Jesús García Ayala acaba de publicar un nuevo libro titulado ‘La seguridad de Melilla entre la historia y la geopolítica del XXI’. Con El Faro ha hablado de las relaciones con Marruecos y de los peligros a los que se enfrenta la ciudad.
–¿Melilla es segura?
–Primero habría que ponerse de acuerdo sobre qué se entiende por “segura”. Desde una aproximación convencional, en el sentido de seguridad interior asociada al concepto de “seguridad ciudadana” Melilla es razonablemente una ciudad segura, al menos desde la objetividad que proporcionan los indicadores utilizados al respecto en toda España por el Ministerio del Interior y teniendo especialmente en cuenta, tanto que la población de derecho se encuentra notablemente incrementada por la de hecho, como que el concepto de seguridad total sólo es conseguible en lo teórico pero no en la práctica cotidiana. Por otra parte, no debe olvidarse la subjetividad que coexiste independientemente de dichos indicadores, y que tiende a manifestarse asimétricamente, en tanto se hace público con carácter negativo en el caso de las personas que han sido víctimas de un delito y se silencia el carácter positivo por el resto de las personas. Pasando a una aproximación sobre la seguridad entendida desde una perspectiva internacional, Melilla tiene unas características muy peculiares que no se pueden ignorar y que vienen determinadas en su origen por su situación geográfica y estratégica, además de por otras circunstancias derivadas de las anteriores que son potencialmente susceptibles de controversias o conflictos. En el libro que acabo de escribir se analiza el estado de situación hasta la actualidad, por lo que prefiero remitirme a él.
Pero no quiero eludir la respuesta. Melilla es desde esta perspectiva una ciudad segura, si bien en un contexto global en el que la seguridad no es un concepto absoluto, ni en el presente ni en el futuro; la deriva negativa de las relaciones internacionales surgidas a raíz de la desaparición de la “guerra fría” sigue siendo un foco de inseguridad, cuando no de crisis, conflictos e incluso enfrentamientos armados abiertos, algunos de ellos en el norte de África y su entorno asiático y subsahariano.
–¿Qué aspectos de la seguridad se pueden mejorar?
–Centrándome en la seguridad que analizo en mi último libro, y partiendo del axioma de que todo es mejorable, las mejoras pueden venir desde los principales factores susceptibles de incidencia. En particular, de perfeccionar las relaciones bilaterales con Marruecos y las multilaterales con determinados países y organizaciones supranacionales, de mejorar elementos clave de carácter social y económico en el contexto geográfico concernido (especialmente la formación y el empleo, así como la tipología del comercio actual y las actividades alternativas que permitan reducir la dependencia melillense del mismo), de prevenir proactivamente factores problemáticos tales como la evolución del contencioso del Sahara Occidental y de los acuerdos pesqueros UE-Marruecos, de mejorar la lucha internacional contra la delincuencia común transnacional centrada en el tráfico ilegal de drogas tóxicas y estupefacientes (más delitos asociados tales como falsificaciones, robos de vehículos, etc.), de perfeccionar la prevención y respuesta a los problemas generados por la inmigración no legal (en la que por supuesto no se incluye el asilo y refugio) y las mafias que se ocupan de ella, y por no extenderme más, en las mejoras que se concretan en insistir y profundizar en la radicación de los mecanismos que permiten internacionalmente la pervivencia y extensión del islamismo radical violento de carácter terrorista.
–Llevamos varios años de sintonía entre los gobiernos de España y Marruecos. ¿Nuestra seguridad dependerá en gran medida de que haya ‘feeling’?
–Partiendo de la obviedad, que no obstante conviene recordar de vez en cuando, de que las relaciones fronterizas son cosa de al menos dos países, no puede descartarse la dependencia respecto del vecino en sostener unas buenas relaciones bilaterales. La actual buena etapa de entendimiento España-Marruecos no puede hacer olvidar que no siempre ha sido así, y que como se sabe entre ambos países se han registrado conflictos diversos que incluso en cuatro ocasiones alcanzaron el nivel de enfrentamiento máximo (Guerra de África, Guerra de Melilla, Guerra del Rif y Guerra de Ifni), más aparte disputas como las relativas al trasfondo de la Marcha Verde en 1975 y de Perejil en 2002. Incluso si echamos la vista más atrás encontramos la vocación expansionista de la dinastía alauita.
No obstante, nada permite suponer por ahora que las magníficas relaciones hispano-marroquíes de los últimos años se deterioren hasta el punto de que se ponga en peligro la seguridad de Melilla. Al contrario, debe recordarse que España y Marruecos son socios en materia económica y comercial, tanto bilateralmente como a través de organizaciones a las que ambos pertenecen o con las que tienen algún tipo de relación alternativa. De la misma manera comparten aliados militares, especialmente EE. UU. y otros países con los que participan en acciones de mantenimiento de la paz bajo el mandato de la ONU. A mayor abundamiento, Marruecos mantiene una relación privilegiada con la UE, goza de generosa financiación de la misma e incluso de algunos de sus Estados miembros a título individual (dirigida a facilitar las importaciones marroquíes). Para terminar, si bien es cierto que a Marruecos no le ha sentado bien la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE de diciembre de 2016, que declara que el Sáhara Occidental es un territorio autónomo bajo la responsabilidad de la ONU y que por tanto no puede estar incluido en los acuerdos UE-Marruecos, ello no tiene por qué suponer un giro de 180 grados en la política actual de Marruecos con relación a la UE y a España.
–Hay informes de seguridad que hablan del peligro que representa el comercio atípico por la imposibilidad de saber qué hay dentro de todos los fardos que cruzan la frontera. ¿Puede ser éste un factor de inestabilidad para la ciudad?
–De entrada, hay que recordar que las condiciones de inseguridad generadas por el terrorismo suicida, han cambiado el paradigma en el que descansaba hasta entonces el suministro de seguridad por los Estados como un bien público muy eficaz en el límite, desde el momento en el que quienes querían atentar contra los demás, intentaban en primer lugar no ser heridos ni detenidos por los cuerpos y fuerzas de seguridad. Dicha restricción ejercía un efecto disuasorio fundamental sobre las intenciones criminales. En la actualidad, desde el momento en que hay personas que cuentan con su “inmolación” como un resultado inherente al acto terrorista que van a perpetrar, la provisión de la seguridad correspondiente por las autoridades se dificulta enormemente. Desde estas bases, se comprende que surja temor a acciones terroristas que, como formula la pregunta, pueden utilizar como uno de sus medios el numeroso tráfico de fardos en régimen de viajeros que se produce diariamente en Melilla y que se presta a pensar que no está suficientemente controlado.
Aunque en el mundo de la seguridad no puede desecharse nada al cien por cien, en la práctica resulta descartable la utilización de los mecanismos citados, especialmente si se tiene en cuenta que las características fronterizas de Melilla implican un extensivo e intensivo control de las mercancías y de las pertenencias de los viajeros que entran y salen de la ciudad; dicho control viene gozando de presunción de eficacia, especialmente si se tiene en cuenta que al inicial dirigido al resguardo fiscal del Estado, se ha sumado el sobrevenido dirigido al control de la inmigración no legal.
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