EL Partido Popular se le ha tirado al cuello a Latif El Fahmi, secretario de la Consejería de Hacienda, después de que invitados a su boda filtraran vídeos en los que se ve a la gente bailando sin mascarillas y sin guardar distancia de seguridad.
El alto cargo de CpM ha negado la mayor y asegura que las imágenes que todos hemos visto rulando alegremente por WhatsApp no son lo que parecen; que incluso la Guardia Civil le felicitó por el respeto a las medidas sanitarias impuestas por el Gobierno al que él pertenece, en plena pandemia del coronavirus.
Es normal que, visto lo visto, el PP lance un zarpazo al cepemista aunque, como todos sabemos, al menos durante los últimos ocho años en el poder, los populares no fueron precisamente cuidadosos con la ejemplaridad ni podemos citar ninguna dimisión por cuestiones éticas pese a que hubo un momento en que tuvimos uno de los gobiernos con más imputados de España. Pero de la misma manera que uno deja de querer o cambia de gustos, el PP está legitimado en estos momentos para reclamar en la oposición lo que no hizo en gobierno. No nos cansamos de repetirlo, la oposición está para oponerse.
Suponiendo que este ataque a El Fahmi sea una prueba de que han decidido hacer borrón y cuenta nueva, están en todo su derecho a crujir al cepemista por haber olvidado que los ciudadanos exigimos a los políticos que hagan lo que nosotros no hacemos; que sean mejores que nosotros. Para eso les pagamos.
Supongo que después de ver los vídeos publicados en las redes sociales, El Fahmi estará de acuerdo conmigo en que en una lista de invitados siempre sobran nombres. Se trata de gente que no es precisamente cercana, que entra como daño colateral incluso que entra porque no encontramos motivo para dejarla fuera y termina dando el campanazo. Es gente que no cumple con la regla número uno que se le exige a los amigos: discreción. Pero hay quien necesita ostentar, demostrar que está donde hay que estar, en el fuego donde se cuecen las habas y de ahí, la imprudencia, las luces cortas, la falta de tacto y de respeto por lo familiar, lo íntimo, lo sagrado.
El coronavirus nos ha secuestrado el placer de celebrar. Cientos de miles de bodas se han cancelado en nuestro país y los entierros han tenido que realizarse prácticamente en la intimidad. Nos ha robado el placer de reír y de llorar con los nuestros. Con tanto divorcio en España, es realmente doloroso penalizar la celebración de nuevas uniones, pero los tiempos han cambiado y hay que asumir que hay vidas en riesgo.
Lo peor de bodas como la del cepemista no es que los invitados enfermen, que ya es un problema grave. El que por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria. El verdadero problema es que expandan el virus; que contagien a otros, que lo que fue pensado como un momento de felicidad se convierta en un foco de transmisión de la COVID 19.
No es la primera vez que altos cargos del tripartito meten la pata. Dan fe de ello el mismísimo Mustafa Aberchán, con aquel memorable conflicto a raíz de que “alguien” filtrara a la prensa su viaje interruptus en avión medicalizado durante el estado de alarma, en la primera ola de la pandemia. Tuvimos a más de medio Gobierno de vacaciones en verano mientras las cifras de coronavirus se disparaban en la ciudad después de la Fiesta del Borrego; tenemos más, mucho más de lo que hemos contado.
Pero en Melilla los ciudadanos gastamos un umbral de la tolerancia muy alto, especialmente con los políticos. Hacen y deshacen y no les reclamamos porque nada nos parece demasiado grave, como para sustituir a un alto cargo que, en el caso de El Fahmi, hasta ahora no sabíamos ni que existía.
Lo que debió ser un momento de felicidad, se le ha convertido en un grano en el culo. El secretario de la Consejería de Hacienda puede decir lo que sea y es legítimo que se defienda de las acusaciones, pero los vídeos que han filtrado los invitados de su boda son alarmantes.
Es verdad que todos estamos bastante cansados de estar encerrados, de no abrazarnos, de no besarnos, de tocarnos de lejos y con el codo. Todos estamos hartos de guardar la distancia de seguridad porque somos españoles y nos gusta el contacto, la fiesta, la risa, el roce. Estoy de acuerdo en que todos nos hemos saltado eso, a veces hasta sin quererlo. Pero en el sueldo de los políticos va la obligación de ser ejemplares. ¿Y saben qué pasa cuando los ponemos a prueba? Pues que no dan la talla. Se desinflan.
¿Nadie le dijo a El Fahmi que en medio del recrudecimiento de la pandemia, con la segunda ola y la tercera solapadas, éste no era el mejor momento de montar una fiesta multitudinaria? Con la normativa en la mano, el alto cargo cepemista cumplió a rajatabla la ley que impide sobrepasar un máximo de 150 invitados.
Y cuando uno escucha esto, entonces cae en que nuestra normativa es una broma macabra. ¿Por qué en toda España no se podían reunir más de seis personas en la cena de Navidad y se siguen permitiendo bodas multitudinarias en Melilla? Incomprensible.
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