El público ocupó algo más de media entrada del coso melillense, en una tarde triunfal, donde el novillero local cuajo una gran faena con su segundo, de nombre ‘Pajarraco’.
Cuando las tardes taruinas son triunfales de verdad, es decir, cuando los diestros se entregan, cuando el ganado es manejable, cuando el palco presidencial actúa con rigor y ciencia y cuando, lo más importante, el respetable disfruta, podemos decir que los toros, la Fiesta Nacional, merece la pena.
Ha ocurrido en la Mezquita del Toreo, una novillada –con ejemplares de San Miguel que parecían toros cuajados–, un acontecimiento hermoso rematado con la salida a hombros por la puerta grande de la totalidad de la terna, ergo, Francisco Ramón Pajares, José María Arenas y el melillense, cada vez más torero, Adolfo Ramos.
Algo más de media entrada de aforo en el coso presidido por don Antonio Gutiérrez Molina, siempre respetuoso con las decisiones del público y riguroso en las suyas propias. Ni media palabra o epíteto de protesta o crítica.
Pajares
El primer toro, 'Fontanito', correspondió a Pajares, de lila y oro, lo recibió muy bien de capote e instrumentó una faena aseada, con riesgo y veteranía novilleril. El novillero, como el resto de compañeros puso el oficio y el novillo poca cosa. Mató de pinchazo y estocada y cortó una oreja que paseó por el redondel melillense.
Su segundo era otra cosa. El cuarto de la tarde, de nombre 'Gargantón', no paró de quejarse a lo largo de todos los tercios. Cierto es que fue mal picado. Con semejante alimaña, Franccisco Pajares sacó lo mejor de su sentido torero y cuajó una impensable faena basada fundamentalmente en su mano derecha. Certera estocada y oreja, ya tenía abierta la puerta grande.
Arenas
José María Arenas, de celeste y oro, vino de Albacete a Melilla para volver a encender los tendidos. Dos grandes faenas a 'Murguero' y a 'Miraguano' levantaron el aplauso de los melillenses. Pero es que, además puso banderillas a los dos novillos. En el segundo, a petición del respetable, hasta cuatro pares de rehiletes. Hubo de todo: banderillas al encuentro, al violín, al quiebro, desde tablas... un recital que abrió el corazón de los aficionados. Dos orejas de su primero y una al segundo le convierten en el triunfador de la tarde.
Ramos
Adolfo Ramos, de corinto y oro, el esperado. No tuvo suerte el melillense con su primero, 'Rabieta', un negro gragado mulato indeciso y con bastante peligro. Adolfo está todavía convaleciente de su cogida en La Malagueta e hizo lo que pudo, eso sí, con decisión y valentía. La faena de muleta fue apreciable pero falló en la suerte suprema: un metisaca que hizo guardia y retiró Ramos en un alarde de vergüenza torera, dos pinchazos y estocada. Fue aplaudido.
El novillero melillense no iba a consentir salir a pie de la Mezquita del Toro. Así se empleó a fondo con su segundo 'Pajarraco' –vaya nombre– y toreó bien con el capote, coordinó la llegada al caballo y, luego, brindado al público dibujó una de sus mejores faenas al novillo colorado, con ambas manos, con quietud, con arte, con una serenidad y claridad de ideas impropias de su corta edad. Y se lanzó a matar con todo, tanto que sufrió un topetazo sin consecuencias a la hora de la verdad. Dos orejas a ley.
Estoconado que acabaó con la vida del novillo casi sin puntilla y, lógico, pasión en los tendidos. Adolfo Ramos tuvo el detallazo de brindarle su primer novillo a Antonio Criado Luque ‘El Goy’, quien recibió la montera de su compañero y amigo con lágrimas en los ojos.
En fin, en Melilla se ha escrito una historia taurina de lujo, de alcance, de categoría y de vistas al futuro porque la eclosión de la novillada puede verse complementada y acaso mejorada con la presencia de Enrique Ponce, Morante de la Puebla –que sustituye a Cayetano Rivera– y Leonardo Hernández a caballo. Todo un lujo.
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