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La última frase de Benedicto XVI antes de morir: "Jesus, ich liebe dich" (Jesús, te amo)

-Benedicto XVI, entre dos Papas carismáticos: Juan Pablo II y el actual Papa Francesco. Una figura que fue acogida de forma muy fría y que recibe muchas críticas. Un Papa que no ha sido comprendido hasta el final porque nos quedamos en la superficialidad de las cosas. Para entender a este Papa, hay que leer en sus escritos. ¿Cual sería para usted el rasgo principal de la personalidad del Papa alemán, calificado como “el último Papa europeo”?.

-Sí, era difícil suceder a san Juan Pablo II, un papa carismático. Sin embargo y a pesar de ser muy distintos, supieron colaborar entre ellos muy bien. Tal vez esto denota ya un primer rasgo de su personalidad: su sencillez. Benedicto XVI es un hijo del pueblo bávaro que, a pesar de haber ocupado cargos de responsabilidad en la Iglesia, no ha perdido su inicial sencillez.

Poco dado a lo escénico, tal como podrían serlo no solo Juan Pablo II sino también el papa Francisco, Benedicto XVI ganaba en el plano corto. Era tierno, tímido, cercano. Sabía escuchar muy bien.

Tenía además una capacidad de análisis de los problemas, que le llevaba a realizar buenos diagnósticos y tratamientos de las distintas situaciones. Tenía un gran sentido común. Y confiaba mucho en la capacidad racional de todo ser humano, que por eso podía dialogar con la fe de los cristianos.

-Benedicto XVI deseaba retirarse cuando fue elegido. La voluntad de Dios era otra y él la aceptó humildemente. Sabía que toda su vida era un dejarse llevar suavemente por Dios. En su primer discurso tras ser elegido dijo que, después del gran Papa Juan Pablo II, los cardenales lo habían elegido y que le consolaba saber que Dios actuaba a través de instrumentos insuficientes. Se encomendó a la Virgen y a las oraciones de todos. Oración, estudio y piedad... Gran teólogo cargado de humildad, una virtud de la que adolecen muchos pensadores... Joseph Ratzinger no quería ser Papa, pero la decisión última no era suya y se convirtió en Benedicto XVI.

-La verdad es que no le apetecía nada. Él mismo contó que, en su oración, le decía a Dios: “¡no me hagas esto!”. También había dicho antes que él no había sido creado para eso… Sin embargo, su pontificado ha sido no solo importante sino revolucionario. Breve pero intenso.

Pero cuando vio que ese ser Papa se correspondía con la voluntad de Dios, se puso –como había hecho en otras ocasiones– manos a la obra, y lo hizo lo mejor que pudo. Sus catequesis, sus homilías, sus encíclicas, la reforma incoada y el gesto de la renuncia confirman que no lo hizo tan mal.

-En 2013 su dimisión sorprendió a todos. En nuestra mente estaban cercanas las imágenes de Juan Pablo II muy enfermo dándose hasta el final. El Derecho canónico lo contemplaba (la dimisión) pero nadie se lo esperaba de él. “Agradezco en primer lugar al mismo Dios, dispensador de todo buen don, que me ha dado la vida y guiado a través de varios momentos de confusión, levantándome cada vez que comenzaba a resbalar, donándome siempre de nuevo la luz de su rostro”. Palabras suyas que nos podrían ayudar a comprender esta importante decisión para nada tomada a la ligera.

-Sí, porque era aceptada pero nadie pensaba realmente en ella. Mi opinión es que renunció –como él mismo dijo– “por el bien de la Iglesia”. Había empezado una reforma tanto con la Operación Limpieza en los casos de abusos sexuales por parte de miembros del clero, como en la búsqueda de la transparencia en las finanzas vaticanas.

Calculaba que le quedaban tres o cuatro años de vida, y no quería que ese proceso de purificación desapareciera con su muerte. Así que pensó que lo mejor era pasar el relevo al siguiente, más joven, que podía seguir adelante con renovadas energías. Los escándalos de fuga de documentos ocupan, a mi juicio, un lugar secundario, a pesar de la gravedad del asunto.

-¿Cómo explicaría su testamento espiritual que fue redactado el 29 de agosto de 2006? “Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar las gracias...”. Un Papa humilde y además agradecido, son las dos caras de una misma moneda. Un hombre que se empeñó en hablar adecuadamente de Dios al mundo contemporáneo.

-Como una confirmación de su modo de ser. El testamento es una prolongada acción de gracias, un agradecimiento extendido. Sabe también pedir perdón por los errores que ha podido cometer. Me parece que es el testamento de una persona humilde que se despide pidiendo perdón y agradeciendo a todo el mundo, sin darse demasiada importancia. Me ha parecido un texto muy bonito y un autorretrato del difundo Papa emérito.

-Un gran teólogo que ha visto transformaciones de las ciencias naturales desde tiempos lejanos y que ha constatado como se han ido desvaneciendo lo que parecían certezas contrarias a la fe porque eran interpretaciones filosóficas vinculadas a la ciencia. Un Papa que ha dejado tres encíclicas para leer y meditar. De sus obras, ¿cuál es la que aconsejaría leer y releer? Teniendo en cuenta de que todo lo que este Papa ha escrito es oro puro y como tal va custodiado, valorado y asimilado.

-Depende de los gustos de cada uno. Empezaría por los libros-entrevista, donde expresa en términos directos y sencillos su pensamiento. Después se suele citar la Introducción al cristianismo, aunque –a pesar de su título– es un libro más bien complicado, pues contiene bastante de la época en que fue redactado.

Eso sí, la obra de su vida es el Jesús de Nazaret. Me parece que allí se contiene no solo una síntesis de sus ideas, sino un acercamiento al problema central de toda la teología. De hecho, sus últimas palabras –según ha transcendido– fueron: “Jesús, te amo”.

-Adoptaba una vestimenta clásica, de otros tiempo... de cuadro de Velázquez. Los zapatos rojos es una tradición que data del imperio Bizantino, era un color que simbolizaba el poder. Solamente el emperador y el Papa estaban autorizados a llevar ese color en su vestimenta. Un gesto (el de los zapatos rojo) que puede parecer ganas de llamar la atención pero bien mirado es todo lo contrario: humildad y responsabilidad. Un Papa muy fiel a la tradición y la ortodoxia. Qué duda cabe que tenía un estilo muy distinto al Papa actual, jesuita que gusta mucho también a los no creyentes. Papa Francisco y Benedicto XVI son muy distintos porque la Iglesia es muy rica en sus miembros... y toda comparación es odiosa.

-Sí, la variedad de estilos es legítima en la Iglesia católica: no hay que encerrarse en uno solo. Benedicto XVI fue tal vez lo que un periodista francés llamó “el último Papa europeo”, y adquirió una vestimenta adecuada a la misión que él consideraba esencial, que era devolver a Europa su rostro cristiano.

Sobre los zapatos rojos escribió Francisco Umbral que era “capaz de dialogar con los principales iconos del ateísmo sin apear de sus zapatos rojos”.

-Fue un chico que creció en una zona rural de baviera donde aprendió a amar el arte, la naturaleza, la música...y todo le llevaba a Dios. La música era su compañera de viaje, el lenguaje universal de la belleza. La música le regaló belleza y lo confortaba, le hacía sentir la grandeza de Dios, lo purificaba y daba alivio. Tal vez hoy día escuchamos poca música clásica, tenemos la mente llena de tonterías y poco sensible a recibir música excelsa. ¿Cuál era su relación con la música, el lenguaje universal con gran potencia espiritual?

-Apasionada. La música y la belleza en general es la gran pasión de su vida. Lógicamente es una música muy concreta y acorde con su propia biografía.

De hecho, se le suele llamar el “Mozart de la teología”. La música de Mozart que tanto le gustaba desde la infancia no solo tiene la gracia y la levedad, sino también una dramática profundidad.

-Los papas aportan de su personalidad en su pontificado. Lo estamos comprobando con el Papa Francisco un jesuita muy atento a los problemas sociales, muy directo, espontáneo “total”. Benedicto XVI, es distinto, cada persona es única. Tuve la suerte de conocerle y percibí que era educadísimo, culto y muy lúcido. ¿Qué estilo marcó para usted el Papa Benedicto XI en su pontificado?.

-Cada Papa aporta su propia personalidad, y pienso que eso es bueno. Juan Pablo II aportó sus dotes de actor, su pensamiento profundo y el tesón de haber tenido que luchar contra el comunismo.

Benedicto XVI aportó su altura intelectual y su capacidad de palabra y de escucha al mismo tiempo. La profundidad del pensamiento alemán ha venido a enriquecer el patrimonio común de la fe.

El Papa Francisco aporta su cercanía a los problemas sociales y su condición austera de religioso jesuita. Cada uno aporta lo mejor de sí mismo.

-En cada momento de la Historia, el Espíritu Santo manda el Papa que la Iglesia, el pueblo de Dios necesita. Benedicto XVI, con su mente lúcida, sería consciente de ello. La Iglesia necesitaba de un Papa que dijera claramente al mundo que Jesucristo es la vía, la verdad y la vida y que la Iglesia con todas sus insuficiencias es de verdad su cuerpo.

-Sí, yo también estoy convencido de que los cardenales, con la inestimable ayuda del Espíritu Santo, eligen al papa que más hace falta en cada momento. Con Juan Pablo II estaba el reto del comunismo y quién mejor que él para tumbar el Muro de Berlín.

En el caso de Benedicto XVI, el reto era intelectual, y él era tal vez la mente mejor preparada en la Iglesia para afrontarlo. Diseñó también una reforma que el Papa Francisco está llevando adelante; según el Papa emérito, Francisco es “el hombre de la reforma práctica”.

-Era una cabeza privilegiada. Un gran teólogo que fue además pastor de almas. Un figura tan grande que solo con el tiempo se llegará a captar en profundidad. A veces tengo la sensación de que, mirado de cerca su figura, se deforma, que con él hace falta tomar distancias como en una escultura de Miguel Ángel para percibirla como es debido.

-Qué duda cabe… Por su temperamento y su preparación, procuró estar siempre en diálogo con la ciencia y con la cultura del momento. Tenía sin embargo una capacidad de síntesis, capaz de expresar en términos muy sencillos ideas muy complicadas. Hacía fácil lo difícil. A pesar de su altura intelectual, no se quedaba encumbrado o encerrado en su torre de marfil, para que todo el mundo lo admiraba, sino que salió al encuentro de los problemas reales en la Iglesia y en todo el mundo.

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