Un total de 16 chicos participa en los campos de trabajo organizados por Juventud.
El tiempo es una capa de tierra, maleza y piedras que cubre la historia de los antiguos. Los años no pasan en balde para nadie ni nada y la humedad, las tormentas, el viento y el sol estropean todo, incluso las fortificaciones que aguantaron decenas de asedios y que protegieron a los melillenses en más de una ocasión. Para desempolvar la historia que guardan estos recintos ya abandonados llegaron dos grupos de jóvenes a Melilla. La mayoría sólo buscaba una actividad para el verano y acabó escogiendo los campos de trabajo de arqueología que ofrecía la ciudad. La curiosidad es lo que les animó a participar en estas iniciativas y gracias a ella, han descubierto la vida de personas que hace siglos vivían en esta tierra.
Un total de 16 jóvenes ha estado de visita en la ciudad y ha trabajado para los melillenses. Con mucha paciencia y aguantando horas de sol, excavaban la tierra por zonas para ir sacando a la luz lo que el tiempo enterró.
En el primer turno de los campamentos de trabajo de la Viceconsejería de Juventud participaron cinco chicas: Paula Elena, Ana, Virginia, Elena y Gisela. Cada una de ellas procedente de una autonomía distinta, Madrid, Sevilla, Cáceres y Gran Canaria. En pocas horas hicieron buenas migas y trabajaron codo con codo para descubrir los misterios que esconden las fortificaciones del Cuarto Recinto, que también se conoce como los Fuertes de Victoria Grande, Chica y Rosario. Aprendieron, de la mano de una arqueóloga, cómo diferenciar entre los materiales que encuentran en la arena y cómo utilizar las herramientas para no destruir los restos arqueológicos que pueden aparecer de un momento a otro.
El segundo turno de los campos de trabajo, que finalizó esta semana, contó con once participantes: Andrea, Cristina, Daniel, Raquel, Rubén, Saray, Patricia, María Teresa, Ancella, Paula y Ana Isabel. Ellos también analizaron sobre el terreno la morfología de las fortificaciones, conocieron los elementos de estos recintos, como las fogatas, las minas, los fosos y el camino cubierto que hay frente al Fuerte de Victoria Grande. Además, estos jóvenes voluntarios participaron en un taller de laboratorio, donde profundizaron en las técnicas que utilizan los arqueólogos para determinar los componentes de las piezas y los años que llevan enterradas.
Pero estos chicos no sólo han trabajado como auténticos Indiana Jones en el terreno de las fortificaciones. También han disfrutado de la ciudad. La mayoría llegó con la idea de lo que es Melilla por la valla y la inmigración. Luego conocieron el centro modernista, la ruta de los templos, las playas y la gente de la ciudad y se han ido enamorados de esta tierra. Lo que más les llamó la atención fue la convivencia pacífica entre diferentes comunidades y la amabilidad de los melillenses. Para muchos ha sido más que un campo de trabajo. La experiencia les ha servido para dar más valor a esos edificios abandonados y a las ruinas que ven en sus comunidades. Ahora saben que son fuente de conocimiento porque son los testigos de la historia de su pueblo y por lo tanto, hay que conservarlos para el futuro.
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