Vamos a llamarla Amira. Aunque a primera vista pueda parecerte un chico, esta joven de mirada despierta y piel llena de cortes cuenta el viaje de vida que está haciendo a su cortad edad por su condición sexual y el firme rechazo de su familia a esto. Desde septiembre de 2018 está en Melilla “Entré a principios del mes nueve, no me cuerdo del día pero fue durante la feria”. Tiene una edad demasiado temprana para huir de casa y cruzar la frontera y demasiado mayor para estar bajo la tutela del Estado: según su tarjeta roja es menor y según la del CETI es mayor de edad. Con pintas de jovenzuelo de la calle, empieza hablando de su ciudad natal, donde creció con una tía que aceptaba su homosexualidad y hace dos años volvió a casa de sus padres, quienes tenían otra mentalidad. “He pasado mi vida en Casablanca. Tuve problemas cuando mi familia supo que era lesbiana…¡No puedes vivir libre cuando eres lesbiana en Marruecos!”. Según explica, si te atrapa la policía son seis meses de prisión y 3.000 euros de multa por homosexualidad. “Decidí venir cuando mi padre vio unas fotos con mi novia en mi teléfono. Cogí dinero y me fui a Nador, donde pasé casi un mes”. Allí intentó buscar a alguien que le pudiese traer a España, pero según relata, “es muy difícil porque hay muchos que te van a pedir dinero y no hacen nada luego”. Después se fue a Beni Enzar, donde le dijeron, que si iba a Melilla, podía ir al centro de menores y obtener papeles para quedarse.
Sin mirar atrás
Tras cruzar la frontera, por lo que tuvo que pagar 250 euros, “pasé 15 días en la calle y me dijeron que si no tenía pasaporte ni tarjeta de identidad, no me podían enviar al centro de menores”, relata. Al por qué no se llevó sus documentos, ella explica que están todos en casa de sus padres, pero que no los tenía con ella “porque no los necesitaba, mis padres me lo firmaban todo y no les dije a mis padres que me iba, porque cuando mi padre vio las fotos me fui enseguida”. Mientras aún estaba esperando la respuesta de la Policía, esta dormía junto a la Comisaría y fue ahí cuando un policía que hablaba árabe le preguntó “que si era un chico o una chica, le dije que soy una chica y tras decirme que qué hacía aquí, le dije que todavía era menor y que estaba esperando a que me llevaran al centro de menores”. Fue ahí cuando el policía, según explica Amira, entró para hablar con su jefe para ayudarle argumentando que no se podía dejar a una chica en la calle y la llevaron a la Policía Local, donde le dijeron que sin documentos no podían llevarla al centro de acogida y que tenían que hacerle los análisis para saber su edad. Finalmente fue llevada al centro de menores donde pasó dos meses. “Vino una educadora para verme y me dijo que en el CETI iba a estar mejor, que tenía que decir que era mayor de edad”. Declara que sin pasaporte, sin documentos, te ponen como mayor de edad. Cuando tenían que decidir qué hacer con ella, estando con tres chicas más, Amira asegura que la traductora “tradujo que todas teníamos 19 años. Las otras tres chicas volvieron a Marruecos, pero yo fui a hablar con la dirección”.
Siete meses en el CETI
Sin éxito ninguno, fue trasladada al CETI y explica que “al principio era todo normal, después vi que habían muchas personas de otros países con una mentalidad muy distinta y es ahí cuando me di cuenta de que estaba en una prisión”. Afirma que algunos empezaron a cuestionarla y espetarle que no era bueno ser homosexual. “Un día un hombre me dijo que le diese la mano y me preguntó que si no sentía nada”, relata. Desde ahí, poco a poco empezaron los problemas. “Empecé a fumar, a tomar drogas, beber vino, etc. para olvidar. Hace ya siete meses que estoy en el CETI”.
Una lucha diaria
“La calle”, pronunciada la cash, es una palabra que se repite continuamente mientras habla. Los residentes del CETI la mencionan como el castigo que reciben cuando no tienen buen comportamiento y ella tiene grabados a fuego los días que pasa a la intemperie. Cuenta, abatida, que su mentalidad “ha cambiado”, que ya no es la misma que se fue de casa y según explica, lo que ha ido viviendo estos meses, le ha hecho entrar en una espiral en la que tiene problemas continuamente. “Ahora soy así”, declara con tristeza. Teniendo ya su tarjeta roja, está esperando que la trasladen a la península, donde su novia la está esperando en Málaga. De ahí quiere irse a Francia, porque cree que en España no podrá vivir en paz. Aquí, durante siete meses, ha sido atacada, se ha lesionado ella misma para que no se la llevase la policía del CETI, ha discutido con las mediadoras, la han apuñalado… Y relaciona Melilla con todas esas experiencias.
Sean 17 o 19 años los que tenga, nadie puede pensar que a esa edad una persona tan joven pueda pasar por una larga lista de malas experiencias en el corto periodo de tiempo de un año, desde que su hermano mayor fue con las fotos de ella a mostrárselas a su padre hasta estos días en los que se sienta en la entrada del CETI, sin familia y nada más que una chica al otro lado del mar, esperando algún tipo de mejora en su vida. Increíble lo que significan unas fotos de dos adolescentes enamoradas.
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