El presidente del Colegio de Veterinarios de Melilla, Rafael Serrano, ha sido meridianamente claro al explicar en declaraciones a El Faro que la situación de la rabia en la ciudad es "comprometida" porque nos arriesgamos a que la enfermedad salte a animales domésticos o, mucho peor aún, que alguien recoja un perro enfermo de la calle y termine siendo mordido y contagiado de rabia en su casa.
En este sentido, ha advertido de algo que hasta ahora no le hemos escuchado a la Administración: la rabia en humanos, una vez que manifiesta los síntomas, no tiene cura.
Por eso la preocupación de los veterinarios locales que no han sido llamados por la Consejería de Salud Pública a dar su opinión sobre cómo controlar el brote de rabia desatado en Melilla y las manadas de perros vagabundos que vemos continuamente por las calles de la ciudad. No sólo en el extrarradio. Las hemos visto también en pleno de centro de Melilla y en plena campaña de rebajas.
Rafael Serrano lo puede decir más alto, pero no más claro. El problema de las manadas de perros no es nuevo. Esas decenas de animales que recorren en grupos nuestras calles han crecido en Melilla y durante todo este tiempo no han sido recogidos para, por ejemplo, darlos en adopción.
Eso se debe a la escasez de recursos humanos en el servicio de laceros de la Ciudad. No hay manos para tanto perro, porque durante años ha imperado al dejadez. Lo que en su momento pudo ser un problema puntual, ahora es una inmensa bola de nieve que amenaza con arramblar con quien se ponga por delante.
Hay en las redes sociales de la web de El Faro un debate encendido sobre si en estos momentos es o no conveniente o ético el sacrificio de animales. El problema es complejo porque nos ha explicado el presidente de los veterinarios, que se está registrando en la ciudad un tipo de rabia silenciosa que esconde la agresividad característica de esta enfermedad.
Según Serrano, lo recomendables es capturar a todos los perros que malviven en las calles de Melilla y ponerlos en observación porque la rabia no puede confirmarse en animales vivos. Es terrible que nos tengamos que ver abocados a sacrificar criaturas que podían haber tenido una segunda oportunidad si hubiéramos tenido un plan serio de esterilización y recogida en las calles.
Siempre se puede estar peor que en Melilla y por eso este lunes hemos leído con estupor que en Marruecos, cerca de Rabat, ha tenido lugar una matanza masiva de perros callejeros. Los han tiroteado.
En el mundo civilizado eso es impensable, pero como dice un lector de El Faro, si del otro lado de la frontera las personas son números, qué podemos esperar que hagan con los animales.
Pero esto es Melilla. Somos Europa y hay que tomar medidas urgentes para, en primer lugar, informar a la población de que es peligroso recoger animales de la calle en las casas o darles de comer en la vía pública.
Es necesario, además, reforzar seriamente el servicio de laceros no sólo porque estamos ante una emergencia sanitaria que exige que adoptemos medidas extraordinarias antes de que terminemos en la portada de los informativos nacionales. También porque estamos ante un problema endémico. Llevamos años con los gatos callejeros pululando por los rincones de nuestra ciudad. Eso es normal en Melilla, pero no se ve en otros puntos de España. Por tanto no se puede seguir tolerando en esta ciudad.
Hace falta, además, promover campañas de esterilización de los animales callejeros y de control de la vacunación habitual en Melilla.
Al margen de estas medidas que urge tomar, habría que reflexionar sobre un apunte que ha hecho este lunes el ex presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, que en su redes sociales señaló como causa del descontrol de las manadas de perros callejeros el desmantelamiento de la Consejería de Seguridad Ciudadana.
Y tiene razón. En una ciudad donde los melillenses siempre señalan la seguridad como un aspecto a mejorar, como un problema a solucionar o como una preocupación constante, no se entiende que no haya un consejero de Seguridad Ciudadana, dedicado en exclusiva al tema.
No se entiende tampoco que la Policía Local no tenga competencias para actuar en esta situación de emergencia sanitaria de la rabia y que el servicio de laceros no se haya reforzado como es debido desde que en septiembre se detectó el primer caso de rabia en la ciudad.
No fue hasta diciembre que se tomaron medidas. O sea, un mes después de decretarse el nivel 1 de alerta sanitaria por rabia. Este detalle, por nimio que pueda parecer, nos da la medida de la lentitud con que se toman las decisiones políticas en Melilla.
Siempre hay un pretexto para postergar la ejecución de una iniciativa. Y ese problema hay que intentar solucionarlo porque no tenemos todo el tiempo del mundo. Los tiempos y los ritmos de la legislatura son otros. Ante una crisis sanitaria como la que vivimos en estos momentos no podemos darnos el lujo de deshojar la margarita. El que no valga para esto, que se vaya a su casa. Se hace un favor a sí mismo y se lo hace a la Ciudad.
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