La Plaza de las Culturas, una de las más céntricas de la ciudad, se ha convertido en un punto de referencia para el ocio de los melillenses. Su amplitud y la existecia de terrazas de hostelería ha hecho que sea uno de los lugares favoritos para los ciudadanos y eso, lógicamente, ha supuesto un desgaste importante para el conjunto de la explanada.
Por eso la Consejería de Medio Ambiente va a poner en marcha obras de remodelación integral de la plaza cuando acaben las navidades. Realmente es necesario actuar allí porque el paso del tiempo y el uso ha hecho que esté muy perjudicada: pide a gritos que se actúe. Y se hará con un plazo de ejecución de seis meses de manera que se remoce el conjunto completo, incluidas las entradas y salidas del parking.
Además, los trabajos se harán por tramos para tratar de que afecten lo menos posible a los negocios implantados en la plaza, así como a los ciudadanos que disfrutan de ella. Es una buena idea que, sin duda, se acogerá positivamente por sus usuarios y los empresarios.
No es la única acción que tiene previsto desarrollar Medio Ambiente para el embellecimiento de los rincones más emblemáticos de Melilla. A primeros de año se prevé llevar a cabo los contratos para remodelar por fin la Plaza de España, cuya imagen es bastante lamentable a pesar de que se trata del epicentro de la ciudad, con losas rotas o directamente cementadas sin el menor pudor.
También le tocará el turno a otras dos plazas señeras, como son la de los Pescadores y la del Veedor, esta última en Melilla la Vieja. Es interesante que se actúe en estos rincones porque reciben a decenas de visitantes que viajan a la ciudad y es imprescindible que muestren una buena imagen porque de ello depende, además, la percepción que esas personas van a obtener del conjunto de la ciudad.
Melilla entera necesita ese lavado de cara. Da auténtica pena ver el deterioro de muchos edificios modernistas en la zona centro, que se caen a trozos, tapados con esas horribles mallas verdes o azules y rodeados de vallas de seguridad para preservar la integridad física de los viandantes y que no pasen por debajo de ellos a riesgo de que algún elemento se desprenda y pueda causar daños en las personas.
Ya se sabe que poner en marcha un plan de recuperación de esos edificios, algunos de cuyos dueños ni siquiera se conocen, es una tarea muy complicada, de una dificultad extraordinaria por mucha buena voluntad que los gobernantes pongan sobre la mesa. Sin embargo, el esfuerzo merecería la pena porque se trata de auténticas obras de arte de la arquitectura de primeros del pasado siglo XX.
Es ingente la tarea que tiene el Gobierno sobre la mesa a la hora de plantearse ese lavado de cara que la ciudad pide a gritos y nadie va a entender que las obras hay que planificarlas, priorizarlas y, sobre todo, cumplir unos plazos administrativos de adjudicación que resultan insufribles. Los ciudadanos reclaman acciones y que éstas se vean inmediatamente, pero eso es pedir un imposible porque ni los recursos económicos de la Ciudad Autónoma son ilimitados ni es fácil enfrentarse al monstruo de la Administración pública.
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