Sociedad melillense

Los 70 y los 80, una época apasionante para Francisco Narváez

Francisco Narváez se llama como el ex futbolista del Cádiz y del Atlético de Madrid conocido como ‘Kiko’. O, mejor, ‘Kiko’ se llama como él, pues este melillense es mayor. De todas formas, poca gente lo conoce con ese nombre, pues la mayoría de los melillenses lo identifican como ‘Culi’. Nació el 5 de mayo de 1958 en el Hospital de la Cruz Roja y al principio de su vida vivía en Ataque Seco con sus padres y sus dos hermanas. Como su padre murió cuando él tenía dos años y su madre, por tanto, se quedó viuda con dos niñas y un niño, él se marchó en 1964 con sus tíos a Loriana, un pueblecito cercano a Oviedo, donde permaneció hasta el principio de la década de los 70.

Cuando regresó a Melilla, con 12 ó 13 años, su primera impresión fue la de “una ciudad desconocida, oscura, gris, clasista y en absoluto declive”. Ya hacía años que la gente, cuenta, había comenzado a emigrar al Levante, a Barcelona o a Madrid. “Melilla era una ciudad sin ninguna perspectiva económica”, reitera.

Su casa en Ataque Seco seguía siendo su casa: “una casita muy pequeña, de 35 metros cuadrados, al lado del Parador Nacional”. Allí estaban su madre y sus dos hermanas.

Al poco tiempo de llegar, aunque comenzó el instituto, se puso a trabajar, ya que, aunque era “un buen niño” y sacaba buenas notas, “en aquel tiempo tenias que ayudar a la familia”.

Su trabajo era de dependiente en una tienda de comestibles de la familia de Carlos Hernández, que se encontraba entre las calles Chacel y General Marina. En aquel tiempo no existían supermercados ni mercados en Melilla, sólo tiendas. Esta, al menos, era una grande. Todavía hoy en día Francisco guarda, pese a las diferencias ideológicas, afecto personal hacia toda la familia, incluido Jorge Hernández, el hijo del dueño y que luego fue diputado del PP en Melilla subdelegado del Gobierno en Málaga.

Fuera de la tienda, hacía como todos los jóvenes a su edad: se movía por el barrio y acudía al parque, que eran espacios para encontrarse con amigos, pasear, charlar y jugar al fútbol. Habitualmente iba al Parque Lobera y los domingos, al Parque Hernández. Cuenta Francisco que “no había mucho más en Melilla que eso”, ni mucho menos discotecas como hoy en día.

En aquellos momentos lo que sí percibía Francisco es “el proceso de cambio político profundo en España”, durante el final de la dictadura y la transición, y él no quiso mantenerse al margen y pronto comenzó a militar políticamente. Con 17 años ya estaba organizando las Juventudes Socialistas de Melilla y todo lo que es el movimiento juvenil. “Estaba dando guerra por todos lados”, apunta.

Fueron esos unos tiempos de transformación que Francisco vivió “de una manera apasionante” y de los que se sintió protagonista. Recuerda que, junto a Miguel Ángel Roldán, quien había fundado el PSOE y la UGT en la ciudad, trabajó mucho en la llegada de la democracia a España y a Melilla. “Fueron tiempos de mucha esperanza y de mucha luz, pero también de búsqueda de muchos espacios comunes, porque veníamos de una España dividida, rota, partida por la mitad, enfrentada. Los melillenses hicimos un esfuerzo por encontrarnos después de tantos años separados, peleados y enfrentados”, recuerda.

La frontera no existía, por lo que eran muy comunes las excursiones a Marruecos. La sociedad de Melilla, sin embargo, era, dice, “muy cerrada y muy clasista”. Como muestra, un botón: “Melilla tenía una playa cerrada, que era La Hípica. Tú no podías acceder a la zona de La Hípica. Estaba reservada a un sector de la sociedad melillense. Era un cuartel con calles. Los espacios de libertad hubo que conseguirlos poco a poco y con mucho sufrimiento y mucha constancia”.

Si a ello se le suma que, poco después, en la década de los 80, comenzó la lucha por las libertades civiles en Melilla por parte del colectivo musulmán y que él también vivió en el primer plano, se comprende que fueron unos años muy interesantes para él, quien también se dedicó a organizar conciertos, teatro y todo tipo de actividades culturales. Compaginó toda esta actividad con un puesto como concejal del PSOE entre 1983 y 1991.

Finalmente retomó sus estudios y se sacó la carrera de Derecho y, durante su vida laboral, ejerció de abogado y después de jefe de los servicios jurídicos de la Autoridad Portuaria”. Actualmente, está casado y tiene dos hijos que no viven en Melilla. Su hija es directiva para cuestiones de Inteligencia Artificial en Zurich Seguros España y su hijo es inspector de Policía.

Melilla, mejor hoy

Francisco no es de la opinión de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Vistos los retos que hubo de superar en los años 70, cuando se le da a elegir, no tiene dudas: escogería la actual. De esa década lo único con lo que se queda es con “las bocanadas de libertad que uno vive” y con la edad que él tenía entonces. Pero la ciudad, dice, era “una Melilla de mucha miseria, de muchas carencias, de muchas faltas que hoy afortunadamente no tenemos”.

Por lo tanto, elegiría “sin dudar” la Melilla de hoy. Eso sí, le gustaría “rescatar” a mucha gente de aquellos tiempos con quienes le habría gustado vivir lo que es la ciudad hoy en día. Le gustaría tener junto a él a su compañero Miguel Ángel Roldán, a muchos amigos de la juventud y a muchas personas que se quedaron “en el camino” y que le enseñaron a “respetar a los demás y a luchar por las libertades y por los valores democráticos”. Era gente mayor que él, que se marchó “muy pronto” y que “no pudo disfrutar de esa España y de esa Melilla que construyeron”. “Esta Melilla de hoy se asienta sobre cimientos de gente que se marchó, de la que no se acuerda nadie, y que no la pudieron disfrutar, pero la ciudad no sería así sin ellos”, cuenta con emoción.

En definitiva, Francisco puede concluir que sí ha sido feliz en Melilla, porque, de lo contrario, se habría marchado de aquí. “Uno tiene que construir sus espacios de libertad. No sé cuánto pesa mi felicidad, pero es la mía, la única que tengo”, cierra Francisco.

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