Carlos Esteban (Melilla, 1964) nació en la calle Álvarez Mendizábal, en Batería Jota, con ayuda de una matrona, “que es como se nacía entonces en casa”.
El actual presidente de Aspanies repartió su infancia entre dos zonas. El primero, Batería Jota, en su calle, el parque y el monte; la otra, en la calle Barceló, que hoy en día se considera parte del barrio del Carmen, donde vivía su abuela. Sobre todo iba allí en época de vacaciones, cuando se acercaba a ver a su abuela con su madre y con uno de sus hermanos.
Hasta los cinco años fue a una academia de barrio “que era del señor Giner, hijo de la señora Victoria y hermano del practicante, que era Antonio”. Luego se cambió al colegio La Salle, donde cursó hasta 3º de BUP y el COU lo hizo en el actual IES Enrique Nieto, que entonces no tenía nombre y era conocido como el instituto de arriba.
De su año en este último lugar, entre que estuvo sólo un año y que tenía que preparar la selectividad y “parecía que el mundo se iba a acabar”, conserva “pocos recuerdos”, pero sí que los tiene del colegio. De hecho, su vida la repartía entre los amigos de la calle y los de La Salle, que estaba cerca de su casa y aprovechaba el verano para ir al baño libre, “que era una cosa muy especial”, en la piscina del centro.
Fuera del colegio, con sus amigos, recorría toda Melilla. Iban a la playa y, prácticamente todas las semanas, al cine. Carlos asegura que se crió con el Alhambra, el Nacional, el Monumental y el Goya, adonde pasaban luego, como en un “circuito”, las cintas del Perelló. Los domingos, además, había sesiones dobles en algunos de ellos, lo que permitía a sus padres dejar a cuatro niños –él era el menor de los hermanos, aunque luego vino una niña– durante un buen rato por la mañana o por la tarde mientras ellos paseaban por la ciudad.
En definitiva, admite que lo pasó muy bien durante su infancia, cuando uno podía irse a la playa, a la escollera o a jugar al puerto. “Se podía recorrer la ciudad sin problema, mientras que hoy en día parece que o te llevan en coche a algún sitio para estar encerrado en unas instalaciones o no se hace nada”, dice con cierta nostalgia.
Si se acuerda de cuando era niño, “probablemente” se quedaría con la Melilla de entonces, cuando se podían hacer cosas que hoy en día resultan impensables. Al mismo tiempo, reconoce es de los que piensan que “cualquier tiempo pasado fue peor” y que “la Melilla de ahora permite que todo el mundo pueda tener una serie de recursos que antes no se podían tener”, entre los que cita las actividades extraescolares, “muchísimas más” ahora en comparación con hace unas décadas. “Aunque antes, por ejemplo, todos los colegios tenían equipos deportivos y hoy eso prácticamente ha desaparecido”, añade.
Un capítulo muy curioso de su vida le llegó poco antes de la adolescencia, cuando tenía 11 ó 12 años, cuando, durante tres –entre febrero de 1976 y julio de 1979– vivió con su familia dentro de la plaza de toros. No había nadie más que ellos siete allí. El motivo, que, su padre, que era funcionario del Ayuntamiento, pidió una casa y, como no había ninguna disponible, se la dieron en ese lugar.
“Era una cosa alucinante. Aquello era prácticamente un parque temático, porque podían ir todos los amigos y había sitio para todos”, anota Carlos. En ocasiones, hasta 60 niños se juntaban para jugar al fútbol, al rugby, al tenis o a policías y ladrones. Incluso tenían allí una especie de granja con gallinas, conejos y pavos. Así, no es de extrañar que fueran tres años “muy divertidos y muy intensos” tanto para él como para sus hermanos.
Cuando terminó el instituto, Carlos no tenía muy claro lo que iba a estudiar. Pensó en presentarse a oposiciones al Ayuntamiento, pero, mientras se decidía, se matriculó en Magisterio, la única carrera que había en el actual Campus de la Universidad de Granada (UGR), pero que antes no era tal.
Años después se matriculó en Pedagogía, primero, y en Geografía e Historia, después, en el centro asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Son, por tanto, tres carreras, pero Carlos cuenta que “se podían hacer”, sobre todo porque “la UNED proporciona una formación muy cómoda para Melilla y el sistema es bastante operativo”.
Hace 36 años, a finales de los 80, contribuyó a poner en marcha el centro base del Instituto del Mayor y Servicios Sociales (Imserso) y luego, junto con algunos padres, crearon la asociación Aspanies, de la cual es presidente y donde ejerce el voluntariado. Para él, tanto lo uno como lo otro son tareas “muy gratificantes”.
Aún ahora Carlos no olvida su formación, sobre todo lo referente a la historia, ni el cine, que siempre le ha gustado mucho.
Lo que parece seguro es que, sea lo que sea lo que haga de aquí en adelante, será en Melilla, donde su familia se instaló cuando sus abuelos vinieron a la ciudad autónoma. Y es que, aunque supone que seguirá viajando en la península, no cree que se marche a vivir a otro lugar.
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