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La última noche de Carmen Gómez Galindo

Pasada la medianoche el cielo se puso rojo, el estruendo indescriptible que lo acompañaba dejó sin aliento a los viajeros del buque procedente de Almería que desembarcaban justo en ese momento.

Una incongruente lluvia de arena siguió a la explosión de las veinte toneladas de pólvora que se almacenaban en Cabrerizas Bajas.
Ese 26 de septiembre de 1928, Mª Ángeles Galindo Martínez desembarcaba en su nueva vida. El fuerte sobresalto estuvo a punto de hacerle perder al menor de sus cinco hijos en la escalera del barco. En ese momento supo que nada bueno le estaba esperando en Melilla.

14 de agosto de 1936

El seis doble se había separado de los otros dos vehículos que partieron de la cárcel de Victoria Grande. Circulaba sigilosamente camino de las huertas del Real. Atrás había quedado el estruendo de los doce falangistas que con sus pistolas campogiro y látigos en la mano, se arengaban unos a otros en actitud bravucona. Matones porque ya habían matado. En el asiento delantero la preciosa carga que habían obtenido firmando un frío y reglamentario recibí, flanqueada por uno de ellos. Atrás, otros dos. Siempre acompañados, siempre en grupo, implicados y cómplices todos, vigilantes unos de otros.
A la noche ardiente de agosto no la aliviaba ni el levante ni el poniente.
¿Adónde me lleváis verdugos?
Carmen Gómez Galindo tenía diecinueve años y no se arredraba ante nadie. Ni siquiera ante estos jóvenes no mucho mayores que ella, que tenían una ciudad indefensa bajo sus pies, la impunidad garantizada, los más bajos instintos desatados y nada ni nadie que les impidiera satisfacerlos.
Carmen sabía cuál era su destino. Pocas horas antes, cuando su carcelero la reclama en Victoria Grande, había mirado a sus compañeras de presidio y poniendo su mano en la sien había hecho el gesto de dispararse un revolver. Sabía de la catadura de aquellos a los que se enfrentaba, ya había sufrido sus torturas cuando a los pocos días del alzamiento militar la sacaron de su casa, de su cama, ante la inútil resistencia de su madre. Tras unos días en el hospital está en esta cárcel donde cada día ingresaban más y más mujeres.
Llegados a su destino, la sacaron del coche. Uno de los hombres delante, sujetándole el brazo. Detrás los otros dos.
Así anduvieron unos cien metros en la oscuridad de la noche. Carmen iba tranquila, con una dignidad desafiante. No se oyeron gritos. Sólo el silencio de la noche durante quince o veinte minutos que se hicieron eternos…y entonces una detonación. Luego dos más.
El 1º de mayo, Carmen Gómez Galindo se había fotografiado junto a su primo Beltrán, con el uniforme de Juventudes Socialistas. Iban a celebrar la Fiesta del Trabajo. Desde las ocho de la mañana se congregaron en la Calle Álvaro de Bazán todas las entidades obreras con sus banderas y estandartes. A las nueve se puso en marcha la manifestación que pasó por el puente de Triana, Asociación General de Caridad, Blasco Ibáñez, García Hernández, Galán, Plaza de España, Avenida de la República y calle Castelar. Fue una manifestación grandiosa y una muestra de unidad obrera. Marchaban en cabeza los pioneros, las secciones femeninas y masculinas de las Juventudes Socialistas y Comunistas. Iban en formación y muchos de ellos, al igual que Carmen, uniformados, seguidos de los numerosos gremios obreros. Cantaban 'La Internacional', los himnos de las distintas organizaciones obreras, y coreaban la consigna ¡U.H.P! (¡Uníos, hermanos proletarios!).
Beltrán, eterno enamorado de Carmen, jamás se repondría a su muerte, nunca tuvo otra pareja. Pero ese 1º de mayo asistieron juntos con entusiasmo juvenil al homenaje que se hizo a Pablo Iglesias en la que antes había sido la calle O`Donnell, en su confluencia con la Avenida de la República, a la entrega de las reivindicaciones ante el delegado del Gobierno y finalmente se disolvieron en la calle Castelar delante de la Casa del Pueblo. Luego pasaron el día en el campo como numerosas familias de Melilla.
Carmen Gómez Galindo tenía ansia de aprender, de saber más, de cultivarse. El 14 de julio, esas ansias de cambiar las cosas, de vivir, de participar en la nueva sociedad que soñaba se plasmaron en una intervención en el mitin organizado por la Agrupación de Mujeres Antifascistas de Melilla representando a las Juventudes Unificadas resultantes de la unión de las Juventudes Socialistas y las Comunistas desde abril del 36. En la tribuna del cine Goya había propugnado la unión de todas las mujeres para luchar contra la guerra y el fascismo. Pretendían elevar la situación de la mujer en el plano material y moral, desarrollar la solidaridad femenina. Reivindicaban la igualdad de hombres y mujeres en la lucha contra el fascio amenazante.
Pero ahora… un mes después, su cuerpo yacía sin vida entre los arbustos. Sus sueños como su vida, rotos. Su país como su cuerpo, violentado.
Los falangistas regresaron al coche dejando a una camioneta militar el trabajo de trasladar a la víctima.
-¡Cómo se ha defendido la  zorra!

15 de agosto de 1936

María Gómez Galindo sostiene entre sus manos un pequeño jirón del vestido de su hermana y un mechón de su pelo. La persona que se lo ha traído le ruega una y otra vez que lo esconda bien porque su vida está en peligro con tan humana acción. Les cuenta a madre e hija, con la máxima delicadeza de que es capaz, cada detalle del final de su preciosa vida.
Tres días antes que a Carmen, habían asesinado a su hermano Manuel. Tenía  veinticinco años y trabajaba con una apisonadora de asfalto. El marido de María, que era militar, ayudante de un alto mando, había advertido a sus cuñados, días antes del 17 de julio, del peligro que corrían. Intentaron huir a zona francesa pero fueron detenidos. El menor, Francisco, estuvo preso tres años en Melilla y otros cuatro en Alicante, luego desterrado a Melilla hasta que pudo irse a Tánger y de allí a Francia, a Toulon, de donde nunca quiso regresar. A José Gómez, secretario del partido Comunista, lo fusilaron en Rostrogordo el 23 de febrero del 37, tenía 23 años. Hizo llegar a su familia una escueta nota que decía:“En mi último día en la tierra, un abrazo para mis padres”.
La humilde casa del nº 2 de la calle LL en Ataque Seco, en la que viven María Gómez, con un hijo, otro en camino y su madre, es registrada una y otra vez. Deciden por ello quemar el trozo del vestido y el mechón de la melena de su querida hija para no comprometer la vida de la persona que con tanto cariño como miedo se lo había confiado.
Mientras María Gómez preparaba con infinito dolor y rabia la pequeña pira funeraria, recordaba el incidente que su hermana le había relatado con preocupación pocos meses antes: había encontrado trabajo como costurera en la casa de un comandante cuya mujer estaba enferma de tuberculosis. Su ayuda en la casa se fue ampliando a otras tareas. Un día que la enferma hubo de salir, su marido intentó tener una relación con Carmen que ésta rechazó de forma radical no volviendo más a dicha casa. No había pasado mucho tiempo cuando, en la Avenida, el matrimonio acompañado de una amiga se encontró con ella. La mujer se acercó a Carmen para preguntarle por la razón de su abandono. Lo que la joven le contó tuvo que tener consecuencias por que al cabo del tiempo el comandante tocando el hombre de Carmen en la calle le dijo: - De esto te vas a acordar toda tu vida.  

María Gómez

Así se conocía a la hermana de Carmen, María Gómez, todo junto. Enviudó con 19 años. Su marido murió en el frente nacional. A ella y a su madre, por si la crueldad de haberle matado tres hijos y tener al otro preso, no hubiera sido bastante, las ingresaban en la cárcel con frecuencia. Entonces los dos hijos de María, Pedro y Eusebio, quedaban al cuidado de unas jóvenes vecinas a las que llamaban “las francesillas” que estaban en una situación tan precaria como ellas pero que no dudaban en compartir lo poco que tenían con los pequeños.
Los que conocieron a María Gómez la describen como una persona de un carácter indomable y libre, que nunca se calló lo que pensaba. De una elegancia natural y una presencia imponente, valiente y desafiante. Antifranquista hasta la médula, advertía a su hijo Pedro, que tenía vocación militar desde pequeño, que en su casa no consentiría tener un militar del ejército de Franco.
El día que se enterraba a su tercer hermano asesinado, María Gómez gritó con todas sus fuerzas en el cementerio todo lo que el sufrimiento y la impotencia le dictaron hasta el punto de que un falangista le puso el cañón de su revólver en la sien. Un militar, en un acto de mínima cordura le hizo bajar el arma y le dijo: ¿No te parece que ya se ha hecho bastante daño a esta familia?

La madre

Mª Ángeles Galindo Martínez llegó a Melilla el día del desastre de Cabrerizas. Era imposible que el mal presagio que tuvo al llegar pudiera ser comparable a lo que el destino le deparaba. ¿Qué hacía esta familia de Nacimiento, Almería, en Melilla?
En el Tánger licencioso y bohemio de los años 20, su marido, José Gómez Ferre, se había jugado y perdido gran parte de sus propiedades almerienses: cortijos con más de cinco mil olivos en Aulago, en Gérgal y Fiñana. Habían sido una familia acomodada, y por encima de todo, buenas personas, generosos con sus vecinos, su almazara había proporcionado aceite a toda la zona. Queridos y respetados en el pueblo donde vivían, donde nacieron sus hijos. Hasta que un día José Ferre, recién regresado de sus negocios y otras andanzas en Tánger, se plantó delante de su mujer y le espetó la  fatídica frase: “Estamos en la ruina”.
Pasaron un corto espacio de tiempo en la ciudad damnificada por el polvorín, lo indispensable para gestionar el negocio que iban a establecer en Monte Arruit, una casa de comidas frecuentada por soldados que venían del frente. No pudieron soportar las crudas escenas y las escabrosas conversaciones que se sucedían en el local y decidieron regresar a Melilla, pero la casa que habitaron en el Hipódromo se la llevó un temporal que arrasó las dos primeras calles del barrio. Y esta última desgracia natural les condujo al barrio de Ataque Seco.
Lo que aconteció a Carmen Gómez Galindo en Victoria Grande fue relatado por Carlota O`Neill en 'Una mujer en la guerra de España', las escenas en el fuerte fueron descritas por Jaime Fernández Gil de Terradillos en 'Así comenzó', además de en el informe que envió al Gobierno de la República y en el artículo 'Carmen Gómez Galindo y el 'humano' sentido de la Falange', publicado en mayo del 37 en la edición madrileña de ABC. Mir Berlanga describió a Enrique Delgado la escena del cementerio. Pedro, hijo mayor de María Gómez, confió a la autora la historia de su familia. Pero… ¿quién contó el crimen en las huertas del Real el 14 de agosto?
Los tres falangistas regresaron al vehículo después de quince o veinte interminables minutos. Era más de medianoche.
-¡Tú de esto ni mijita!  
El chófer, que era de Nacimiento, arrancó con los ojos llenos de horror.

Se prohíbe la reproducción del texto y de las imágenes sin permiso de la autora o de la familia, que es propietaria de las fotografías.

 

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