El almirante Juan Rodríguez Garat (Ferrol, 1956) sirvió en la Armada durante 47 años, 24 de ellos en destinos a flote. De su carrera recuerda con nostalgia los nueve mandos de mar -tres de ellos buques- y el resto de fuerzas navales españolas, europeas y de la OTAN. Actualmente se encuentra en la reserva.
-Visité Melilla por primera vez como alumno de la Escuela Naval Militar, hace ya 50 años. De ella recuerdo, entre otras cosas, mi primer contacto con la Legión, siempre inspiradora. Desde entonces he recalado muchas veces en este hospitalario puerto, donde la Armada siempre es bienvenida. La última visita que hice a la ciudad fue hace dos años, para dar una conferencia sobre la guerra de Ucrania. Recuerdo que Faro TV Melilla me hizo entonces una entrevista con preguntas que me parecieron muy oportunas, lo que no siempre ocurre cuando se trata de asuntos relacionados con la defensa.
-La desconfianza se basa, en primer lugar, en razones históricas. No hace tanto tiempo que ocurrió lo del Barranco del Lobo o Annual, y aún menos del episodio de la Marcha Verde. Todavía es relativamente reciente la ocupación del islote Perejil. Todo eso podría haberse olvidado, pero las periódicas reivindicaciones de diversas instituciones marroquíes sobre la soberanía de las ciudades autónomas, las diferentes posturas sobre el Sáhara Occidental y las presiones del Gobierno de Marruecos sobre el español en asuntos como la gestión de la inmigración y las aduanas —por no hablar de algunos episodios de espionaje que han rellenado muchas páginas de periódicos nacionales— ayudan a que se perpetúe entre los españoles la idea de que Marruecos es, como mínimo, un vecino incómodo. Así lo califico yo en uno de los capítulos de mi libro ‘Tambores de Guerra’.
-En las relaciones entre las naciones no hay amistades, sino intereses compartidos. Nosotros tenemos muchos intereses compartidos con Marruecos, pero también importantes divergencias. Más que con Portugal —por poner un ejemplo— aunque muchas menos que con Irán o Rusia. Usted verá donde quiere poner la línea de la amistad, pero el mundo no es blanco ni negro, sino de todas las tonalidades del gris.
¿Podemos fiarnos de Marruecos? La pregunta que de verdad se puede responder es si podemos fiarnos de su actual Gobierno. Y la respuesta es que ellos velarán por sus intereses, entre los cuáles desde luego no está la guerra con España.
Lo que ocurre en Ucrania ha hecho que la humanidad baje el listón de la amenaza de una guerra de forma injustificada. Para llevar a cabo una guerra de agresión hace falta un Putin, y por desgracia ningún pueblo está libre de la posibilidad de encontrar uno. Pero no es suficiente disponer de un líder criminal. Para hacerlo con impunidad hacen falta también armas nucleares, que son las que logran que la comunidad internacional se muestre impotente para parar la guerra. Hace falta un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU o un socio fiable que lo tenga. Hace falta independencia estratégica, que Rusia consigue fabricando sus propias armas. Hacen falta enormes cantidades de dinero —que Putin saca de sus inmensas reservas de petróleo y gas—tanto para pagar la guerra como para sobrevivir a las sanciones internacionales y comprar la complicidad de las grandes potencias que, como ocurre con China, siempre están dispuestas a hacer valer sus intereses estratégicos y comerciales. Y hace falta, por último, una víctima vulnerable, como parecía ser Ucrania frente a Rusia, porque nadie comienza una guerra que no puede ganar. Así pues, saque usted sus propias conclusiones.
La mía, por si al alguien pudiera interesarle, es que, por improbable que sea que en este caso se reúnan todas las condiciones, España tiene que asegurarse de que no se dé la última de ellas. Y no se trata sólo de armas y soldados, sino de la voluntad del pueblo español, a mi juicio muy necesitado de un rearme moral.
-Imagine que, en un momento indefinido de un futuro improbable pero posible, cualquiera de nuestros vecinos norteafricanos, quizá contagiado por la inestabilidad del Sahel, se convierte en un estado fallido. Imagine que, como ocurre en el Yemen, se llega a la guerra civil. Imagine que Irán se impone como potencia regional en Oriente Próximo y busca llevar su revolución hasta el Mediterráneo occidental. Imagine, en definitiva, a los hutíes en el mar de Alborán. Si fuera así, sería nuestro tráfico marítimo el que sufriría sus ataques. Sería Melilla donde podrían caer los cohetes que hoy llegan al norte de Israel. Ese futuro, desde luego hipotético, debe estar en la mente de quienes diseñen las Fuerzas Armadas de las próximas décadas.
-Desde luego. He visto a los medios españoles alarmados por maniobras navales marroquíes realizadas en aguas internaciones a mayor distancia de las Islas Canarias de la que separa a estas con la costa marroquí.
-Tendría que preguntar usted al analista que dijo esas cosas. Lo que yo sí puedo decirle es que España y Marruecos son naciones y, como tales, no acuerdan ni dejan de acordar nada. Son los Gobiernos los que toman las decisiones. Y nadie sabe quién gobernará en cualquiera de los dos países dentro de cinco años. Si hubiera un plan a largo plazo, tendría que estar asumido por los dos partidos que tienen posibilidad de gobernar España. Vistas sus relaciones, no me parece posible que eso ocurra.
A la otra pregunta, no creo que Marruecos renuncie formalmente a sus aspiraciones sobre las ciudades autónomas mientras en el mundo prevalezca —y lo hará durante muchos años— el actual concepto de nación. Cualquier reivindicación, por irrazonable que sea, es siempre una baza para, cuando vengan mal dadas, unir al pueblo marroquí en una causa común.
-El mandato de Trump se está caracterizando por su volatilidad. Es posible que rectifique a medida que se tropieza con la realidad; pero, por el momento, lo que sí ha hecho es apoyar a Putin en su desafío a los principios de la Carta de la ONU y, en particular, al que consagra la integridad territorial de las naciones. Si ese principio se ve reemplazado por la ley del más fuerte, mis nietos y los nietos de los demás españoles, incluidos desde luego los de los melillenses, tendrán una vida más difícil que la de mi generación.
-Seguramente sí. Se puede prever que apoye a Rabat en su postura. Pero, tratándose del presidente Trump, es imposible estar seguro.
-Los militares no pueden cuestionar en público la política del Gobierno de España. Aunque yo ya estoy retirado y no tengo impedimentos legales, en todos los medios aparecerían mis declaraciones como las de un almirante. Permita, por eso, que no conteste a esa pregunta, que sólo puede responder el pueblo español con su voz y con sus votos.
-Los ejércitos son instrumentos de las naciones y Europa no es una nación. Mientras los pueblos que la forman no quieran ceder una parte decisiva de su soberanía —la Defensa lo es—, habrá que conformarse con un ejército que sea capaz de sacar partido a la suma de los de las naciones europeas. Para conseguirlo, sería preciso que al menos el planeamiento de la Defensa se hiciera de forma coordinada. Queda mucho camino por delante y requerirá importantes inversiones; pero, como le ocurre a España, también será necesario el rearme moral de los europeos.
-El nuevo concepto recoge la voluntad de los aliados de defender, y cito textualmente, “cada pulgada de territorio aliado”. Sin embargo, si llegara la ocasión de defender a España —cualquiera que sea la parte atacada— será cada Gobierno aliado el que decida —y ahora cito al Tratado de Washington— “las medidas que juzgue necesarias” para restablecer la seguridad. Por razones que a mí me parecen difíciles de explicar, muchos españoles piensan en la OTAN como un paraguas que nos protege de nuestro desinterés por la defensa, y olvidan que —cito ahora el artículo 3 del Tratado de Washington— las naciones “mantendrán y acrecentarán su capacidad individual y colectiva de resistir a un ataque armado.”
-En esto coinciden hoy las cuentas de la OTAN y, también, las de la UE. Las cifras son el resultado de la necesidad de compensar en poco tiempo décadas de vacas flacas y, al menos durante algunos años, parecen correctas. Tenemos carencias muy importantes en áreas decisivas, como es la defensa aérea de Europa. Tenemos también decisiones difíciles que tomar, particularmente serias en el área de la disuasión nuclear. Sin embargo, una vez logrado el efecto deseado y si aprendemos a coordinar mejor las inversiones, es probable que un 2% del PIB europeo —y esta es solo una opinión personal— sea suficiente para mantener la disuasión.
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