Desde que estoy en política he asistido de cerca a innumerables comentarios provenientes de señores que arremeten contra las mujeres que ocupamos cargos de responsabilidad. Esto no es nuevo y no solo pasa en nuestra ciudad. Lamentablemente hemos presenciado innumerables ejemplos a nivel nacional e internacional.
No es infrecuente que la manosfera saque a pasear cualidades personales de las mujeres que ocupan cargos de poder y que nada tienen que ver con su gestión o capacidad de liderazgo. Hombres que escriben o hablan desde distintas plataformas o foros, sean prensa escrita, sea a golpe de Facebook o Twitter o ante los micrófonos de Ruedas de prensa o en alguna Asamblea.
Y digo hombres hacia mujeres porque no es casualidad que estos ataques personales que son falacias ad hominen, no se adviertan jamás ni de la misma forma hacia sus congéneres masculinos. Nunca, no así, no aludiendo a la ropa que usan, al maquillaje, a su sonrisa, o a su tono de voz, a madrastras, a cuentos infantiles, a venenos, veleidades u otras pócimas que nada tienen que ver con la crítica objetiva e inteligente a la gestión y que es legítima, sino que versan sobre aspectos absolutamente irrelevantes para la ciudadanía más propios de cotilleo de patio.
Engrosa esta subcultura misógina el Síndrome de Casandra: las mujeres deliramos, estamos confusas, somos manipuladoras, maliciosas, conspiradoras, congénitamente mentirosas o todo a la vez. Centran estos hermeneutas de las medias verdades el objeto de sus iras o críticas en cuestiones del microcosmos más prosaico que a ellos les parecen cruciales: el escote de Merkel, el look "poco maternal" de Rachida Dati al salir del hospital a los pocos días de dar a luz por cesárea, el sujetador o no sujetador de Ione Belarra, o la vestimenta de la ex primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, que tuvo que luchar contra todos los prejuicios por su físico y por su estilo al vestir y que le valió el apodo de Gucci Helle, como a la Delegada del Gobierno de Melilla, Sabrina Moh, se la llama de Prada o de Shein y en cada aparición pública se comenta su vestimenta.
Qué previsible todo y qué hartazgo. No entendemos bien y estoy segura de que la ciudadanía tampoco, cuál es la relación entre la credibilidad como políticas y la ropa que llevamos.
Pero es inevitable relacionar este tipo de actitudes con otras como cuando el ministro de Exteriores de Uganda, se saltó el saludo protocolario a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, con las palabras de Feijoo cuando dijo “Viendo a la vicepresidenta que lleva el empleo, de maquillaje sabe mucho” o con que anteayer mismo los agricultores de La Rioja le escriban a la Delegada del Gobierno de este territorio, “No nos intimidará la perra de Sánchez, somos lobos”. No son hechos aislados, no, no es casualidad.
El objetivo de estos ataques es presentar a las mujeres como poco confiables, poco inteligentes o demasiado sentimentales o malvadas para ocupar un cargo y participar en la política. El objetivo es silenciarlas, aleccionarlas o mandarlas de nuevo al ámbito privado y no se las vea.
La desinformación de género distorsiona la imagen de las mujeres políticas y disuade a las mujeres de aspirar a carreras políticas, este es el objetivo principal porque a nadie le va en el cargo esto.
A cualquier ser humano se le agriaría el café y la vida por la impotencia que supone que hablen de ti por cuestiones que no atañen a tu valía política o de gestión sino por la talla del vestido, por si sonríes o no, por si eres la malvada madrastra o con millones de datos gazpacho que no entran ni deberían entrar en el juego de lo público, incluidas cuestiones familiares.
Hacer alusión en un Pleno al volumen de voz de una mujer, o a su histriónica forma de hablar, que nos recuerda a las acusaciones de histerismo ya obsoletas de antaño, nos remueven las entrañas, cuando nosotras tratamos de esforzarnos en aguantar los modos déspotas, a veces macarras o mafiosos y de violencia verbal o los tremendamente tediosos de los adversarios de bancada.
Decía que esto que vemos, que oímos y que recientemente hemos leído en un artículo dedicado a la Delegada de Gobierno, la primera mujer Delegada de nuestra ciudad, no son hechos aislados, es una construcción cultural evidente que no soporta otros modos de hacer política y que se arroga la prepotencia y el mansplainning continuo para subir a determinados atriles desde donde aleccionar casi siempre desde el paternalismo, la condescendencia o sencillamente la “mala baba”. Se llama machismo, y es el de siempre, y aunque se esconda es el de toda la vida, es transversal, a la derecha y a la izquierda y deforma y distorsiona lo que toca.
Muchos de estos “señoros” nos tratan a las mujeres como si no supiéramos de qué va el mundo, probablemente para evitar que su mundo cambie, pero es que el mundo ya ha cambiado y ya podemos reconocer y denunciar estas actitudes, ya reconocemos su olor y su sabor y nos dan bastante alergia y absoluto rechazo. La crítica y la disidencia política es bienvenida siempre y no les pedimos indulgencia por ser mujeres, ni que les caigamos bien o les guste lo que hacemos, pero no nos dibujen lo público como un terreno hostil o inapropiado y traten de expulsarnos de allí en base a nuestro color de pintalabios, con mitos de Pandora o aludiendo a nuestra talla de cintura, solo les pedimos respeto y elegancia. Lean bien la partitura, ¿o no aprendieron nunca música y solo saben hacer ruido?
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