HE leído con interés los comentarios que un nacionalista marroquí o, como mínimo, un pro-marroquí con buena ortografía en castellano me ha dejado en la web de El Faro, en el artículo titulado “Marruecos contra el mundo”. Poco menos que me viene a decir que la frontera cerrada sólo nos afecta a los melillenses. Está convencido de que del otro lado no quieren ver nuestras caras pálidas ni en grafitis. Dice que desde que los melillenses no vamos por allá han bajado los precios y que a la vuelta de la esquina, Nador estará llena de ingleses, italianos y alemanes, disfrutando de los hoteles de lujo que Mohamed VI está construyendo en la zona. Dice que nos olvidemos de la Operación Paso del Estrecho; que nos conformemos con el juego online y con ir a llorar a Bruselas. De más está que os cuente que nuestros lectores lo pusieron a caldo. No pretendo, por tanto, ensañarme y hacer leña del árbol caído pese a que podría darle (pero bien) como se merece. Imagínense, ataca a esta periodista por el lugar donde ha nacido y no por sus ideas. Chovinismo barato, que no merece mayor comentario. Si en algún momento me he sentido discriminada en Melilla no ha sido por ser cubana sino por parecer marroquí. Pero entremos en materia. Su mala baba me ha llevado a reflexionar sobre ese sentimiento antiespañol que no vemos a ras de suelo en Marruecos, sino más bien entre la clase política de este país. ¿De verdad la frontera cerrada es malo sólo para Melilla? No se lo cree ni este fantasma ni la generación que le vio nacer ni quienes pretenden que esto sea ‘Mlila’. Apuesto, querido, a que Marruecos no ha podido hacer aún un inventario con el número exacto de personas fallecidas en este año de frontera cerrada, que podrían haber salvado su vida si hubiera estado abierto el paso de Beni Enzar y hubieran podido entrar a nuestra ciudad cientos de ambulancias a hacer uso de nuestra sanidad pública. ¿Hay algo más importante que la vida? La pandemia nos demostró que dos de cada tres partos que se registraban en el Hospital Comarcal eran de madres marroquíes que venían huyendo del sistema sanitario de Mohamed VI y, cómo no, buscando nacionalidad española (en el futuro) para sus hijos. Nadie huye del Edén, caballero. Una madre siempre quiere lo mejor para su hijo. Y ellas lo tienen claro: lo mejor es España. La frontera está cerrada y a esta ciudad no ha entrado género marroquí para la hostelería. Sin embargo, nuestros mejores bares y restaurantes siguen abiertos. No ha habido desabastecimiento en Melilla porque los barcos no han dejado de traer mercancía. Ahora más cara, es verdad, pero también con más garantías sanitarias. Hemos hecho patria gracias a Marruecos. Y eso es bueno para España. Todo el dinero se ha quedado en casa. Como debe ser. Cuando nos aprietan, hay que pensar en que lo nuestro, debe y tiene que ser lo primero. La situación económica de Melilla se ha visto afectada por el cierre de la frontera. Eso es una realidad, como también lo es que no queremos vivir de espaldas a nuestras familias ni a nuestros consumidores de Marruecos. A veces se nos olvida que hubo un tiempo en el que no había valla. En el que la gente de Nador, Farhana o Beni Enzar entraba a esta ciudad campo a través. Somos vecinos y lo hemos sido siempre. Lo seguiremos siendo aunque para ello haga falta bajarle los humos no a la gente humilde que nos quiere, sino a los políticos que hacen un discurso en Nador y luego vienen a vivir y a disfrutar de la paz de Melilla. Tengo la sensación de que Marruecos vive en una realidad paralela. Se atrevió con Francia y la Unión Europea no hizo nada. Se atrevió con España y la UE miró para otro lado. Ahora se mide con Berlín. Cualquiera creería que son los mayores productores de petróleo del mundo. Y no es así. Digan lo que digan, todos sabemos que en lo único que nos ganan por goleada es en el ‘hachicheo’. Pablo Escobar pudo vivir como viven muchos narcos, a cuerpo de rey, pero él, además de dinero en cantidades industriales, quería poder, mucho poder. Quería todo el poder. Meterse en política acabó con su vida y ensangrentó la de los colombianos. Marruecos cree que con el apoyo de Donald Trump, Jordania, Bahréin y Emiratos Árabes va a conseguir que haya cola de europeos para abrir una embajada en el Sáhara Occidental. Pues va a ser que no. En lugar de comprar aviones y material bélico, Marruecos debería invertir en construir escuelas, universidades y hospitales; pero también en crear oportunidades para los miles de niños que con ocho y nueve años huyen de un país en el que no tienen futuro. Marruecos vive de su emigración. Hagamos una encuesta y preguntemos a los miles de miles de marroquíes que viven en Europa, cuántos tienen planes para regresar a su país a montar un negocio y vivir cerca de los suyos. Es eso lo que debe preocuparle a un Gobierno que es incapaz de dar a esperanzas a los suyos y que sigue obsesionado con un Sáhara que se le resiste.
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