Sociedad melillense

"Los estudiantes nos reuníamos en el Parque Hernández. Cada banco era una pandilla"

Aunque sus padres vivían y trabajaban en el Protectorado español, junto al río Muluya, que lo separaba del Protectorado francés, Ana Martínez nació en la calle Haití, en Cabrerizas, el mes de diciembre de 1955, justo cuando estaba a punto de terminar el Protectorado, y ya se quedaron a vivir en Melilla.

Su padre había tenido hasta entonces la huerta de Intervenciones, que era la que surtía de frutas y verduras a Melilla en aquella época. Su madre había trabajado en el negocio familiar que tenían en la zona los abuelos de Ana y que era un bar-restaurante.

Al cabo del tiempo, se cambiaron a la calle Cuba. Ana vivió en Cabrerizas hasta los 10 años y de esa época conserva recuerdos de sus amigas de la infancia, sus primos y, sobre todo, de los juegos en la calle.

Ella estudió en el colegio García Valiño, que llamaban “cariñosamente” El Grupo, donde los niños y las niñas estaban separados. En cualquier caso, cuenta que era un barrio “muy divertido”. Había una feria cuando todavía las ferias estaban en los barrios. Mucho ambiente en las calles. El cine Alhambra, que ponía todas las películas que se habían estrenado en el cine Nacional. Todos los jueves Ana iba allí con sus padres. Para ella, los jueves eran un día especial.

Tiene muy buenos recuerdos de aquella época. De hecho, cuenta que, cuando ella tenía diez años y la familia se mudó al centro, le costó dejar el barrio, que era “muy divertido”.

En el colegio García Valiño ya la habían preparado para ingresar en el instituto, que se empezaba con 10 u 11 años. La directora del centro era Matilde Sancho-Miñano, “una estupenda profesora”, y la profesora que preparó a Ana para el instituto era Lolita Bartolomé, de las más jóvenes.

Fue precisamente su promoción la que estrenó el Instituto de Enseñanza Media, que también estaba separado por sexos y que hoy en día es el IES Leopoldo Queipo, el segundo que hubo en Melilla después del Instituto Antiguo, donde ahora está el Mercado Central. Allí hizo el Bachillerato completo y después, en vez de hacer COU, se fue a la Escuela Oficial de Comercio a estudiar Secretariado.

Por lo demás, Ana cuenta que, en aquellos tiempos en Melilla, la juventud no tenía muchos sitios adonde ir, por lo que los estudiantes se reunían en el Parque Hernández, donde cada pandilla se sentaba en un banco para charlar, comer pipas y echar las típicas miradas entre chicos y chicas. Era el punto de encuentro de la juventud de la época, de los 11 a los 16 años. Luego, los domingos, si alguno organizaba un guateque, allá que iban todos. También paseaban por el puerto hasta llegar al faro. “Poco más”.

Cuando Ana tenía 18 años, se integró, junto con varias amigas, en el Club de Juventud, una institución creada y administrada por jóvenes que, según ella, constituyó “un hito en Melilla”. Los sábados y los domingos había baile, pero además se organizaban muchas actividades culturales, como teatro, conferencias o exposiciones de fotografía. También tenía el Club dos equipos de balonmano, uno masculino y otro femenino, y se hacían verbenas y fiestas por fin de año o carnaval, entre otros eventos. Ana cree que “es una pena que se haya perdido hoy en día todo ese activo, porque daba mucha vida juvenil”.

Cuando terminó de estudiar Secretariado, Ana se colocó en una agencia de publicidad y seguros que dirigía Ángel Morán, un periodista muy conocido en Melilla. Al poco tiempo, conoció a su marido, con el que tuvo dos hijas, y dejó de trabajar.

La familia de su marido tenía El pequeño bazar, lo cual, de alguna forma, la animó a ella a meterse también en el mundo empresarial y abrió, junto a su esposo, la tienda de complementos Herma, en la plaza Héroes de España. Ello le dio pie a entrar en la Asociación de Comerciantes de Melilla (Acome), donde era la única mujer. Al tiempo, abrieron otra tienda de Herma en la calle Chacel con ropa de fiesta y complementos, todo enfocado a eventos del tipo bodas y comuniones.

Era la etapa del “comercio floreciente”, la que ella considera “la época buena de Melilla, cuando el comercio, tanto mayorista como minorista, era el motor de la ciudad”. Ese período al que se refiere abarca desde la década de los 70 hasta la de los 90, “un período floreciente en Melilla en vida, en sociedad, en comercio y en todo lo demás”. Se trata de algo que, admite, “ha ido a menos”. Antes, por ejemplo, dice que “era inimaginable tener locales vacíos en el centro”. Puede ser, quizás, considera, efecto de las franquicias y del comercio ‘online’. Eso, unido a la situación de la frontera y a algunas otras circunstancias han provocado, en su opinión, “que Melilla ya no sea lo que era”.

Así, tras meditar durante unos segundos, admite que escoge la Melilla antigua, no sólo “porque eres joven y estás en lo máximo de tu vida”, sino porque “la realidad” es que era mejor. “Ahora reconozco que Melilla ha progresado. Es otra Melilla distinta arquitectónicamente. Pero no tiene la vida que tenía. Otra forma de vivir de otra generación”, apunta.

Hay que mencionar, por último, otra faceta de Ana, que es la de la lucha contra el cáncer. Ella tuvo que jubilarse por una enfermedad de ese tipo y se integró en la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), en cuya directiva estuvo ocho años y donde fue vicepresidenta y ayudó como voluntaria en el hospital de día visitando a los pacientes en lo que ella califica como “una bonita labor”. Aún hoy en día sigue en el voluntariado de dicha asociación, como voluntaria del Hospital de Día, en apoyo y compañía a los pacientes oncológicos.

Su retiro, además, le permitió retomar aficiones que tenía aparcadas. Se apuntó a la escuela de arte y hoy en día forma parte de los Urban Sketchers, que una vez al mes salen a pintar a la calle.

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