SE repite la máxima de que hasta que no hay muertes, no existe un problema y, mucho menos, interés por buscar una solución. La tragedia ocurrida en Ceuta el pasado jueves ha servido para llevar al resto de hogares del país el drama que prácticamente se vive a diario en las dos ciudades autónomas. También han llegado los ecos del desastre a las instituciones europeas, las mismas que llevan años haciendo oídos sordos a las demandas y advertencias que se realizan desde Melilla y Ceuta. Hoy se repite de nuevo el argumento de que la Unión Europea debe implicarse en el problema de la inmigración en el norte de África. Pero esta vez el mensaje no sale sólo de la boca de los responsables políticos locales. Ahora la exigencia parte también de los miembros del Ejecutivo central, lo que probablemente haga que esta vez la voz llegue más alta y clara a las instituciones europeas. Pero no hay que olvidar que es el mismo mensaje que viene lanzándose desde Melilla y Ceuta durante años y que ha tenido siempre la misma respuesta que la que puede esperar quien clama en el desierto.
La inmigración en las ciudades españolas en el norte de África no es un asunto que pueda ser abordado desde el ámbito local ni, incluso, desde el nacional. Es necesario una política común de la Unión Europea para atajarlo a través de acuerdos de cooperación con los países de origen. Hasta que este argumento, que resulta evidente para cualquiera con un mínimo de conocimiento sobre el asunto, no sea asumido con todas sus consecuencias por las instituciones de la UE, la tragedia de la inmigración en Melilla y Ceuta no habrá escrito su último capítulo. Con sólo la aceptación o asignación de responsabilidades políticas y judiciales o sin una cosa ni la otra, la muerte seguirá rondando entre los cientos subsaharianos y magrebíes que esperan en Marruecos para dar el salto a Europa. Y seguirá siendo así mientras continúe habiendo suficientes motivos para arriesgar la vida a una sola carta si ésa es la única opción para tener una posibilidad de labrarse un futuro digno.
Sin una implicación real de la Unión Europea continuarán las temerarias travesías en patera, las peligrosas llegadas en angustiosos dobles fondos practicados en vehículos, los arriesgados asaltos a la valla fronteriza... la última etapa de un osado viaje que comienza cuando los inmigrantes se ven obligados a dejar sus hogares. La desesperación que dejan atrás es la única explicación para los riesgos casi suicidas que asumen para alcanzar su meta, una desesperación que hace aún más culpable la indiferencia de la Unión Europea.
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