El Servicio Jesuita a Migrantes informó a El Faro que durante la jornada del jueves “nuevamente hubo protestas y tuvo que intervenir la Policía”, ya que esta no sería la primera vez que tiene una lugar un momento de tensión durante la cuarentena en el centro. El SJM contó que varias personas, que prefieren guardar el anonimato, comparten que la tensión y conflictos entre comunidades del CETI aumentan conforme pasan los días.
“El pasado día 29 se pelearon los egipcios con los tunecinos. Vinieron cuatro coches de la policía y unos 15 o 20 agentes. Los vigilantes intervinieron también. Un chico sirio que duerme en las Jaimas salía de la ducha en ese momento y la policía se creía que era egipcio o tunecino y le dieron con gas en la cara y tuvieron que llevárselo puesto que acabó con la cara quemada. Al final expulsaron a varios tunecinos y egipcios del CETI”, relataron.
Asimismo, contaron desde el SJM, otro ciudadano que prefiere preservar su identidad nos mencionaba lo siguiente: “Durante estos días muchos internos se están manifestando ante la Administración del CETI solicitando una salida a península y la policía y vigilantes están ejerciendo violencia contra ellos, utilizando porras incluso contra las mujeres. Dime si esto es forma de vivir’’.
Y estos conflictos no son la única dificultad a la que se enfrentan las personas allí hacinadas. M.S y su mujer, que salieron de siria huyendo de la guerra en el año 2013, tienen un problema añadido, se encuentran separados de su hijo pequeño que se encuentra desde hace unos meses en el centro asistencial Gota de Leche: “¿Cómo puede separarse a un hijo de sus padres? Estamos muy mal. Si hubiese conocido esta situación hubiese preferido vivir en la basura de Marruecos. La pareja asegura que “no están tranquilos”, pues viven preocupados por saber cómo se encuentra su hijo y les hubiese gustado “este tiempo difícil juntos hasta que las pruebas de ADN den positivas”.
Aseguran que llevan meses separados de su pequeño y que no saben hasta cuándo tendrán que estar separados de él, aunque hayan intentado de todas las formas posible averiguar algún dato sobre el asunto.
“Siempre nos dicen que pronto estaremos juntos, pero ya llevamos mucho tiempo esperando”. La angustia de los dos padres llega hasta el punto de que manifestasen que “mi mujer y yo vamos a ponernos en huelga de hambre y si no me quemaré yo mismo para ver si así nos hacen caso. Todo tiene su límite y nuestra paciencia también”.
En otra ocasión, el SJM contó que M.S. les confesó que “no me podía imaginar que España pudiese separarme de mi hijo y que pudiese llegar a hacer sufrir a mi familia tanto. Salimos de Siria huyendo de la guerra y creíamos que en Europa se respetarían nuestros derechos humanos. Odio estar aquí. En los países árabes no tratamos a la gente así. No pienso quedarme en España”.
Además de estas cuestiones, el día a día se hace más duro para las casi 2.000 personas que allí cohabitan. Cuentan que no tienen acceso al wifi para poder contactar con sus familiares y que solo pidiendo favores a aquellos “más afortunados” que sí tienen conexión, pueden hacer.También cuentan que ya no hay actividades programadas, excepto unas tareas de castellano para hacer estos días. Todo esto, sumado a la falta de información sobre cuánto va a durar el estado de alarma, hace que la sensación que tienen de aislamiento aumente, según explicaron. “Asimismo, se agobian por la escasez, poca variedad y a veces, mal sabor de la comida que preparan en estos días. A algunos les gustaría salir a comprar alimentos y cocinar la comida que les gusta y a la que están acostumbrados”.
Respecto a la sanidad dentro del recinto, los residentes manifestaron al SJM “su enorme preocupación por no poder cumplir con las normas más básicas de higiene y seguridad que desde el Gobierno se está exigiendo”.
A.S., nacional sirio, teme al contagio, que enfermen su mujer e hijos pues, como todos nos repiten: “Si hay tan solo una persona infectada en el CETI, el CETI entero acabará infectado”. Nos explicaba: “No hay mascarillas ni guantes. El jabón de los baños se gasta rápidamente. Los baños están sucios de forma constante por la inmensa cantidad de personas residentes en el centro. Las colas para poder entrar al comedor son interminables (entre una y tres horas) y todos estamos juntos esperando en fila sin guardar la distancia de seguridad: ¿cómo no vamos a infectarnos?”, expresó.
Josep Buades, coordinador del equipo de SJM-Frontera Sur, contó al respecto que “siempre podemos ponderar los esfuerzos de la dirección del CETI por mantener las mejores condiciones de vida”. Aún así, Buades matizó que “objetivamente, y pese a todos los esfuerzos, no pueden estar bien. Es normal que aumente la tensión. La única alternativa es la descongestión. Y eso implica traslados a la Península, siquiera como recurso extraordinario en tiempos de excepción”.
Después de las protestas que hubo dentro del CETI, Buades declaró que “urgen medidas para descongestionar el CETI que duplica su capacidad: traslados a Península u otros espacios en Melilla…”.
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