Desde atropellos a grandes catástrofes, pasando por accidentes múltiples o agresiones sexuales. Las víctimas, ya sea directas o indirectas, de cualquiera de estas situaciones mencionadas pueden sufrir graves secuelas si no reciben una atención psicológica adecuada. De hecho, según el psicólogo Juan Manuel Fernández, “la intervención psicológica en catástrofes es tan importante como la médica”.
Precisamente por ello, este profesional imparte, un año más, un curso de Intervención en Emergencias y Catástrofes en el salón de actos de la Comandancia de la Guardia Civil. En la actividad participan miembros de la Policía Nacional, la Benemérita, Bomberos, militares o enfermeros.
El objetivo de Fernández es ofrecer líneas comunes claras y consejos prácticos simples sobre cómo debe ser la ayuda psicológica de emergencia que se presta inmediatamente después de un suceso de estrés máximo.
Ayer, durante la primera clase, aprendieron cómo comunicar una mala noticia y a dar consuelo en medio del dolor.
Líneas de actuación
Según Fernández, lo primero que hay que hacer es establecer una comunicación directa con las víctimas. Buscan así información práctica y se convierten en un bastón para que el afectado tome un papel activo en la resolución del problema. “Es importante que el profesional mire a la víctima directamente a los ojos y que se comunique con ella con mensajes cortos y concisos”, dijo Fernández.
Si hay un fallecimiento de por medio, hay que comunicarlo. “Nunca mentiremos por temor a hacer daño. Eso sí, hay que evitar aspectos morbosos y el que presta ayuda tiene saber qué información es capaz de digerir cada persona”, explicó el psicólogo. El motivo es que nunca se sabe cómo puede reaccionar la persona o si se puede agravar alguna patología previa. “La gente expresa sus sentimientos de forma muy distinta”, señaló. Por ello, Fernández insiste en la importancia de saber cómo escuchar a una víctima sin presionarle para hablar.
Especialmente vulnerables son los niños, tanto si son víctimas como si son familiares de los afectados. No obstante, Fernández asegura que también ellos tienen derecho a estar “plenamente informados de lo que ocurre a su alrededor”. “No debe haber un pacto de confidencialidad”, apuntó.
Habla desde la experiencia porque en su dilatada trayectoria se ha encontrado con casos muy graves y que acuden a la memoria de la mayoría al hablar de catástrofes de la ciudad: la ruptura del depósito de agua en 1997 o el avión que se estrelló en el año 98 cerca del Cabo Tres Forcas cuando maniobraba para aterrizar en Melilla.
El después
Según Fernández, la labor de los profesionales no sólo se queda en las horas posteriores a la emergencia. Muchas veces acompañan a los familiares de las víctimas a los hospitales o a sus hogares. Después hacen seguimientos a los meses para ver cómo ha evolucionado la persona, en especial si ha sufrido algún trastorno agudo o de estrés postraumático. La parte más agradable de su trabajo es cuando ven o escuchan que la víctima ha tenido un desarrollo positivo. Una buena noticia, en medio del dolor en estado puro.
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