Es imposible no emocionarse con los testimonios de las melillenses Ana Rodríguez, donante y receptora de sangre; e Irene Montoya y Rachida Salah, dos madres cuyos hijos necesitan transfusiones periódicas de sangre, porque evidencian cómo un acto altruista, como lo es la donanción de sangre, salva vidas humanas a diario.
Rachida descubrió que sus dos niñas gemelas nacieron con una talasemia mayor, un trastorno de la sangre hereditario que ocurre cuando el cuerpo no produce la cantidad suficiente de hemoglobina, una proteína que es parte importante de los glóbulos rojos, el día que las llevó de urgencia al hospital.
Desde entonces, que tenían apenas seis o siete meses de edad, sus hijas dependen de las trasfunciones de sangre para vivir. Al principio, debían recibirlas mensualmente, pero, en la en la medida en que han ido creciendo, las han necesitado más a menudo: primero, cada 15 días; y ahora, cada diez.
Para esta madre, que como su esposo padece de una talasemia menor, no tan compleja como la de sus niñas, ha sido todo "muy duro". Sin embargo, agradece notablemente emocionada "a la gente bondadosa que dona sangre" porque gracias a ella "mis hijas viven y están haciendo una vida normal; han sacado sus estudios y dentro de nada van a trabajar". Además, elogia la labor de hematólogos y enfermeros, y pide a la población que done sangre porque hay muchas otras personas enfermas.
Algo parecido es el caso de Irene, cuyo hijo también padece de una talasemia más grave que la suya y necesita una transfusión de sangre cada dos semanas. Aunque ella misma no puede donar porque esta enfermedad se lo impide, en su familia hay varios donantes. Igualmente conmovida, explica que su niño necesita de estas donaciones de sangre de por vida o "hasta que se le haga un trasplante". Ellas permiten que su hijo pueda llevar una vida "completamente normal", con la única condición de ir cada medio mes al hospital.
Por su parte, Ana es donante desde que hace muchos años la mujer de un compañero del Colegio de Abogados se puso enferma y necesitó plaquetas. Entonces, desde el propio colegio pidieron que el que pudiera donara sangre, sobre todo del grupo 0, que es el grupo de Ana, y ella no dudó en hacerlo.
Pero no fue hasta que le tocó vivir esta experiencia como receptora, que pudo comprobar "mejor que nunca" la importancia de una donación de sangre. Ana tuvo cáncer y sus defensas bajaron de manera tan significativa que le hicieron falta "muchísimas transfusiones".
Hoy, también como presidenta de la Asociación Española Contra el Cáncer en la ciudad autónoma, Ana anima a los melillenses a convertirse en donantes para que el banco de sangre "tenga siempre cubiertas sus necesidades porque en cualquier momento lo puede requerir cualquier persona". De hecho, los pacientes de cáncer necesitan en muchas ocasiones de estas donaciones.
Además, Ana resalta que no se ha sentido mal cuando ha donado, sino que "le ha sentado bien" porque tiende a tener el hierro muy alto y el donar sangre beneficia su salud porque le permite regular los niveles de hierro en sangre. "No he notado nunca ni la más mínima molestia", asegura sobre tan noble gesto.
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