Desde Ucrania hasta Taiwán, Eurasia se ha erigido en el meollo de un gran choque de placas tectónicas entre importantes actores. Llámense, los Estados Unidos de América, la República Popular China y la Federación de Rusia. Si bien, ‘Eurasia’ o ‘Euroasia’, es un vocablo que concreta la superficie territorial sobre la placa litosférica euroasiática que se prolonga desde el Reino de España hasta China y engloba los continentes anexos de Europa y Asia. Y dada esta extensión geográfica, puede contemplarse como una gran amplitud de tierra o un supercontinente, porque físicamente ambos forman una sola unidad.
Dicho esto, el entorno político internacional se encuentra apocado persistentemente por el conflicto de tira y afloja entre una potencia emergente, esta es China, y la potencia reinante, Estados Unidos. Atreviéndome a encuadrar este escenario en un conflicto inter imperialista. No cabe duda, que la estructura social del gigante asiático es específico, pero la magnitud del rompimiento en la secuencia entre el régimen maoísta y el de Xi Jinping (1953-71 años) se encuentra claramente ilustrado. Indiscutiblemente, existe cierto debate en este recinto y el fundamento de imperialismo contiene diversas distinciones efectivas.
Con lo cual, es factible examinar los conflictos geopolíticos presentes conservando la cautela sobre el estado de desenvolvimiento de la sociedad china o rusa, sin que tergiverse esta disertación, a menos que se presuponga que los regímenes de Vladímir Putin (1952-72 años) y Xi Jinping, despuntados de contrarrevoluciones, continúan catalogándose en la línea progresista.
En opinión de diversos analistas, el conflicto habido entre la potencia emergente y la primera potencia mundial, configura un marco tradicional. Pero con el matiz, que hay que determinarlo en su argumento histórico. El entresijo actual corresponde a una crisis mundial sin precedentes que nos ha sumergido en la globalización capitalista. Luego, es imprescindible hacer hincapié en estas líneas, el lugar característico que representa Eurasia en la geopolítica global.
Con estas connotaciones preliminares, el juego de tronos se despliega en la totalidad del planeta, pero por raciocinios históricos y geoestratégicos adopta una clarividencia inconfundible en Eurasia. Obviamente, esta zona económica de singular trascendencia con China en el centro neurálgico, se circunscribe al oeste con el Atlántico Norte y con la zona Indo-Pacífica al este y desde donde China puede proyectar sus intereses hasta el Pacífico Sur.
Recuérdese al respecto, que este continente se convirtió en la flor y nata de las sacudidas contrarrevolucionarias del siglo XX, en las que concurrieron China, Rusia, Vietnam junto a otras naciones de la región y Europa, experimentando vehementemente el rastro del nazismo, el estalinismo, la desmembración en bloques y cómo no, el desgarro de las guerras.
Por lo tanto, me refiero a un continente punteado por un período escabroso, donde la amenaza nuclear es universal, pero Eurasia carga sobre sí el lastre de ser el cartel de los puntos caldeados y donde quienes poseen esas armas comparten una frontera común. Tómense como ejemplos los casos concretos de Rusia y los miembros de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), en el oeste; la República de la India y la República Islámica de Pakistán, en el centro; Taiwán (China-Estados Unidos), en el sur y, por último, la Península de Corea, en el este. No obstante, ese pasado ya no consta. En la década de los ochenta, el revés internacional militante facilitó el rumbo para la propagación de la contrarrevolución neoliberal y la globalización capitalista.
“Trump, ni mucho menos es un estratega a usanza. Al contrario, su método se parece más al de acoso y derribo: amedrentar, imponer y rebelarse por instinto salvaje”
Pero aun cuando la terminología y los destellos de la Guerra Fría (1947-1991) han vuelto a aflorar en réplica a la invasión rusa de Ucrania (24/II/2022), este cuadro claroscuro podría dar la sensación de quedar un tanto remoto de la realidad que subyace. En tanto, Rusia y China se asientan en el mismo mercado que Europa y Estados Unidos y una de las materias pasan por las objeciones suscitadas por los conflictos entre diversos actores, en un universo interdependiente comandado por la libre circulación de mercancías y capitales.
Dejando atrás el rastro sempiterno de la Guerra Fría, es evidente que una vez más Eurasia se ha convertido en la órbita de una pugna afilada entre las grandes potencias: desde la recalada al poder de Xi Jinping y en el este en torno a Taiwán; o como inicialmente he mencionado, en el oeste, desde la invasión de Ucrania.
Queramos o no queramos y por antonomasia, Estados Unidos continúa figurando como la primera potencia militar, pero esto no comporta que se encuentre en una disposición de supremacía íntegra. Esta primacía estriba entre algunos, de la naturaleza del teatro de operaciones junto a la seguridad de los aliados, como de la coyuntura política interna y la logística.
Y en cada uno de los frentes euroasiáticos, Estados Unidos se ha encontrado en una posición delicada. De hecho, otros expresidentes americanos hubiesen deseado retocar el pivote del sistema político-militar norteamericano en Asia. Pese a ello, embotellado en la trastienda de Oriente Medio, no pudieron verlo cumplido. Pero quien salió beneficiado, Pekín, se valió de esta ocasión puntual para afianzar su hegemonía, sobre todo, en el Mar de China Meridional, en el que anunció su soberanía sin tener en cuenta lo más mínimo los derechos marítimos de los países ribereños.
Además, el país asiático explota a más no poder la riqueza económica de estas aguas y sin complejos ha establecido una serie de islas artificiales sobre arrecifes que hospedan una trabada red de bases militares.
En su primer mandato, Donald Trump (1946-78 años) fue alegóricamente un cero a la izquierda de llevar a término una política acorde sobre China. Mientras que Joe Biden (1942-82 años) pretendió dar un vuelco de dirección en Asia-Pacífico, pero hubo de hacer frente a un hecho consumado.
Según y cómo, un conflicto en el Mar de China meridional se volvería favorable para la Administración de Pekín, al valorar que esgrimiría al máximo las fortalezas de su armas de ultimísima generación, más la potencia de fuego fusionada en un sector marítimo y radio costero enteramente militarizados. La inmediación de bases continentales, así como las oportunidades logísticas que facilita una restaurada red de carreteras y ferrocarriles, es un hecho confirmado.
Y es que la incesante política de rearme de los frentes es una dificultad significativa, mucho más asequible de solventar para Pekín que por Washington. El Pentágono encara un álgebra engorrosa para componérselas.
Del mismo modo, hay que tantear en la balanza que China no está curtida en la guerra moderna. El modus operandi maoísta, con el ejército y la movilización popular como contrafuertes, era básicamente de impronta defensivo. Xi Jinping realza las propiedades de una potencia militar con la marina como su máximo exponente. Con todo, el armazón de tropas, dotación, invulnerabilidad y concreción de armas, como su canal de mando, articulación logística, sistema de información e inteligencia artificial, jamás se han desenvuelto en una situación real y su flota de submarinos sigue implicando el aspecto más deleznable.
En el instante de la invasión de Ucrania, Washington se atinaba en una fase frágil en el viejo continente. Por entonces, parece que Rusia tramaba tanto económica como militarmente lanzarse a una ofensiva en el frente europeo. Aunque Putin aguardaba un triunfo fulminante y la subsiguiente inanición de la Alianza Atlántica, tenía otros empeños y entendía que la presión en sus límites fronterizos sería continuo.
Tras el fiasco de Afganistán (30/VIII/2021), la OTAN no transitaba por los mejores momentos y sus fuerzas no se centralizaban en las divisorias rusas. Y por si fuera poco, Trump quebró los marcos occidental de cooperación multilateral. La imposibilidad de la Unión Europea (UE), negada a disponer por lo menos de una diplomacia afín hacia China y Rusia, era incuestionable. A ello hay que sumar, que con la salida del Reino Unido de la UE (Brexit, 31/I/2020)), la cooperación entre los dos países que aglutinan un ejército de intervención (Francia y Gran Bretaña), se detuvo y sus medios quedaron restringidos. Téngase en cuenta, que las fuerzas galas no disponen de autonomía estratégica, pues estriban de Washington para el Servicio de Inteligencia.
En estas circunstancias definidas la guerra de Ucrania se ha convertido en una eventualidad geopolítica de primer orden que ha instado a realineamientos geoestratégicos mucho más indefinibles que los que cabría sospecharse. Tras la invasión de la que se acaba de cumplir su tercer aniversario, Xi Jinping y Putin, expresaron a bombo y platillo un acuerdo de cooperación estratégica. Sin embargo, Pekín no optó por atacar Taiwán, desplegando un segundo frente belicoso, a pesar de que el momento en el tablero podía serle propicio coyunturalmente. En realidad, China empezó exhibiendo en la ONU una actitud algo ponderada, pero sin desligarse expresamente de Moscú, como tampoco puso trabas con relación a la primera condena de la invasión, e incluso sostuvo que habrían de respetarse las fronteras internacionales.
Pero, ¿por qué este aparente comedimiento? Sin duda, el primer indicativo remolca el recoveco militar, porque Taiwán resulta un inconveniente en el Mar de China y del que Pekín aspira soslayar. Los ciento veinte kilómetros de ancho que conforman el Estrecho, desenmascaran que una hipotética invasión sería temeraria. Seguramente, Taiwán dispone de los medios convenientes para hacer frente, mientras se aproximan en su ayuda las fuerzas norteamericanas. Aparte de los avances efectuados, según los expertos, la fuerza aeronaval de China no está todavía capacitada como para enfrentar un escenario como el descrito.
La segunda evidencia destapa que los intereses rusos y chinos no siempre encajan a la perfección. Esta alianza se fragua en la tesis defensiva y Rusia acapara una experiencia que China pretende hacer valer. Algo así, como cuando formó parte de los ejercicios militares conjuntos en Siberia. Sin inmiscuir, el forcejeo histórico más allá del fondo visible del conflicto fronterizo sino-soviético (2-III-1969/11-IX-1969), traducido en un incidente armado por el control de la frontera del río Amur. Hoy, con el impulso de Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda, el influjo chino se ha fortalecido en Asia Central, en una demarcación que Putin codicia. La invasión de Ucrania pone al descubierto las atracciones chinas en Europa Oriental y Occidental. No hay que descuidar las pretensiones europeas en nombre de las tendencias de Moscú. Aunque el trasfondo más peyorativo para Pekín sería toparse solo, un cara a cara, ante Washington.
Y tercero, el acomodo de Xi Jinping dentro del Comité Central del Partido Comunista de China (PCC), no está amarrado de lleno. Años después, todavía deambulan los reproches a su gestión por la crisis epidemiológica. El Estado Mayor del Ejército no ha asimilado las purgas a las que se expuso. Las fracciones descartadas de los órganos de poder de manera tajante, están dando tiempo al desquite. Además, el mandatario chino impuso una reforma constitucional que le habilita perpetuarse como presidente el tiempo que considere oportuno, pero un país no se dirige al puro estilo del ‘Sargento de Hierro’ y su situación es quizás más quebradiza de lo que pueda parecer.
Si de por sí, la suerte de Biden era embarazosa con la invasión de Ucrania, sin una mayoría práctica en el Congreso de los Estados Unidos y bajo la intimidación de la marea negra del trumpismo, como así sucedió, desde entonces el contexto iría oscureciéndose para la Casa Blanca.
Años más tarde se está al corriente cómo la extrema derecha americana ha estado amasando la envolvente para apropiarse de las instituciones, al igual que se está al corriente de la fuerza de gravedad de la ideología política trumpista que materializó el asalto del Capitolio (6/I/2021).
Aunque prosigue la incógnita como unos cuantos individuos pudieron imponer su tiranía, atomizando la actividad habitual del Tribunal Supremo, embistiendo los derechos reproductivos, acorralando el programa de lucha contra el calentamiento global y pregonando que aquello era únicamente el comienzo y no el fin, y que su arremetida oscurantista se extendería a otros ámbitos como ocurre tras el regreso de Trump a la presidencia.
En otras palabras: franqueamos una crisis en toda regla de congoja democrática.
“A las claras y como denoto en el título de este relato, estos vectores de fuerzas concéntricas fuerzan a un realineamiento geopolítico”
La mundialización mercantil se ha estancado, aunque no sea el caso de la globalización financiera. Sabemos que la geopolítica analiza la similitud entre las variables intervinientes, pero Eurasia ha deparado otros ingredientes geopolíticos de envergadura. Fijémonos sucintamente en los efectos demoledores de la pandemia causada en China y, por doquier, extendida a Europa.
La celeridad con la que el virus se convirtió en enfermedad epidémica se revela entre otros, por el desliz de las autoridades chinas a la hora de operar, o la concentración del comercio en el capitalismo a escala global y cómo no, las peculiaridades concretas del virus. Principalmente, por el potencial demoledor de desencadenar otras variantes y trascender en poco más o menos, la totalidad de los sistemas orgánicos (pulmonar, digestivo, sanguíneo y nervioso).
Con lo cual, con el acontecimiento desgarrador de la crisis epidemiológica, además de la crisis climática y ecológica, harían saltar por los aires los prismas de una economía integral asentada en la producción justa a tiempo y en un desarrollo comercial considerable.
En estos momentos el sesgo de las oscilaciones puede parecer fácil de fallar: primero, Eurasia y la zona Indo-Pacífico continúan siendo el caballo de batalla de los conflictos geopolíticos; segundo, el liderazgo de Estados Unidos se ha rehecho en la arena occidental; tercero, la Alianza Atlántica se ha refundado con otras proyecciones; cuarto, China y Rusia siguen unidas a pesar de los repiques aludidos; quinto, se encuentra en curso una desglobalización de la guerra en sus diversas aristas; y sexto, la crisis climática y ecológica se precipitan y la desolación en razón a los desastres naturales se agranda. Amén, que Ucrania afronta uno de los peores dilemas de su historia más reciente: la afinidad despectiva entre Trump y Volodímir Zelenski (1978-47 años), más la negociación emprendida a secas por Estados Unidos con Rusia en la que Kiev es un cero a la izquierda y para sorpresa de muchos, Europa no cuenta para nada en estas conversaciones.
Y como era de dar tiempo al tiempo, la invasión de Ucrania ha conformado que la OTAN eclipse su rémora pos-Afganistán, potenciándose así misma en su rol ante cualquier amenaza y reforzando su sistema de defensa, aunque su verdadera fortaleza reside en su fuerza aérea combinada. Pero Rusia se muestra como la espada de Damocles y China como el principal jugador estratégico en todas las esferas. Queda claro, que el nuevo concepto estratégico de la OTAN es irrefutable, pero continúa en la palestra si la organización dispone de los medios apropiados para implementar su política. Aunque la mayoría de los países miembros de la Alianza reprobaron la invasión rusa, solo una pequeña minoría tomó la vía de las sanciones. Antes de que Trump retornada a la presidencia, Biden y la OTAN demandaban que los actores de Eurasia y del Indo-Pacífico formalizaran un frente común contra China y Rusia.
Llegados a este punto y en términos geopolíticos, la cooperación parece estar reculando, la rivalidad se vuelve más mordaz y los conflictos son eminentes. La liza sobre una posible cosmovisión del planeta, la reacción en cadena ante los microchips, semiconductores, metales y tierras raras, o los braceos comerciales y tecnológicos, aparejan las economías nacionales y socavan la indisposición entre Occidente y Oriente. Un nuevo orden mundial que ya no es anónimo, se empecina por emerger y en el que la declaración de intenciones de China, más la reaparición de Rusia en el corazón geográfico de Eurasia y la eclosión de potencias como la India, son irrebatibles.
A las claras y como denoto en el título de este relato, estos vectores de fuerzas concéntricas fuerzan a un realineamiento geopolítico.
Expuesto de otro modo: el orden mundial enfila una etapa pendular de metamorfosis retratada por nuevas dinámicas de sofoco geopolítico. Esto ha promovido la erupción de otras narrativas para desentrañar procesos de cambio en los que conviven para cuales, trazados de índole unipolares, multipolares y heteropolares.
Por una parte, la reconfiguración del poder mundial se modula en torno al protagonismo ejercitado por potencias emergentes como Rusia, China, la India, Sudáfrica o Brasil. Y por otro, convergen actores como Turquía, Irán, Japón o Australia, que hilvanan su peso exclusivo en el horizonte regional, contribuyendo a otras narrativas y puntos de vistas globales. La vieja guardia dialéctica alumbrada tras la Segunda Guerra Mundial, entre los hacedores de aquellas reglas y los que se incluían como observantes de las mismas, es desplazada por actores transformadores. Y pese a la todavía representación protagónica de Estados Unidos, se advierte un decaimiento concerniente de Occidente y una ascensión estratégica de los estados no occidentales. Esta recreación se ha abierto a otros actores, sobrepasando cualquier discurso hegemónico o meramente bipolar, demostrando una alteración en el punto imaginario de aplicación del poder mundial desde Occidente hasta Oriente y desde el Norte hacia el Sur.
En medio del avance de este reajuste, se abre una mirilla de oportunidades para que algunos países desechen lo que algunos intelectuales han catalogado como ‘insignificancia’ en el orden internacional. A pesar de que prevalece la desconfianza sobre sus propias capacidades para posicionarse hasta que no consigan regular una unidad regional, se insiste que el repecho de Estados Unidos como primera potencia, podría trasegar a la apertura de acotaciones de maniobra para una tocante autonomía, remitiéndose a la aparición de un universo que en el fondo preserva los nexos tanto con China como con Estados Unidos, al no formar parte de una alianza rigurosa y disponer de una posición adecuada en la mesa de negociaciones.
Rusia y China han constituido a toda costa una asociación o cooperación estratégica; además, la alianza euroatlántica está falta de afianzarse y robustecerse y las potencias más pequeñas se previenen ante los nuevos tiempos imperantes, al revisar sus alianzas anteriores con las grandes potencias. Fundamentalmente, aquellas que estaban bajo el paraguas de Estados Unidos, apostando por una maniobra de acrobacia para no distanciarse en demasía de China y Rusia.
Finalmente, aunque el devenir es irresoluto y en estas últimas semanas, aún más, al constatarse varias voces considerando que Trump busca consolidar a Rusia como un aliado estratégico para frenar a China y la UE, existen indicativos de que se desenvuelve una fase en las relaciones geopolíticas que puede conformar pulverizar con una mirada reduccionista de la disensión hegemónica, descomponiendo los modos tradicionales de poder con el surgimiento de otros extremos que ayuden a deslindar un orden global con un calibre más amenizado y policéntrico.
Trump, ni mucho menos es un estratega a usanza. Tampoco existen certezas de que sus últimos desplazamientos de fichas en política exterior practiquen un fin ingenioso delineado en tableros de ajedrez geopolíticos. Al contrario, su método se parece más al de acoso y derribo: amedrentar, imponer y rebelarse por instinto salvaje.
Lo que se empapela de espontaneidad incoherente, posee la pujanza suficiente como para desatar ramificaciones estratégicas agudas en la relación entre los Estados Unidos de América, la Alianza Atlántica y Europa.
Tampoco resulta novedoso que el presidente estadounidense maneje como pez en el agua un tono incitador de retórica populista para mandar recados envenenados, tomando como ejemplo más reciente, la artimaña de tensiones sobre la financiación de Ucrania y la actuación de la OTAN, al encajar inmejorablemente en su puzle particular de negociación brusca y sus coqueteos, o más bien, mariposeos, con líderes autoritarios que a diestro y siniestro, sacan de quicio.
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