Sereno y sin novedad. Ése es el estado de la frontera de Melilla desde hace meses, una situación que contrasta con la que se vivía hace un año, cuando las escenas que se podían contemplar sólo eran comparables a las de la ‘crisis de las vallas’ de 2005.
¿Qué ha cambiado para que todo sea tan diferente? Poca cosa si sólo miramos el operativo desplegado a lo largo de este lado de la frontera. Sigue habiendo exactamente el mismo refuerzo que antes era insuficiente para frenar las avalanchas de inmigrantes. No se ha retirado la ‘infranqueable’ malla antitrepa que los subsaharianos superaban sin demasiada dificultad usando esos garfios caseros con los que dejaron en ridículo esa millonaria inversión. La concertina de la polémica continúa allí, retando a los inmigrantes y desafiando a los demagogos que entonces se rasgaban las vestiduras con esas cuchillas de las que ya nadie se acuerda. Y las ‘devoluciones en caliente’ siguen siendo tan legales como quiera el ministro del Interior que lo sean mientras el Tribunal Constitucional no diga lo contrario.
Al otro lado, Marruecos ha construido su propia valla sin tanto despliegue tecnológico y con un modesto esfuerzo económico a la medida de la crisis de la que aún no hemos salido. Y sin embargo, su humilde inversión ha sido suficiente para impermeabilizar por completo nuestra frontera. Ningún subsahariano ha conseguido superarla hasta ahora, fundamentalmente porque ninguno de estos inmigrantes ha podido intentarlo al quedar reducida a la mínima expresión su presencia en el monte Gurugú y en las poblaciones próximas. De este modo, la valla fronteriza de Melilla recupera su particularidad de infranqueable, una propiedad indiscutible ahora gracias a que nuestros vecinos han borrado del mapa a quienes podían cuestionarla.
Si entonces, cuando las multitudinarias y prácticamente diarias avalanchas de inmigrantes consiguieron que el CETI batiera todos sus records de ocupación, el ministro del Interior insistía en calificar de “extraordinaria” la cooperación de Marruecos, ¿qué calificativo puede utilizar ahora Fernández Díaz?
Sin embargo, ésa no es la principal pregunta que debe responder nuestro ministro, sino ¿qué ha cambiado, si aparentemente todo sigue igual? Que Marruecos, por motivos que sin duda Fernández Díaz conocerá, ha pasado de las buenas intenciones a los hechos. El ‘quiero, pero no puedo’ de hace más de un año se ha transformado en una impresionante eficacia en la lucha contra la inmigración ilegal de origen subsahariano. Los sirios, mientras estén dispuestos a pagar importantes sumas de dinero por poder llegar de una u otra manera hasta la oficina de asilo de Beni Enzar, son otra cosa.
Ésa es la tranquilidad que nos ‘da’ Marruecos, que podemos contar con una cooperación mucho más allá de lo “extraordinario” siempre que a nuestros vecinos les cuadren las cuentas y no necesiten una posición de fuerza en la mesa de negociaciones.
Aún habrá quien insista en que nuestra relación de amistad y aparente buena vecindad con Marruecos no tiene precio. De hecho, no sería sorprendente que el ministro del Interior utilizará el adjetivo “impagable” para referirse al nuevo nivel de cooperación de nuestros vecinos. No anda falto de cinismo Fernández Díaz, como demostró con su exhibición de autocomplacencia en la inauguración de una oficina de asilo en la que unos inmigrantes no pueden poner un pie y a la que otros sólo acceden tras pagar una ‘millonada’.
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