La base militar Alfonso XIII acogió ayer la celebración de la Virgen de la Inmaculada, patrona del Arma de Infantería. Al acto, presidido por el comandante general, Fernando Gutiérrez de Otazu, acudieron las principales autoridades de la ciudad, encabezadas por el presidente del Ejecutivo local, Juan José Imbroda, y el delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani.
El grupo de Regulares de Melilla número 52 y el Tercio Gran Capitán 1º de la Legión participaron ayer en el desfile, en el que también se entregaron varias condecoraciones. Una placa de la orden de San Hermenegildo, la cruz de la orden de San Hermenegildo, la cruz de plaza a la Constancia en el Servicio, la ruz de bronce a la Constancia en el Servicio y la cruz al Mérito Militar con distintivo blanco.
El segundo jefe de la Comandancia, Luis Martínez Trascasas, resaltó, durante su alocución, la importancia de las misiones diarias, que se basan en duros y repetitivos entrenamientos y en las que la confianza en los mandos y la cohesión de la unidad son claves. “Somos conscientes de que la población de Melilla nos oye en nuestros ejercicios de tiro diurnos y nocturnos, nos ve trabajar en nuestras maniobras, sabe que estamos ahí, desplegados las 24 horas los 365 días del año. En definitiva, se siente segura”, apostilló.
Decenas de melillenses acudieron ayer a la base Alfonso XIII para conmemorar la celebración de la patrona de Artillería, en un acto al que un año más acompañó el buen tiempo.
Siglos de historia
La conmemoración de esta jornada se remonta oficialmente a 1892, cuando la virgen de la Inmaculada es declarada Patrona de la Infantería por una Real Orden de la Reina Regente María Cristina de Habsburgo. Sin embargo, la devoción por esta virgen viene de más atrás, en concreto de 1585. En diciembre de aquel año el gobernador Juan de Austria mandó organizar un ejército con tropas destacadas en Flandes y otras enviadas de refuerzo. Sin embargo, la tropa al mando del conde de Masfelt se encontró con más dificultades de las esperadas. El día 7 de diciembre los soldados españoles se encontraban en situación desesperada aislados por el agua y por el enemigo, sin comida, ni leña para calentarse. Ante estas circunstancias, el maestre de Campo Bobadilla insta a los soldados a rezar y uno de ellos encuentra una tablilla pintada con los rasgos de la Virgen María, que llevan en procesión hasta la iglesia de Empel. Al mismo tiempo, los vecinos de Bolduque, localidad liberada de los rebeldes y testigos desde la orilla del padecimiento de los soldados españoles, salen en procesión. Unas horas más tarde se produce una bajada de temperatura y las aguas comiencen a helar y se forma una gruesa capa de hielo. Las tropas enemigas, ante el temor de quedarse atrapadas, comienzan la huida, teniendo que pasar por la principal zona ocupada por los españoles. Al día siguiente, el 8 de diciembre, los vecinos del pueblo piden ayuda a Dios. El día 9 comienza a deshelar, lo que permite que los sitiados sean socorridos. La evacuación finaliza el día 10. El llamado ‘Milagro de Empel’ se propagó en los tercios españoles y causó la devoción a la Inmaculada que ha continuado hasta nuestros días.
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