Marruecos ha resucitado su irredentismo anexionista sobre nuestras dos ciudades. Su renovada ofensiva, tras años de silencio que parecían haber enterrado las anacrónicas pretensiones sobre Melilla y Ceuta, resulta tan sorpresivo como inexplicable. Sólo cabe preguntarse a qué puede obedecer, teniendo en cuenta el uso histórico que el vecino reino ha hecho siempre de su aspiración respecto de nuestros dos territorios como si de monedas de cambio se tratase.
Lejos de pensar en un posible efecto de nuestras denuncias por el cartel de ‘Melilla ocupada’ instalado desde hace unos meses en las oficinas marroquíes de la frontera de Beni-Enzar, resulta más factible apuntar a una nueva pretensión marroquí que posiblemente persiga algo distinto de lo que dice pretender.
Inusitadamente, Marruecos invoca sus relaciones con Europa para dar más fundamento a su aspiración. Algo igualmente sorprendente si tenemos en cuenta que nuestra realidad, histórica y demográfica, lejos de debilitarnos lo que hace es fortalecernos aún más como españoles y, por extensión, como europeos.
Marruecos habla de anacronismos pero el único anacronismo pasa por su irredentismo rancio, casposo e inamovible.
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