El éxito de la educación híbrida (online-presencial), extendida a lo largo de la pandemia, está estrechamente relacionado con el ámbito familiar de los estudiantes. Pero, contrario a lo que podría pensarse, las mayores brechas tienen que ver más con un déficit de apoyo, que con carencias materiales, según la investigación "Experiencias y percepciones juveniles sobre la adaptación digital de la escuela en pandemia".
No obstante, sin perder de vista que las diferencias económicas entre hogares, géneros y centros educativos hacen que dentro de los procesos de adaptación digital el alumnado no sea homogéneo, el análisis, que busca impulsar la transformación digital del sistema educativo, evidencia que la clase social y el nivel económico familiar son determinantes para poder estudiar online.
El estudio, desarrollado a través de la creación y la dinamización de dos comunidades online y 612 entrevistas a estudiantes entre 14 y 18 años de todo el país, se centra en las potencialidades de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs) para la transmisión de conocimientos, de acuerdo con las culturas digitales de adolescentes y su relación con los centros escolares y sus redes de apoyo personales.
Aunque hay una menor disponibilidad de recursos en centros educativos públicos para atender las dificultades de los jóvenes, el informe sobre el curso 2020-2021 revela que las dificultades más extremas tienen que ver más con el ambiente familiar y las condiciones del hogar, que con el acceso a dispositivos o con el estado de los mismos.
Cerca de la mitad de los jóvenes (47,2%) afirma que pudo continuar con los estudios online "bien, con algunas dificultades"; un 28,1%, que lo hizo "perfectamente"; un 16,6%, "con bastantes dificultades"; y un 4,3% para el que ha sido "casi imposible".
Los entrevistados coinciden (un 7 en una escala de 0 a 10, donde 0 significa "nada de acuerdo" y 10, "totalmente de acuerdo") en que las clases online requieren de más constancia que las clases presenciales, que las clases online tienen un ritmo más lento y que la educación online los sobrecarga mucho más de tareas.
Menos de acuerdo se muestran al hablar de la flexibilidad: un 6.14 en la escala piensa que "con la educación online tengo más libertad para hacer las tareas a mi ritmo", y un 5.95, a que "el método de evaluación online es más injusto".
Sin embargo, resaltan ventajas de la educación online como la comodidad (47,7%), la capacidad para organizar el tiempo como quieras (39,4%), y la posibilidad de evitar desplazamientos innecesarios (38,5%). Entre las principales dificultades, señalan los cortes o lentitud de la conexión: un 30,4% lo experimenta "constantemente o con frecuencia" y el 35%, "a veces".
En tanto, el alumnado acepta la complementariedad entre la formación online y la presencial, pero siendo esta última la principal y prioritaria. Los adolescentes abogan por la incorporación de las tecnologías en las aulas, sobre todo porque "la tecnología propicia propuestas educativas más innovadoras" (7.24) y "el uso de la tecnología hace que las clases me resulten más interesantes" (7.03).
Uno de cada cuatro jóvenes experimentó problemas con el uso de Internet o de dispositivos a lo largo del curso, mas el 22,9% de ellos aseguró que no pidió ayuda a nadie. Asimismo, el 46,6% de quienes no solicitaron ayuda buscó la información en internet. Estas cifras confirman la tendencia autodidacta de la capacitación tecnológica, de la cultura del tutorial online como fuente de resolución de problemas, y del ejercicio del ensayo/error como estrategia formativa.
Además, muchos estudiantes plantean que, si necesitan ayuda, prefieren acudir a amigos o familiares que al profesorado, y que sus habilidades son más elevadas que las de los agentes que les rodean, especialmente si son adultos. El 81,9% considera ser "mucho o algo" más habilidoso que su padre/madre, y el 73,8%, más que sus profesores/as.
Una brecha digital todavía demasiado amplia
Este estudio se enmarca en la iniciativa de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y BBVA, Educación Conectada, que se enfoca especialmente en fomentar el desarrollo de competencias que acorten la brecha de acceso a la enseñanza a distancia. De hecho, prevé que en 2022 al menos 13.000 personas se beneficien con su oferta formativa en competencias digitales para docentes, alumnos y familias.
Para directivos y profesores, promueve el conocimiento sobre gestión de la identidad digital o herramientas digitales para entornos educativos. Para estudiantes, cuenta con la aplicación "¿Qué ser digital eres?", que mide el nivel de competencia digital y permite acceder a recursos específicos para mejorar las áreas menos desarrolladas. Para familias, ofrece claves para acompañar a sus hijos en la nueva cultura digital educativa.
Sin embargo, todavía existen un elevado número de estudiantes cuyo aprendizaje es frenado por los bajos ingresos de su hogar. Tal es el caso de quienes sufren pobreza visual infantil en España, es decir, aquellos menores de 18 años que necesitan gafas, lentes de contacto o terapia visual para ver correctamente, y que no pueden acceder a ellos por la situación económica de su familia.
Una "Radiografía de la pobreza visual infantil en España" estima que un total de 761.157 niños (el 8,59% de los menores del país) no puede disfrutar de una buena visión por esas carencias, lo que afecta directamente la capacidad de estudio, el aprendizaje y la inclusión social de estos menores. En el estudio de la asociación Visión y Vida, que impulsa el fin de esta problemática, Ceuta (19,84 %) y Melilla (10,11 %) se encuentran entre las zonas con mayores tasas de pobreza visual infantil.
Los expertos incluso destacan que uno de cada tres casos de fracaso escolar está relacionado con un problema visual no detectado oportunamente, que podía haberse corregido con una revisión o el uso de gafas, y exhortan a que los centros escolares velen de cerca a quienes puedan padecerlos.