La cara de la tragedia tiene muchos rostros en el mundo actual pero uno convive especialmente entre nosotros, incide plenamente en nuestras vidas y pasa por nuestro lado huyendo de la persecución, la indiferencia o incluso el abierto rechazo.
Los datos que arroja el último informe sobre inmigración de la Asociación Pro Derechos Humanos y que ya publicó este medio el pasado 15 de mayo, evidencian la magnitud de una tragedia humana que, hoy por hoy, somos incapaces de afrontar con generosidad, eficacia y justicia.
Melilla convive estrechamente desde hace ya casi veinte años con el principal fenómeno social del mundo actual: La masificación coincidente de multitud de flujos migratorios que convergen sobre Occidente en busca de una vida mejor.
Los inmigrantes, inicialmente subsaharianos, que en 1993 aparecieron como extrañas raras avis en una ciudad de ‘moros y cristianos’, comenzaron una estela que hoy en día refleja la extrema crudeza de la inmigración y la fuerza del empeño por superar la pobreza.
Tras casi dos décadas, poco ha mejorado sin embargo la vida para el inmigrante que llega a Melilla. Al mayor avance en cobijo y otras prestaciones, se contrapone el muro gigante de una alambrada sofisticada y tridimensional, de seis metros de altura que, por sí misma, simboliza la política contra la inmigración del Gobierno de España y de la Unión Europea.
Tal como subraya la APDH, la política puesta en práctica por los distintos gobiernos del país en la última década para controlar los flujos migratorios, no sólo ha resultado ineficaz al no haber conseguido sus objetivos, sino que anda promoviendo deshonrosos capítulos de vulneración de los derechos humanos que no dejan de arrojar víctimas a las frías y poco difundidas estadísticas sobre la extrema siniestralidad que va pareja a la inmigración.
En su informe ’Derechos Humanos en la Frontera Sur 2010-2011’, la APDH-Andalucía advierte del incremento en la llegada de inmigrantes ilegales a las costas andaluzas en lo que va de año. Además, según el seguimiento efectuado por la misma asociación, al menos 131 personas perdieron la vida en 2010 en su intento por llegar a España.
La APDH también llama la atención sobre el caso de Ceuta y Melilla, donde se ha registrado un repunte de las entradas ilegales que se producen, además, de forma “extraordinariamente precaria”, a través de conductos de saneamiento, saltos contados a la valla, a nado o en pequeñas balsas de playa.
A lo anterior se une la constatación de que Melilla y Ceuta se han convertido en una “dulce prisión para los inmigrantes”, como lo prueba las largas estancias de los mismos en nuestra ciudad en espera de que se les pueda aplicar algún convenio de repatriación que los devuelva a sus países de origen, cuando no a países mercenarios dispuestos a admitirlos a cambio de dinero y a pesar de que su nacionalidad sea realmente otra.
Para la APDH-Andalucía, nuestras dos ciudades son un “limbo legal y vital” en el que los inmigrantes quedan atrapados. Esto les provoca un desgaste tremendo al verse sometidos a “una tortura psicológica que les va deteriorando poco a poco, hasta el punto de hacerles sufrir enfermedades o incluso desear la muerte antes que seguir así”.
Por otro lado, en la web de ong’s como Prodein hemos podido leer varias veces denuncias sobre el aumento del grado de alcoholismo entre la población inmigrante, la depresión creciente y la adicción incluso a otro tipo de drogas. “Muchos internos –se dice textualmente- han perdido el sentido de la realidad”.
Todo lo anterior no es de extrañar si tenemos en cuenta la situación de confinados en la que se encuentran a pesar de hallarse en territorio español. Las peculiaridades con que se aplican en nuestra ciudad las normas del territorio Schengen, zona fronteriza comunitaria de la que se nos excluye según para qué cosas, permiten por ejemplo que al inicio de su expediente de asilo se les otorgue una tarjeta de residencia con la que supuestamente pueden moverse por todo el mapa nacional aunque, de facto, no puedan salir de Melilla.
Por todo lo anterior, casi veinte años después de que los primeros inmigrantes subsaharianos, procedentes de Mali, Cabo Verde y Nigeria sobre todo, comenzaran a llegar a Melilla, poco o nada ha cambiado respecto de la forma en que hemos gestionado la inmigración. Hemos avanzado notablemente en medios para reprimirla y también para atenderla pero la suerte de quienes llegan a nuestra tierra sigue siendo igual o más incierta, y su paso por nuestras calles no ha dejado de ser un espectro fantasmal con cara de tragedia.
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