Lo que está sucediendo con los posibles pactos en el ámbito de nuestra política local me ha hecho recordar de repente la maravillosa obra de Oscar Wilde “La importancia de llamarse Ernesto”. Y dirán ustedes, por qué y a cuento de qué. Pues les explico. Oídas la multitud de declaraciones que los distintos postulantes o candidatos posibles a ocupar la Presidencia de la Ciudad vienen realizando en estos días, me asaltó el juego de palabras entre los nombres de Eduardo y Ernesto porque, al fin y al cabo, salvando las distancias, entre el argumento de la comedia de Wilde y el enredo de los pactos locales, asistimos igualmente a toda una trama teatral llena de incógnitas e interrogantes.
Estamos viviendo, de hecho, el segundo acto de una historia que se inició con un introito amplio, de larga campaña electoral y votaciones el pasado mes de mayo, y que el próximo 15 de junio, como muy tarde, tendrá su desenlace.
En este segundo acto en el que seguimos inmersos, la importancia radica en Eduardo de Castro, el número 13, la llave que puede abrir puertas o aupar al sillón presidencial a unos u otros o que, incluso, puede auparse a sí mismo al más importante de todos los puestos de nuestra Ciudad Autónoma, convirtiéndose en un alarde paradójico en el nuevo alcalde-presidente de Melilla.
Paradójico, lógicamente, porque por muy democrático que pueda ser, no deja de ser igualmente muy contradictorio con el propio espíritu de la Democracia que el más castigado por los electores melillenses y el que menos votos ha conseguido de cuantos han obtenido representación en la Asamblea sea, precisamente, el que pueda llegar a la Presidencia de la Ciudad.
La política, como el destino, puede ser muy irónica, burlona y sarcástica. Lo sabemos porque lo hemos visto y vivido sobradamente. Ingenuo es quien se sorprenda por ello.
Bajo el paraguas teórico de que es el arte de lo posible, hay que admitir que el posibilismo acaba imponiéndose a lo óptimo. Y en esas entretelas sobre lo posible y lo más conveniente, se andan moviendo unos pactos que dicen buscar el interés general pero que, necesariamente, están ligados al interés de los partidos llamados a suscribirlos, porque nadie como ellos para encarnar o considerar qué conviene más a los melillenses.
‘La importancia de llamarse Eduardo’ es tanta en estos días que sonroja oír el dechado de lisonjas con que le regalan los oídos algunos de los más interesados en gozar de sus favores. Me refiero, por ejemplo, a la socialista Gloria Rojas, para quien el Sr. De Castro es mucho más honesto que el Ernesto de Oscar Wilde; es un hombre que merece su confianza y con el que mantiene “una relación muy buena”. Un político “digno” del que da por hecho que será fiel a su sentido de la dignidad.
Y es que Rojas, que efectivamente ha mostrado muchísima sintonía política con De Castro, al igual que con Aberchán, durante los últimos cuatro años en el bando coincidente de oposición al Gobierno de Juan José Imbroda, sabe que “Eduardo tiene la decisión” y así lo dijo ayer en una entrevista con la directora de la emisora local de la Ser, Toñi Ramos.
Y como Rojas, todos sabemos quién tiene la sartén por el mango aunque tampoco las tenga todas con él, entre otras razones porque para suscribir un pacto con PSOE y Coalición, Ciudadanos deberá conseguir que Aberchán primero dimita. Y en puridad, no debería contentarse con que lo hiciera únicamente como diputado local, sino que debería exigirle que lo hiciera también como presidente de CpM. De otro modo, resultaría difícil entender que un partido con líneas rojas insalvables para negociar con imputados o condenados políticamente, se atreva al subterfugio y a cuidar únicamente de mostrar un bonito escaparate cuando, a la hora de negociar, tendrá que hacerlo obligatoriamente con el mismo y objetado Aberchán si este sigue al frente de la Presidencia de Coalición por Melilla.
Así que sí, que efectivamente, en este segundo acto, ‘la importancia de llamarse Eduardo’ está llamada a marcar el desenlace final. Salvo que ocurriera un imposible como un acercamiento o acuerdo entre CpM y PP que, por sorprendente que parezca, también tiene sus defensores, al menos entre las voces del escenario mediático local. En tal caso, la política demostraría que amén de ser el arte de lo posible también puede serlo de lo imposible.
Pero todo esto, lo admito, no es más que un juego de palabras para evidenciar un trasfondo que todos conocemos, en estos tiempos mutantes en los que ya no vale la lista más votada, otrora estandarte con tantos defensores, ni tampoco algunos de los mantras de la pasada campaña electoral, según los cuales Cs formaba parte del trifachito y del ogro de las tres derechas. Ayer, el ministro Abalos corrigió y tildó a Ciudadanos de regeneracionistas y, como Rojas, sostuvo que entenderse con los chicos de Rivera o con los de Eduardo en Melilla no tiene por qué ser tan difícil.
Así que corrijamos la frase o la teoría porque al final la política no es el arte de lo posible, sino que lo que resulte posible es lo que, finalmente, marca el arte de la política. Entre tanto, sigamos a la espera y no hagan caso de los rumores pero tampoco olviden lo que dice el refrán, porque cuando el río suena…
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