Categorías: Editorial

La valla ya no oculta la realidad

La posibilidad de que un inmigrante accediera a Melilla superando el vallado fronterizo era inverosímil hasta hace poco. Costaba creer la historia de aquel subsahariano que entró a nuestra ciudad saltando la verja por la zona de Aguadú hace más de dos años. Fue uno de los primeros en burlar la seguridad después de las inversiones millonarias realizadas en 2005 por el Gobierno de Zapatero para reforzar la impermeabilidad de la frontera tras los primeros asaltos masivos de ese año.
Aquella noticia, que nadie quería entonces confirmar en la Delegación del Gobierno con Antonio María Claret como máximo responsable, hoy no superaría la categoría de anécdota. Sin embargo, entonces fue la fotografía de portada de El Faro como lo es hoy la imagen de decenas de inmigrantes en el exterior de la Jefatura Superior de Policía tras saltar en masa la valla fronteriza, aquella misma que años atrás era infranqueable.
Ahora las circunstancias son otras. Las posibilidades de acceder a la península son cada vez más difíciles. Las rutas hacia las Islas Canarias han dejado de ser una opción. La inestabilidad política en Oriente Próximo y la creciente miseria en el África subsahariana han agudizado el problema hasta el punto de que ya no es asumible sólo desde el ámbito local.
El CETI ha alcanzado un nivel de ocupación desconocido en los últimos años. Sufre una saturación crónica, lo que convierte el centro en un permanente riesgo de conflictos. La labor, la paciencia y esfuerzo de los empleados consiguen ahogar los amagos de reyerta y que todavía reine la calma.
Las Fuerzas de Seguridad están absolutamente desbordadas a ambos lados de la frontera. Difícilmente se puede exigir más ‘colaboración’ a los agentes marroquíes mientras a aquí, en este trozo de la próspera Europa, nos debatimos entre el cinismo, la crítica fácil, la hipocresía y el desinterés mal disimulado hacia la miseria subsahariana que nos afea la existencia. Nos alarmamos por los quince inmigrantes fallecidos hace doce días en Ceuta y cerramos los ojos ante la tragedia diaria de la inmigración, que sabemos que existe aunque no queramos verla. Dentro de poco el asunto habrá pasado a un segundo plano, hasta que nuevamente la realidad abofetee nuestra conciencia con otro puñado de muertos ‘televisados’. Volverá la pesadilla de golpe, aunque mientras tanto la inmigración ilegal no haya dejado de sumar víctimas en forma de discretos naufragios, de pateras desaparecidas, de ocasionales cadáveres sin identificar... La próspera Europa ofrece muchas oportunidades a los inmigrantes, pero, desde luego, no es el mejor lugar para recibir lecciones de ética, ver ejemplos de solidaridad ni esperar muestras de compasión generalizada.
Aún hoy los alemanes se avergüenzan de su pasado más reciente, aquél que de manera consciente ocultaron a sus conciencias. La inmigración es la prueba de que la historia se repite y de que el hombre está condenado a tropezar insistentemente en la misma piedra.

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