Opinión

La realidad del Mundo: Hermosa para algunos, horrorosa para otros

El contexto nos llama a la cordura, para poder entrar en la acción. Los hechos están ahí; el mundo es rico, aunque los desfavorecidos aumentan a nuestro alrededor. Desde luego, somos pura contradicción. Tenemos que hacer algo, cruzarnos de brazos no es la solución. Desde luego hay que construir puentes que favorezcan el desarrollo de una mirada solidaria, contando con todos los sectores de poder, pues es algo que nos afecta a todos los pueblos y a nuestras democracias. Una cooperación fiscal internacional más inclusiva y eficaz es vital para que los países puedan moverse de forma conjunta y transparente, sabiendo que el dinero recaudado se utiliza para el bien público y no para intereses de unos pocos privilegiados. A veces, pienso, que nada puede cambiar mientras las ruedas del poder continúan dirigidas por esa minoría pudiente. El espíritu global debe hermanarnos, haciéndolo corazón a corazón, que es como se fraterniza. Nos toca, en consecuencia, eliminar de manera definitiva las persistentes bolsas de marginación social, económica y política.

Subsiguientemente, el sistema monetario universal ha de fijarse, en una convención mundial que tenga el potencial de abordar la arquitectura de los sistemas financieros generales y de garantizar que las grandes multinacionales abonen los impuestos que les corresponden. Es cierto que nos hemos mundializado, pero ahora tenemos que vernos con otras dinámicas, capaces de incluir y no de excluir a ciudadanos, ya que únicamente sumando miradas es como se consigue una luz que nos mueva al ejercicio de un desarrollo que nos armonice, en sus tres dimensiones: la económica, la social y la medioambiental. Hablemos claro y profundo, por consiguiente, además de una fiscalidad equitativa de las empresas multinacionales, también se requiere una lucha contra la evasión y omisión fiscales de las gentes con grandes patrimonios, lo que nos demanda a emprender el análisis sobre los ingresos derivados de una economía cada vez más digitalizada y globalizada, repercutiendo en menos acumulación de beneficios individuales y más compartir, dada nuestra condición de ser social.

Lo importante es no dejar a nadie atrás. Sin embargo, también es palpable que los diversos gobiernos suelen reconocer la protección social, los ingresos básicos, la atención medica para todos y la educación universal, como algo inherente a la dignidad humana fundamental; pero, no obstante, su cumplimiento deja mucha que desear en todas las partes del planeta. Sólo hay que observar la desigualdad extrema que ha florecido como distintivo predominante del mundo contemporáneo. Tenemos, por tanto, la familia humana el deber de reencontrarnos en la búsqueda del bien colectivo, que llegará con una buena gobernanza mundial; puesto que los lenguajes son diversos, pero con horizontes comunes, lo que nos exige un consenso sobre un tratado fiscal mundial, que estime sistemas tributarios más progresivos, pero asimismo el modo y la manera en que se gasta el dinero para optimizar la vida de toda la humanidad, sobre la cual se fundan necesariamente todas las formas de socialización, a pesar de ser un campo de batalla diario, con los consabidos fondos del buen hacer y mejor obrar.

Sea como fuere algo está fallando. De hecho, cuando es justa la imposición tributaria, desempeña una primordial función equitativa y redistributiva de la riqueza, no únicamente en favor de quienes requieren subsidios apropiados, sino también en el apoyo a la inversión y el crecimiento de la economía real. Por ello, hoy más que nunca, todos estamos llamados a vigilar como guardianes de un bienestar, haciéndonos comentaristas de un nuevo protagonismo general, basando nuestra humilde acción en la exploración coherente de los recursos colectivos, sustentándolos sobre sólidos principios de solidaridad y subsidiariedad. Cada gesto de nuestra libertad, aunque pueda parecer insignificante y frágil, se orienta realmente en nutrirnos de esperanza y vida, para hacer realidad los derechos humanos que han de ser la piedra angular de la globalización, sobre todo para los más vulnerables y marginados; en lugar como hasta ahora viene sucediendo, sólo para los ricos y poderosos. Bajo la sombra de este enfermizo contexto económico solo cabe, alimentar el bien, emprendiendo caminos sanos y solidarios, siendo constructivos.

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