Entre los insectos, el orden Odonata engloba a las libélulas (suborden Epiprocta) y a los conocidos como caballitos del diablo (suborden Zygoptera). A simple vista son muy parecidos, y tanto unos como otras suelen tener colores muy llamativos. Normalmente se diferencian por el tamaño, pues las libélulas suelen ser más grandes, pero hay un detalle que los diferencia definitivamente, y que podremos comprobar con una observación más atenta: las libélulas tienen dos pares de alas, que suelen ser más o menos transparentes, mientras que los caballitos del diablo sólo tienen un par de alas, habitualmente tintadas del mismo color que su cuerpo.
Aparte de estas diferencias, comparten los mismos hábitos alimenticios y reproductivos, e incluso el mismo hábitat, por lo que la descripción del comportamiento de las libélulas se puede hacer extensiva a los caballitos del diablo.
Son depredadores insaciables tanto en su estado larvario como en la fase adulta, variando sólo sus presas. En la primera etapa de su vida son animales acuáticos ligados a las masas de agua dulce, como ríos y charcas, donde patrullan el fondo y la vegetación lacustre devorando todo lo que encuentra a su paso, ya sean larvas de otros insectos, invertebrados acuáticos e incluso renacuajos y pequeños peces si se ponen a su alcance. Su aparato bucal, una característica exclusiva de estos insectos, se proyecta hacia adelante para sorprender a sus presas, que quedan ensartadas en sus mandíbulas.
Cuando su reloj biológico lo demanda, las libélulas ponen fin a su fase acuática escalando por algún carrizo o junco hasta que sale a la superficie. Allí esperarán hasta que se produce la metamorfosis, surgiendo de su viejo exoesqueleto un animal completamente diferente y preparado para su nueva fase aérea.
En esta etapa siguen siendo unos depredadores insaciables, especializados a la hora de dar caza a insectos voladores como mosquitos, efímeras y moscas.
Realizan la cópula en pleno vuelo, de manera bastante espectacular, y en pleno vuelo también la hembra deposita los huevos en el agua para comenzar nuevamente el ciclo.
Aunque en su fase adulta siguen ligadas a los ecosistemas acuáticos, muchas especies de libélulas emigran desde sus cuarteles de invierno en África hacia los ríos y lagos de España y Europa, un esfuerzo portentoso para un animal de este tamaño.
Aquí es donde la especial disposición de sus alas, dos a cada lado, demuestra su efectividad, y le permite realizar la hazaña de cruzar el mar y recorrer miles de kilómetros en busca de nuevos lugares para vivir.
Estudios realizados recientemente sobre la diferencia de las alas entre las especies de libélulas que emigran y las que no, han descubierto diferencias determinantes en el tamaño de las alas, sobre todo de las posteriores, que son significativamente más grandes en las migrantes.
El hallazgo de fósiles de grandes libélulas que patrullaban los bosques y selvas húmedas del Carbonífero nos demuestra que su diseño es un éxito evolutivo, pues sin cambiar mucho su aspecto siguen siendo abundantes hoy en día.
Los insectos del orden Odonata son particularmente sensibles al deterioro ambiental de los ecosistemas de agua dulce, pues la calidad ecológica de los humedales determina el número de ejemplares y la diversidad de especies que los habitan. Así, la presencia de libélulas en un humedal se convierte en indicativo de la calidad ambiental de este, además de garantizar el correcto funcionamiento del ecosistema, pues los depredadores garantizan la ausencia de plagas tan molestas como los mosquitos.
No es difícil observar las variadas especies de libélulas que habitan en las espadañas y carrizos del río Oro; son especialmente abundantes dos especies muy llamativas, Sympetrum sanguineum, de color rojo, y Orthetrum trinacria, de mayor tamaño y un color entre verde y azulado.
Las libélulas que copulan en la foto, Orthetrum coerulescens (la de color azul es el macho), son algo menos abundantes, y con frecuencia podemos observar también otras especies como Aeshna cyanea y la gigante del grupo, Anax imperator.
Cada vez que se arrasaba el carrizal de Phragmites australis del río de Oro, un hábitat especialmente propicio para las libélulas, se provocaba la explosión demográfica de los mosquitos, que se reproducen mejor cuanto más eutrofizadas estén las aguas y menor sea el número de sus depredadores. Uno de los logros más evidentes del actual proceso de renaturalización del río ha sido la preservación del carrizal actual y la creación de más zonas con carrizo. Estos carrizales dan cobijo y alimento a un importante número de aves locales y migratorias, pero es además una planta vital para el equilibrio ecológico del río, por lo que su preservación redundará entre otras cosas en un aumento de la población de Odonatos que se traducirá en un mayor control natural de la población de mosquitos. La presencia multicolor de las libélulas en el río Oro nos beneficia a todos.
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