Sanidad

La espiritualidad ayuda no solo a vivir la muerte, sino también a vivir la vida

La espiritualidad tiene un papel crucial a la hora de afrontar el final de la vida. Además de apoyopsicosocial, el programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación ”la Caixa” brinda atención espiritual para acompañar a las personas con una enfermedad avanzada y a sus familiares. La antropóloga Marta Morente y el teólogo Arnaldo Pangrazzi reflexionan sobre qué implica la espiritualidad al final del recorrido vital desde una perspectiva transcultural. 

Cuando alguien pierde a un ser querido, la manera de abordar esta pérdida será diferente según su cultura. No se gestiona igual en España, en México o en la India. Entender esa diversidad es fundamental a la hora de ayudar a las personas en el final de su vida y a quienes los rodean. Así lo creen en el programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación ”la Caixa”, que trata de ayudarlos en lo emocional y lo social, pero también en lo espiritual. Sus Equipos de Atención Psicosocial (EAPS), que desde que nacieron, en 2008, han atendido a casi 700.000 personas con enfermedades avanzadas ya sus familiares, no solo incluyen a psicólogos, trabajadores sociales y voluntarios, sino también a agentes pastorales.

Estos profesionales tratan de facilitar esa aproximación espiritual que muchos de sus pacientes necesitan. «La espiritualidad ayuda muchísimo no solo a vivir la muerte, sino también a vivir la vida», asegura la antropóloga social y cultural Marta Morente. «No te digo que si me dicen que me voy a morir mañana no sienta miedo, confusión o tristeza, pero se abre el panorama y tienes esa sensación de plenitud de vida y de haberte preparadopara un buen morir, para hacerlo con mayor paz o confianza.»

Marta Morente, antropóloga social y cultural

Es una espiritualidad que no tiene por qué estar vinculada a una religión. «No he encontrado a nadie que no se enamore de una puesta de sol, de un crujir de chimenea, de contemplar a un niño recién nacido o de mirar el mar y escuchar las olas. Y, para mí, esos momentos de quietud donde la persona conecta con otra percepción del tiempo son espiritualidad también», considera Morente.

«La espiritualidad tiene mucho que ver con la historia de la persona: cuáles son las sensibilidades y valores que ha ido interiorizandoa lo largo de la vida y que ahora forman su espina dorsal, que lo guían».

Arnaldo Pangrazzi, teólogo pastoral sanitario, coincide con Morente en la necesidad de distinguir entre espiritualidad y tradición religiosa. «La pertenencia religiosa depende mucho de la geografía. Si uno nace en Portugal, muy probablemente sea católico. Si uno nace en Egipto, seguramenteserá musulmán. El lugar donde nacemos nos identifica con esa tradición religiosa», explica. «La espiritualidad tiene mucho que ver con la historia de la persona: cuáles son las sensibilidades y los valores que ha ido interiorizando a lo largo de la vida y que ahora forman su espina dorsal, que lo guían. Tal vez han sido sembrados en la familiaydespués los ha interiorizado. Tal vez uno esartista y su manera de leer la vida tiene un toque especial de creatividad. Otro es muy solidario y este valor ha permeado sus relaciones. Otra persona es muy profunda y sabe reflexionar», explica. Y concluye que «la espiritualidad abarca un horizonte muy amplio: tiene que ver con la intencionalidad,la profundidad o la capacidad de elevarse de la persona».

«No importa cuántos años has vivido, sino qué has hecho con el tiempo que has tenido. Mirando atrás, ¿estás contento?¿Qué proyectos has realizado?».

Arnaldo Pangrazzi, teólogo pastoral sanitario

Desde esa espiritualidad, que para cada cual puede significar algo diferente, muchas personas que están en situación de enfermedad avanzada tratan de hacer balance. «Lo que alivia mucho al vivir la última etapa de la vida es revisitar el pasado y ver qué ha hecho cada cual con su vida. “Tengo 34 años y me estoy muriendo, tengo 49 años, tengo 75”. Realmente no importacuántos años has vivido, sino qué has hecho con el tiempo que has tenido. Mirando atrás, ¿estás contento?¿Qué proyectos has realizado? ¿Has sido un campesino, un pescador, un trabajador social? Otro ha creado a su familia o tiene nietos. ¿Está orgulloso de ellos?», reflexiona Arnaldo Pangrazzi. Pero no ve necesario el éxito para que ese balance sea satisfactorio: «He conocido a personas que han fracasado en todo, pero se han abierto, han comunicado el sentido de fracaso. Asumir esta verdad es un punto en tu favor».

¿Y qué ocurre con el vacío que una persona deja en su entorno cuando se va? ¿Cuál es la mejor manera de afrontar el duelo? «El primer consejo es afrontar la realidad. La pérdida ha ocurrido, no puedes vivir en la imaginación o intentar cambiar el pasado», considera el teólogo. «Hay que enfrentar lo que ha pasado y honrar el legado de la persona a través de sus valores. Su presencia no está en las cenizas o en el cementerio, sino dentro de ti. Tienes que hacer vivir a tu hijo, tu esposa, tu padre, etc., dentro de ti y ser testimonio de estos valores. No solo llorar o estar triste, sino también dar las gracias por la vida que esta persona te ha regalado y buscar inspiración para vivir con tu dolor», añade.

«Todas las culturas tratan de responder de una forma u otra a ciertas cuestionesuniversales. Todas hablan de una parte de misterio, porque nadie tiene la certeza total de qué ocurre cuando nos morimos. Todas hablan de una percepción del tiempo, en el proceso de morir y una vez muertos: ¿dónde estás? ¿en qué tiempo estás?», reflexiona Morente, que apunta que para algunos hay un más allá, mientras que en otras culturas es «un más acá, donde los que han fallecido andan por aquí,aunque no podamos verlos» y, para otras, hay una reencarnación.

Además del tiempo y el espacio, esos conceptos comunes incluyen la identidad: «La persona que se ha muerto, ¿para ti quién es? y ¿cómo te la imaginabas en vida o desde otras cosmovisiones? ¿Rodeada de los seres queridos que ya murieron? ¿Y siguen todos con la misma edad conla que murieron o te los imaginas jóvenes?». Añade un elemento más: «El tema vincular. Si muere un familiar mío, ¿qué tipo de vínculo quiero tener con el que se fue?».

Marta Morente, antropóloga social y cultural

Aunque cada cultura responde a esas preguntas de una manera distinta, las fronteras entre unas y otras no siempre están muy delimitadas. Morente, que, además de ser antropóloga, está especializada en intervención en procesos de duelo, explica que todos vivimos en un mestizaje de culturas en esta «aldea global» y lo ilustra con su propio ejemplo: «Yo he nacido en Madrid, vengo de una cultura judeocristiana en la que, a mí, directa o indirectamente, se me ha inculcado un cielo, una tierra, un encuentro con seres queridos… Sea o no creyente o practicante, esto está dentro de mi cosmovisión cultural de la muerte. Ahora, después de un año viviendo en Bolivia y siete años en México, muy cerca de comunidades indígenas, mi cóctel de entendimiento de mi muerte y de la de mis seres queridos está salpicado por muchas cosmovisiones culturales».

Pangrazzi señala que no todos los duelos son iguales: «Depende de la persona, de sus recursos, de su apertura a los demás, de su espiritualidad. Son factores que influyen en la manera de vivir el duelo». Marta Morente comparte esa diversidad y apunta que también influye mucho el «trabajo contemplativo» e «identitario» que haya hecho la persona.

Arnaldo Pangrazzi, teólogo pastoral sanitario

Aunque no haya recetas universales para un buen duelo, para Morente es clave pasarlo «bien acompañados y escuchados, y no solo escuchados desde las orejas». Y lo concreta en el siguiente consejo: «La naturaleza nos ha dado una boca y dos oídos. Entonces, en los procesos de duelo, escucha el doble de lo que hablas, porque las personas en duelo necesitan ser escuchadas y que las personas de alrededor practiquen más el verbo ser que el verbo hacer: que sepan estar y que sepan ser con tu tristeza, con tu rabia, con tu miedo, pero también con tus alegrías».

 

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