Sí, joroba que la Selección española tenga que dejar el Mundial de Qatar tras caer en la tanda de penaltis contra Marruecos, nuestro vecino incómodo; el que nos asfixia económicamente y persigue nuestros barcos de recreo; el que dice que somos un presidio ocupado; el que no reconoce nuestras fronteras ni respeta nuestro derecho a sacar mercancías por Beni Enzar en régimen de viajeros; el que nos ha plantado una piscifactoría en Chafarinas y encubre el asesinato de Emin y Pisly.
Es nuestro vecino, el de siempre, pero esto es fútbol, señores, y aquí se gana y se pierde. Y cuando uno pierde no le queda otra que dar la enhorabuena al ganador y levantarse.
Sabíamos que este partido era a vida o muerte y no creo que haya un solo español que quisiera llegar a los penaltis con un equipo, en principio, menor, pero ambicioso. A los hechos me remito: llegamos y no estuvimos finos. A un Mundial no se puede ir a empatar. Marruecos ya está en cuartos de final y tenemos que vivir con eso.
Sabíamos que habría celebraciones en la ciudad, pero nos sorprendió ver la larga caravana de coches que salió por el centro de Melilla con banderas marroquíes a festejar la victoria de su equipo. Aunque, ojo, no celebraban haberle ganado a España sino haber pasado a cuartos por primera vez en su historia. Son dos cosas muy distintas.
No hubo cánticos antiespañoles ni ataques a quienes tuvieron la osadía de pasearse con la roja y gualda por las celebraciones promarroquíes. Hubo cantos a Bono, el portero de Marruecos, nacido en Canadá, hijo de marroquíes; que habla con acento argentino y que juega en el Sevilla. Ese es el futuro: la multiculturalidad. Y de diversidad sabemos mucho en Melilla. Aquí cada uno es de su padre y de su madre, pero todos somos melillenses y españoles.
Eso sí, hemos sido testigos del incidente en el monolito de la Constitución al que este martes se subió un menor de edad con la bandera marroquí a animar a los suyos. Doy por hecho que el niño no sabía lo que hacía ni dónde estaba subido ni qué significa ese monumento, pero la escena duele. Se te clava en las vísceras y hay que hacer de tripas, corazón para que no te lleven los demonios porque justo este 6 de diciembre los españoles hemos celebrado los 44 años de una Carta Magna con la que ni siquiera se puede soñar en Marruecos.
Sin quererlo ese niño marroquí protagonizó una escena dolorosa, de esas que dejan un pozo amargo. El mismo que nos han dejado las imágenes de nuestros vecinos de Beni Enzar celebrando la victoria de su equipo en los carriles de entrada de la frontera de Melilla. ¿Qué querían, entrar hasta la cocina?
Pero estoy convencida de que la gente no llegó hasta allí por inspiración divina. Los animaron a reunirse en la frontera quienes quieren politizar un partido de fútbol; quienes sí buscan la confrontación porque viven del rifirrafe. Sencillamente porque si hay paz, ellos no hacen falta. Y si no hacen falta, no cobran. Por eso necesitan tensar la cuerda, el altercado, los ánimos exaltados y, por supuesto, tapar con fútbol las miserias de un país en el que ya hay manifestaciones contra las subidas de precios.
Muchos picaron y en Beni Enzar se reunieron cientos de jóvenes marroquíes, furibundos o no, intentando avanzar hacia España.
Sin duda, eran más que los que salieron en Melilla. Aquí no hubo miles de marroquíes en las calles ni estaba media ciudad festejando la victoria de Marruecos. A 1 de enero de 2022 teníamos empadronados en el censo local 10.501 marroquíes, pero está claro que ni la mitad salió a en caravana este martes a celebrar la victoria de un equipo que pasó en justa lid a cuartos de final del Mundial de Qatar.
Esto duele, 'Habibi', pero hay que asumirlo. El mundo no se acaba tras un partido de fútbol. Los españoles, por motivos deportivos y extradeportivos, necesitábamos una victoria, pero no ha podido ser. Ahora toca levantar la cabeza y esperar al próximo Mundial. Nuestros jugadores son jóvenes y al campo hay que salir con más garras, como si fuera el último partido de esta vida.
Estoy convencida de que somos muchos los que no queremos ahora culpar ni la estrategia de juego; ni la alineación; ni al entrenador; ni a los colores de la equipación ni al árbitro argentino que nos tocó. Perdimos y ahora toca asumirlo, levantarse, superar el bache y resucitar. No podemos aplastar como cucarachas a quienes no consiguieron lo que queríamos. Para ganar un Mundial, hay que jugarlo.
Y en cuanto a las celebraciones en Melilla: es absurdo mezclar fútbol con política porque sería algo así como creer que todos los seguidores del Barça son independentistas o que nos ha caído la maldición de Shakira por culpa de Piqué. Esto es fútbol: aquí se gana, se pierde, se sufre y se celebra. A ellos les ha tocado celebrar y a los españoles sufrir. Fin de la historia.
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