Mujer es todavía sinónimo de desventaja en demasiados ámbitos de nuestra sociedad, pero lo es más aún el Tercer Mundo. Sin embargo, como en otros muchos parámetros que distinguen ambos escenarios, en este tampoco tiene nada que ver nacer a un lado u otro de la frontera que separa la miseria y el progreso.
En esta parte, el absurdo machismo y las irracionales consecuencias en las que desemboca están asumidas como un problema social. A diferencia de lo que pasaba hace años, ya no es admisible desentendernos de las mujeres que son víctimas de la más inadmisible de las violencias. Ahora no se tolera que las agresiones se queden en la intimidad del hogar, como si fueran únicamente un asunto entre dos personas. Hasta no hace mucho tiempo, a la falta de la condena social se sumaba la falta de apoyo a la víctima, lo que convertía a ésta en sujeto de una doble injusticia al verse agredida y desamparada. Nuestra sociedad ha aprovechado el transcurrir de los años para avanzar. Ayer Melilla dio un paso más al conocerse la próxima creación de una unidad forense para valorar los casos de violencia de género en nuestra ciudad.
El anuncio coincidió en el tiempo con la intervención de Milagrosa Núñez en unas jornadas sobre las víctimas de trata. Esta responsable de Cruz Roja, experta en inmigración, señaló que estas mujeres sufren el problema del machismo en sus países de origen, en los de tránsito y en los de destino. Da igual que salgan de la miseria para llegar al Primer Mundo. A lo largo de toda la ‘travesía’ el problema les acompaña hasta concluir su viaje. Y cuando se encuentran entre nosotros, continúan siendo víctimas del machismo, en su caso agravado por la acción de organizaciones mafiosas que se aprovechan de su situación de desamparo. Sus circunstancias se asemejan a las que vivían en nuestro país todas esas mujeres que soportaron una existencia con la presencia constante de los malos tratos. Entonces tampoco éramos capaces de ver lo evidente, ese abuso y esa violencia que hoy nos escandalizan.
Ahora, aquella situación se repite en muchas mujeres inmigrantes víctimas de una explotación ‘justificada’ sólo por su posición de debilidad y la falta de escrúpulos de quienes se aprovechan de ellas. En este caso hay muchos culpables. Lo más sencillo es apuntar y condenar a las organizaciones mafiosas como máximas responsables. Esto nos permite hoy, como ocurría hace años, mirar hacia otra parte para no ver culpa en los ‘clientes’ de estas mafias y ni en quienes cierran los ojos ante esta injusticia.
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