Buen tiempo y sangre fría
El hecho de que los reptiles no tengan capacidad de regular su temperatura de forma interna, que es por lo que se les denomina animales de ‘sangre fría’, les obliga a pasar el invierno resguardados del frío y en un estado latente en el que reducen su metabolismo y sus pulsaciones: es lo que se conoce como hibernación.
A finales de febrero muchos de los reptiles que han pasado el invierno en estado de hibernación dentro de algún refugio empiezan a salir de su reclusión voluntaria y se dejan ver mientras se solean en lo alto de alguna piedra; son los primeros rayos solares que reciben en mucho tiempo, por lo que en estas fechas se hacen especialmente visibles mientras intentan recuperar el tiempo de sol perdido. Además, en cuanto salen de la hibernación se ponen a la tarea de buscar pareja, y los machos comienzan a batallar entre ellos por la posesión de las hembras; el frenesí del combate entre los machos y de la persecución de las hembras para culminar la cópula los hace especialmente vulnerables y despreocupados ante la presencia de otros animales, por lo que estas fechas son las ideales para observar los reptiles que habitan nuestro entorno.
Tortugas, galápagos, culebras y lagartos pasan por este proceso de hibernación y celo de alguna u otra forma, cada uno con sus peculiaridades.
El lagarto de los ocelos
Quizás el más llamativo de los reptiles de la Guelaya que inician su celo en estas fechas es el lagarto ocelado del Atlas (Timon tangitanus), que a pesar de su parecido con el lagarto ocelado ibérico (Timon lepida) es una especie exclusivamente africana que se distribuye por el noroeste del continente, concretamente el territorio que ocupa Marruecos y las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Su tamaño lo convierte en el gigante de los lacértidos de nuestra región, pues llega a medir 40 centímetros de cabeza a cola, y no son pocos los ejemplares que alcanzan los 70 cm. Pero no sólo es su tamaño lo que hace que los escarceos amorosos post-invernales del ocelado sean tan espectaculares. Los curiosos dibujos que adornan su cuerpo, incluyendo los ocelos negros con el centro azulado que le dan su nombre, contribuyen a hacer más llamativos estos escarceos.
Además, recién salidos de la hibernación, lo primero que hacen los ocelados es mudar su piel, y la nueva piel que les cubre es de un verde más intenso que la anterior.
También tenemos que tener en cuenta que los ocelados son especialmente agresivos con sus congéneres y muestran una hiperactividad durante el celo más acusada que en otras especies de lacértidos. En los días más señalados del celo, se pueden llegar a reunir cinco individuos o más alrededor de alguna hembra fértil, haciendo multitudinarias las disputas territoriales.
Por supuesto, la llamativa librea del ocelado sólo es perceptible en estos momentos de frenesí, en los que se exponen al observador sin ninguna reserva. A pesar de su tamaño, el color verde del ocelado y los adornos oscuros de su piel lo hacen prácticamente invisible entre los matorrales que constituyen su entorno una vez que ha concluido la temporada nupcial. Por eso su supervivencia depende de una buena cobertura de matorral mediterráneo tanto para alimentarse como para camuflarse. Su presencia es un buen indicativo de buen estado de conservación del medio, por tanto.
Aliado natural
La incomprensible animadversión que muchas personas tienen hacia los reptiles ha sido objeto de estudio en muchas ocasiones. La conclusión de estos estudios apunta más a un motivo cultural, relacionado más bien por factores como el papel que se les ha otorgado en las culturas tanto cristiana como musulmana, o el miedo atávico que aún nos producen, a pesar de que el nivel de conocimiento actual ha permitido que estas especies sean consideradas un gran aliado natural para el control de insectos y roedores.
La primitiva belleza del lagarto ocelado del Atlas, y su contribución como depredador de tamaño medio a la buena salud de la cadena trófica, hace más incomprensible si cabe este rechazo hacia unos animales admirables en todos los sentidos.
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