumento que se estima imposible, porque está en manos de la fiscalía de Irlanda del Norte.

La documentación de 5.000 folios detalla que los soldados no difundieron ninguna señal de prevención a los manifestantes antes de abrir fuego. Como ninguno de los miembros vinculados al ‘Regimiento de Paracaidistas’ disparó para contrarrestar los amagos de piedras o botellas incendiarias.

"Conocido como 'Bloody Sunday' o 'Domingo Sangriento' y acontecido el 30/I/1972, medio siglo más tarde, esta tragedia contribuyó a atizar la implacable campaña durante las violentas décadas venideras y retrasó las posibilidades de cualquier atisbo de paz"

Al igual, que algunos de los extintos o heridos solo pretendían abandonar el lugar de los enfrentamientos, o socorrer cuanto antes a las víctimas que quedaron maltrechas o pereciendo. Hasta entonces, la interpretación del Ejército Británico se sustrajo que sus hombres contestaron a los disparos repeliendo las agresiones de pistoleros y terroristas.

Hay que recordar al respecto, que una investigación anterior dispensó a los militares de toda culpabilidad e incriminó a las víctimas de ir armadas, induciendo a la reprobación internacional.

Luego, el ‘Tribunal de Lord Saville’ desecha que cualquiera de los disparos encajase en una artimaña planeada o de una maquinación del Estado.

Lo cierto es, que las deducciones testifican que los soldados de ningún modo debieron adentrarse en Bogside, por antonomasia el distrito católico y donde erradamente presumieron estar siendo apuntados por el IRA. La consigna partió del coronel Derek Wilford y sus subordinados quedaron a merced de los disparos realizados al aire por un teniente como indicación, que inmediatamente confundieron imaginando que el fuego era proveniente de los republicanos.

Mismamente, el Informe valora que, si bien ninguna de las víctimas se encontraba armada, probablemente lo estuviese McGuiness, por entonces segundo en la conducción del IRA, aunque no recurrió a ella ni ofreció supuestos motivos para que se abriera fuego.

Las consecuencias de aquella feroz contención aparejaron enormes secuelas, agigantando el rescoldo y aborrecimiento hacia las filas del Ejército y encolerizando la violencia de la crisis en los años sucesivos.

Prueba de ello es que el arrebato prosiguió en semanas posteriores, cuando el IRA coordinó un acometimiento de desquite en los acuartelamientos del ‘Regimiento de Paracaidistas’ en Aldershot, a sesenta kilómetros de Londres. Su tentativa de eliminar a los integrantes quedó en agua de borrajas, pero, por el contrario, fallecieron cinco mujeres, un sacerdote y un jardinero, todos desempeñando labores en estas instalaciones.

No cesando en sus maniobras de resarcimiento, primero, a principios de marzo otro artefacto detonó en un pub de Belfast, ‘El Abercorn’, cuando este se encontraba muy concurrido. Dos muchachas perdieron la vida y otras setenta sufrieron importantes heridas; además, tres perdieron un ojo y cinco padecieron mutilaciones.

Y segundo, pasadas dos semanas ocurrió otro atentado, siete personas murieron por el estallido de un coche bomba que el IRA había dejado estacionado en Donegall Street, cerca del centro de Belfast. La deflagración dañó a ciento cincuenta individuos, alcanzando a muchos que escapaban de la advertencia de otro explosivo en una paso paralelo.

Finalmente, este es el balance soterrado de una página enlutada que jamás debió originarse. Desenmarañar la verdad pueda dar origen a un sumario, a veces, interminable y punzante y, en esta ocasión, las Fuerzas Armadas Británicas no estuvieron a la altura de las circunstancias.

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