La emigración de Marruecos

A finales de mayo pasado circuló por WhatsApp en Melilla el vídeo de una lancha rápida, de las que habitualmente utiliza el narcotráfico, cargando una treintena de migrantes en la ensenada de Galápagos a plena luz del día.

En aquel momento, las autoridades ni desmintieron ni confirmaron que eso estaba ocurriendo en nuestras costas, pese a que en Melilla no se hablaba de otra cosa.

Si una embarcación decide recoger migrantes a plena luz del día en Melilla, no es descabellado preguntarse qué no habrá hecho al amparo de la oscuridad.

Ahora, casi dos meses más tarde, ha sido interceptada una embarcación en el mismo sitio, haciendo exactamente lo mismo. Sólo que esta vez ha habido detenciones y ha sido abortada la operación de tráfico de personas.

Pero, para nuestra sorpresa, los que fueron sorprendidos subiendo a la lancha no son migrantes subsaharianos sino marroquíes, que habrían pagado para escapar de un Marruecos que sólo piensa en los jóvenes para alistarlos al servicio militar obligatorio.

Lo novedoso es que las embarcaciones hayan estado saliendo de la costa melillense y no de la marroquí, cuando se supone que allí es más fácil evadir la vigilancia costera, que en ese país se mantiene bajo sospecha de hacer la vista gorda por orden de arriba o a cambio dinero, ante la emigración ilegal a España y la salida de las lanchas que se dedican al narcotráfico.

Pues bien, finalmente la Guardia Civil ha desarticulado de madrugada esta red de tráfico de personas, advirtiendo de que si la lancha hubiera salido ese día, cargada como iba, lo más probable es que hubiera naufragado porque el mar picado no le habría dejado llegar a las costas andaluzas.

El periodista Ignacio Cembrero destapaba hace unos días en El Confidencial que mientras cientos de miles de marroquíes se tiran en patera al Mediterráneo, el rey Mohamed VI veranea en aguas cercanas a Alhucemas, las mismas donde se ahogan sus paisanos. El monarca alauí lo hace a todo lujo, en un barco por el que habría pagado 88 millones al multimillonario estadounidense Bill Duker.

No son pocos los expertos que contemplan la posibilidad de que de un momento a otro se produzca un nuevo rebrote de la primavera árabe que no caló a fondo en Marruecos cuando estallaron las ‘revoluciones’ en el Magreb.

Sin embargo, viendo lo que ha pasado con Libia, Argelia, Túnez, Egipto, Yemen o Siria tras las primaveras árabes de 2010-2013, el problema de Marruecos es más que nunca un problema de Europa. Así que, aunque sólo sea por egoísmo, necesitamos estabilidad en el país vecino porque lo último que nos hace falta es un Estado fallido en nuestra frontera Sur.

En el año 1990, el 0,23% de la población marroquí era inmigrante. Casi treinta años después (2017) ese porcentaje apenas ha aumentado hasta el 0,27%, según las estadísticas de Datos Macro, que utiliza cifras oficiales de la Organización de Naciones Unidas.

En todo este tiempo, Marruecos ha pasado de ser casi en exclusiva un país emisor de migrantes a España, Francia, Bélgica y Holanda, a convertirse en un territorio de tránsito de subsaharianos hacia Europa.

Sin embargo, pese a que existe un convenio entre España y Marruecos para repatriar migrantes marroquíes adultos, éstos siguen saliendo en pateras con la esperanza de poder echarse a correr en cuanto toquen la costa española.

En 2017 fueron repatriados 4.450 marroquíes; hasta octubre del año pasado se habían enviado de vuelta unos 3.400. El Gobierno español evita dar cifras para no incomodar a Marruecos, pero ha reconocido que hasta septiembre de 2018 llegaron 6.433 ciudadanos marroquíes en patera a España y Marruecos, a su vez, admitió que nuestro país les ha devuelto 3.500. Eso significa que sólo son expulsados la mitad de los que llegan.

Quizás éste sea el motivo por el que muchos jóvenes marroquíes de las zonas cercanas a Melilla se hayan puesto como meta reunir dinero para emigrar a España.

Quieren una vida mejor y no se plantean alcanzarla en su país. Les resulta más fácil arriesgar la vida en una patera que reclamar mejoras al Gobierno. La represión que vino tras los disturbios de Alhucemas caló hondo. No quieren ir a la cárcel. Quieren vivir su vida y poder darse el lujo de engrosar una Operación Paso del Estrecho.

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