El portal inmobiliario idealista.es ha detectado un leve descenso del precio de la vivienda en Melilla en el mes de julio. Según un par de inmobiliarias consultadas, se nota, sobre todo, en el centro y en Cabrerizas.
En el caso de los pisos del centro, la antigüedad de los inmuebles, la peatonalización de las calles, la eliminación de plazas de aparcamiento y los continuos cortes de agua y bajadas de la presión con que llega a las casas, echa para atrás a los compradores autóctonos que sabe que en las grandes ciudades españolas si vives en el corazón de la ciudad puedes prescindir de tener coche porque lo tienes todo a tiro de piedra: tiendas de ropa, supermercados y transporte público.
Pero en el centro de Melilla no hay nada más allá de 'cuatro' bares y muchas tiendas que cierran temprano y también los domingos porque a su vez cierran las oficinas que les aportan clientela.
Eso es lo que ha llevado a muchos propietarios a poner en venta sus pisos del centro. Los ponen en venta especialmente los que se marchan de la ciudad. No son pocos. El año pasado se fueron de Melilla 817 personas. Da fe de ello una madre que ha contado en el muro de Facebook de El Faro que todos sus hijos han emigrado en busca de trabajo en el extranjero. Ella, sin quererlo y sin proponérselo, forma parte de la generación mundial de madres con el nido vacío.
Lo empezamos a notar hace poco cuando detectamos a través de las estadísticas de Google Analytics que se incrementan las visitas a la web de El Faro desde países como Alemania, Francia o Bélgica, donde, según el Instituto Nacional de Estadística, se concentra el grueso de la emigración melillense en el extranjero.
Creo que a diez meses de las elecciones, todas esas madres (y padres) con el nido vacío deberían convertirse en el principal nicho de votos de los políticos de Melilla. Tiene que haber alguien en esta ciudad a quien le interese el apoyo en las urnas de mujeres y hombres que quieren tener sus hijos de vuelta en la ciudad cuanto antes. Pero para eso necesitan que la economía despegue.
Y eso es justo lo que nos falla. No podemos minimizar lo que ocurre tachándolo de discurso catastrofista. A la vista está: tenemos ventajas fiscales; las hemos vendido hasta en Andorra, pero las tecnológicas siguen sin mudarse en avalancha hacia Melilla.
Eso significa que las rebajas fiscales por sí mismas no están moviendo nuestra economía. ¿Son necesarias? Sí, pero no resuelven el problema.
¿Sabemos cuál es el problema de Melilla? En mi opinión hay uno en especial del que nunca se habla y es la paralización del ascensor social. No somos una excepción. Supongo que pasa en todas partes, pero debido a lo pequeña que es la ciudad, aquí se magnifica la tragedia.
En todas partes, las relaciones sociales ayudan a conseguir trabajo, pero en esta ciudad hay una teoría bastante extendida que apunta a que si opinas sobre esto u aquello perderás esa supuesta oportunidad; si te marcas con este o con aquel, no tendrás esa oportunidad. Digamos que, de alguna manera, triunfa el mantra de que calladitos estamos mejor.
Y no es cierto. Hoy no tienes trabajo y si protestas puede que sigas sin trabajo y puede que lo consigas. Pero en esto, como en todo en la vida, es importante que la gente se comprometa y arriesgue.
Por eso es tan importante la renovación en el seno de los partidos políticos. Las mismas caras, en los mismos puestos lo único que hacen es vender la idea de que ya está todo el pescado vendido. Y por eso los jóvenes se van.
Yo emigré en cuanto me di cuenta de que en mi país no iba a encontrar el futuro que quería para mí. Luego la vida te da de todo: lo que querías y lo que no, pero por lo menos lo intenté.
Nuestros jóvenes se están marchando, sobre todo, a Alemania. Si son capaces de romper la barrera inmensa del idioma, me pregunto por qué no es posible que rompan otras barreras en Melilla.
De ahí la urgencia con que necesitamos, en primer lugar, que eche a andar de una vez por todas el Plan Estratégico que nos prometió el Gobierno central para este verano con inversiones concretas.
En segundo lugar, es importante que desde el propio Gobierno se obligue a las empresas que vienen de fuera a contratar personal de Melilla. En esto pongo un ejemplo que conozco de cerca. Hace unos años, el Gobierno de Upington, en Sudáfrica, contrató a una empresa española para construir una planta termosolar en la zona. Como requisito para llevarse un contrato más que generoso entraba contratar un porcentaje más que generoso de trabajadores sudafricanos sin formación alguna.
La empresa tuvo que elegir y eligió hacer la planta, llevar trabajadores de España y contratar el cupo que le exigía el Gobierno sudafricano pese a que en la práctica parecía básicamente imposible que el personal local asumiera funciones para hacer aquello para lo que nunca había sido formado. Los inicios fueron duros, sobre todo, por la diferencia cultural. Pero a la larga, a la empresa española no le quedó otra que formar a los trabajadores sudafricanos que contrató porque la otra opción era regalarles el salario. Parecía imposible, pero la planta se construyó.
En Melilla, dada la vulnerabilidad de un mercado laboral sin industrias, agricultura ni ganadería, deberíamos estudiar la posibilidad de incluir cuotas mínimas para que todo el que venga de fuera a hacerse con un contrato generalmente jugoso y público sepa que tiene que contar con trabajadores melillenses en su plantilla al menos mientras tengamos desempleados inscritos en el SEPE. Tenemos que buscar la manera de que ganemos todos. Y tenemos que conseguir crear empleo con el apoyo de las adjudicatarias de contratos públicos.
Esa debe ser nuestra filosofía. Hay que reactivar el ascensor social. Hay que repartir para que esos jóvenes que se han marchado, regresen cuanto antes a una tierra que les necesita.
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