Hace poco un empresario me comentaba que llevaba tiempo buscando una administrativa y no encontraba a nadie en Melilla. ¿Cómo es posible que una empresa melillense pueda llevar meses buscando una administrativa en una ciudad con 8.939 parados al cierre de diciembre?
A esa pregunta, me contestó otro empresario: aquí la gente quiere trabajo de funcionario, con sueldo de funcionario y, por eso, al sector privado le cuesta mucho encontrar mano de obra porque la empresa privada busca la rentabilidad que no tiene a día de hoy el sector público. Para nadie es un secreto que una pyme no puede competir con los sueldos del Estado, pese a que le supera con creces en eficiencia.
Los ciudadanos no paramos de quejarnos de los tiempos de la Administración sin caer en la cuenta de que esos ritmos son consecuencia, en muchos casos, de la filosofía que impera en gran parte del sector público en España que es inconcebible en países como Estados Unidos, Alemania o Noruega, donde está muy arraigada la vocación de los servidores públicos, al margen de influencias políticas.
Hace poco, en una entrevista que le hicimos en El Faro a Jon Piechowski, el consejero de Diplomacia Pública de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, le preguntaba con asombro cómo había sido su experiencia como miembro de los equipos de apoyo de Condoleeza Rice (Partido Republicano) y Hillary Clinton (Demócrata). Y la pregunta puede que hasta le pareciera absurda. Él, según me explicó, es un funcionario público y trabaja para su país. Esa responsabilidad está por encima de ideologías.
Cuando uno escucha este tipo de cosas entiende la gravedad del asalto a la Casa Blanca de enero 2021 porque no hablamos de un país cualquiera, sino de la meca de la democracia, donde los ciudadanos tienen interiorizado un sentimiento patriótico que va más allá de la diversidad de sensibilidades políticas.
En eso nos llevan mucha ventaja. Nuestra democracia es joven y seguimos arrastrando vicios arraigados durante siglos en nuestra cultura. Y eso, como podréis imaginar, llegó multiplicado por mil a las colonias españolas de ultramar y a día de hoy, allí sigue, enraizada en las instituciones públicas. Es el cáncer de América Latina.
Por experiencia sé lo difícil que es conseguir que trabajadores de la península hagan las maletas y se vengan a una ciudad donde los precios de los alquileres llevan años por las nubes; donde las opciones de ocio son muy limitadas sin contar con que salir de vacaciones se convierte, más a menudo de lo que nos gustaría, en una odisea.
Esa voracidad del mercado de alquiler en Melilla mantiene a los propietarios de viviendas cambiando continuamente de inquilinos porque la gente, viene, aguanta lo que puede aguantar hasta que se busca otra cosa fuera y se va. Vivimos en una rotación constante de mano de obra.
El problema va a más cuando desde Melilla se pretende contratar a un extranjero para cubrir una plaza que aquí nadie puede ocupar bien sea porque la selección se hace para cubrir un cargo de confianza o porque se busca, por ejemplo, profesionales nativos.
Quienes han pasado por eso, saben, de entrada, que se enfrentan a trámites farragosos, que en los últimos tiempos sobrepasan los límites del sentido común.
En la práctica, el proceso se eterniza y en muchos casos, la contratación se frustra. Hay que esperar a que el Servicio de Empleo Público compruebe que no hay candidatos para el puesto y lo más desagradable de todo es la entrevista que la Inspección de Trabajo hace a la empresa para comprobar que, en efecto, el perfil que se busca no lo tenemos en Melilla.
En la práctica, quienes pasan por esos procesos de control, terminan sintiendo que les tratan como a delincuentes. Y eso nos pone en desventaja con las empresas de la península por no hablar de los años luz que nos separan de las grandes multinacionales que han crecido al ritmo de la globalización. ¿Se imaginan a Google o Apple sin su plantilla diversa?
En Europa, en general, y en España en particular, tenemos un problema enorme con la inmigración porque solo regularizamos refugiados y a cuentagotas. No hay una política seria, como existe en Estados Unidos, para atraer talento. ¿Se imaginan que Apple tuviera que justificar que contrata a un informático fuera de serie de la India porque no hay un parado en California que pueda ocupar ese puesto?
Esa intervención estatal en las políticas de las empresas privadas es un freno injustificado a la captación de talento y no nos engañemos, aquí no tenemos una Universidad de Harvard o una Oxford, donde hacer los fichajes. Nuestros recursos son limitados y además tenemos el handicap de estar en África. Cuando le propones trabajo a alguien de fuera para que venga a Melilla y busca la palabra Melilla en Google se queda con la impresión de que somos una zona en conflicto: el fin del mundo.
Nadie quiere venir. Es una realidad... y no de ahora. Todos hemos oído el refrán de que a Melilla se viene llorando. Y esa tendencia hay que revertirla. La Administración no puede actuar como un freno a la captación de talento por parte de la actividad privada porque eso es como dispararse un tiro en el pie. Si mi empresa crece, pagaré más impuestos y eso repercutirá en las arcas públicas. Pero para eso, tienen que dejarme crecer.
Lo normal en el resto de España es que el empleo público represente un 3% del total, pero eso no es así en Melilla, donde el funcionariado tiene un peso determinante sobre nuestra economía.
Las empresas privadas no podemos competir con las plantillas del Estado y la Administración no debería, por tanto, ralentizar o entorpecer la captación de talento de un sector que juega con desventaja.
Es cierto que la frontera y la presión marroquí nos marcan el desarrollo, pero también es cierto que hay barreras internas que hacen tanto o más daño que Marruecos.
Llevamos décadas hablando de la necesidad de dar mayor formación a nuestros jóvenes; de la urgencia de disponer de mano de obra cualificada en Melilla; pero eso no llega y el talento que no tenemos aquí hay que buscarlo fuera y, lo más difícil, traerlo. Y si queremos tener en Melilla a los mejores, hay que aparcar la burocracia y los excesos de celo que solo conducen al subdesarrollo.
Otra cosa muy distinta es que traigamos de fuera a trabajadores sin cualificación, que aquí sobran. No hablamos de eso. Pero si aquí no hay panaderos, la solución no puede, en ningún caso, cerrar la panadería por las tardes. ¿Qué más da si el trabajador es de China o de Groenlandia? Eso no debería ser un problema, sino una oportunidad.
No voy a terminar sin tocar el tema de los transfronterizos y todas las pegas que se ponen en Melilla a la contratación de trabajadores marroquíes en la ciudad. Pese a todas las barreras, aún hay empresarios que mantienen en sus puestos de trabajo a transfronterizos que llevan años con ellos. Son los menos, es cierto, pero ahí siguen, aguantando las exigencias del sellado diario del pasaporte y las colas de la frontera. Hay un vínculo que ni siquiera la burocracia más rancia ha podido romper.
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