HE leído con interés una opinión que ha dejado uno de nuestros lectores en la web de El Faro quejándose de “los nómadas” que trabajan en Melilla, ganan dinero en Melilla, pero se lo gastan en la península, en lo que él llama “sus verdaderas casas”.
El comentario lo hacía a raíz del informe sobre Melilla y Ceuta, que sugiere que reconvirtamos la terrible crisis económica que atraviesa la ciudad en una oportunidad para crecer y transformar nuestra economía.
Siempre hemos defendido en esta Jabalina, la necesidad de consumir en nuestros comercios, bares y restaurantes para dar vida a nuestros empresarios, pero sobre todo, a nuestra ciudad.
Sin embargo, para nadie es un secreto que, pese a que no hay IVA en Melilla, no se nota especialmente el ahorro a la hora de comprar ropa o zapatos, por ejemplo. Más de una vez nos hemos encontrado el mismo artículo o uno muy similar a mejor precio en la península, que aquí. Allí, evidentemente la mayor demanda permite a los empresarios jugar con el margen de beneficio. Entiendo que por eso aquí van a por todas.
Lo mismo pasa a la hora de tapear. Aunque muchos de nuestros empresarios traían antes de la crisis del coronavirus el género de Marruecos, salía más barato salir de tapas en muchas partes de España que en Melilla. Es así y es una realidad.
No digo ni insinúo con esto que nuestros hosteleros sean unos bandidos. Ellos (y me refiero al gremio) siempre han defendido que la calidad de la tapa encarece la cuenta en Melilla. No es lo mismo poner una cerveza (que viene de la península) con pescado frito por 2,50 euros, que la misma cerveza con una tapa de porra antequerana por 1.50 en la península. Lo entiendo. Pero los negocios son los negocios. Las cosas como son. Por 20 euros tapean dos personas medianamente bien en un bar de Málaga o de Murcia y en Melilla no te da ni para calentar motores. Es así. Es una realidad y hay que repensar la oferta.
Es verdad que el transporte lo encarece todo, pero también es verdad que el consumidor tiene libertad de elegir dónde se gasta su dinero. Entre otras cosas, porque es suyo: lo suda él y es él quien paga los impuestos con los que mantenemos la sanidad, la educación y las pensiones.
¿Nos gustaría que la gente se gastara su dinero aquí? Sí, pero si no se lo gasta aquí y decide gastárselo en Málaga, el problema no lo tiene el consumidor sino el que vende. En todo caso, se lo está gastando en España. Y si presumimos de 523 años de españolidad, no nos puede doler que prefiera hacer una compra del otro lado porque hay mayor oferta, menos colas, más descuentos y, muchas veces, mejor trato que el que recibimos en algunos comercios de Melilla.
Os pongo un ejemplo que me contaba una amiga. Ella siempre ha sido fiel a una óptica concreta de la península que tiene franquicia en nuestra ciudad. Pues bien, tuvo que cambiarse a otra al llegar a Melilla. Le salía más barato hacerse unas gafas en Málaga, con la misma casa, que hacérselas aquí.
¿Saben por qué? Porque la franquicia de aquí saca más beneficio y, moviéndose en el margen que les dan, aprieta muchísimo. ¿Resultado? Que la óptica de aquí está permanentemente vacía. No sabemos cómo es que consigue seguir abierta. Difícil de entender, la verdad. Pero ahí está, sobreviviendo contra viento y marea. Y en la de Málaga tiene que pedir cita previa porque siempre hay cola.
En alguna ocasión le escuché decir a Enrique Alcoba, el presidente de la patronal melillense, que tener tanto funcionario de fuera no era bueno para Melilla. Pasan la semana aquí, trabajan, alquilan una casa, pero el viernes salen de la ciudad en barco o avión como el perro que tumbó la lata.
Es verdad. Nos está pasando ¿y saben por qué? Porque no es fácil pasar un fin de semana hacinado en un piso interior de 50 metros cuadrados, que sale por entre 600 y 700 euros al mes, cuando en la península, por ese dinero te puede permitir un dúplex en una urbanización con piscina y un campo de golf o un chalet en la huerta con muchísimo terreno alrededor.
Eso es una realidad. Vivir en Melilla sale caro. Por los motivos que sea, no hemos accedido a construir macroedificaciones como las de Singapur o Hong Kong. Seguimos anclados a las casas-mata y los inmuebles de tres a cinco alturas y así no hay promotora que prospere ni manera de aliviar el estrés de nuestro mercado inmobiliario.
Hay que abrir un poco la mano. No hablo de construir en terrenos protegidos ni en primera línea de playa, pero creo que en la zona pegada a la frontera, se puede ser menos conservadores. Y si para eso hace falta modificar el plan de ordenación urbana, pues tendremos que ponernos entre todos de acuerdo para hacerlo. Los melillenses necesitamos un político que dé ese paso; que lo haga y que apechugue con las consecuencias. Pero sacando 10 VPO al año, seamos sinceros, ni quedamos bien ni resolvemos el problema.
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