Opinión

La Batalla del Ebro, el horror hasta las últimas consecuencias (I)

Desde su irrupción y con resultados que incrustaron el devenir de la Historia Contemporánea de España, por lo extraordinariamente trágicas e incesantes, tanto en lo que atañe a las variables demográficas en cuanto a la mortalidad y el declive de la natalidad que lastraron la pirámide poblacional durante generaciones; como en el aspecto material, por el estropicio de ciudades, estructura económica y patrimonio artístico; o en los intelectuales, literatos y artistas con el ocaso de la llamada ‘Edad de Plata’ de las letras y ciencias; y, como no, en el semblante político, por la represión en la retaguardia de ambos círculos sostenido por los vencedores con mayor o menor grado en el franquismo y el destierro republicano, hasta eternizarse más allá de la posguerra, hoy, la ‘Guerra Civil Española’ (17-VII-1936/1-IV-1939) es un tema que nos deja abundante bibliografía sobre un suceso de estas proporciones.

Pero, sin duda, dentro de esta, la ‘Batalla del Ebro’ (25-VII-1938/16-XI-1938), tal vez, sea la más cruenta de las beligerancias libradas, ante un bando revolucionario que acabaría apuntalando su propósito: la República, fraccionada política y territorialmente, hasta aproximarse azarosamente al borde de la ruina.

Si bien, los sublevados desafiarían la fragosa resistencia republicana hasta sus últimas consecuencias, título de esta narración, teniendo la convicción que detonase un conflicto a escala mundial para ganar algunos socios en los que ampararse. Pese a ello, el escenario internacional aliviaría una opresión que regiría más de treinta años la vida tétrica de los españoles, con la excepcionalidad geopolítica de una dictadura pura y dura como la de Franco, hasta 1975.

Con lo cual, en la ‘Batalla del Ebro’ el ‘Ejército Popular de la República’ y el golpista, se retaron a muerte en el cauce bajo del valle del Ebro; para ser más preciso, entre la franja Occidental de la provincia de Tarragona, ‘Tierra Alta’ y la región Oriental de la provincia de Zaragoza, ‘Mequinenza’. Combatieron cientos por miles de individuos en meses interminables, pereciendo en torno a 16.000 hombres, con unas bajas totales de 100.000.

Tal dimensión coronaría este choque, que llegó a considerarse el ‘Verdún español’, por el precio derramado en sangre; pero, sobre todo, porque la pugna infernal que tuvo similitud a la Primera Guerra Mundial, hurgó los duelos de trincheras y desgaste.

Como es sabido, vencieron las fuerzas insurrectas de Francisco Franco Bahamonde (1892-1978), con una destacadísima cantidad de muertos. El triunfo se achacó por aglutinar unas huestes más compactas y mejor aparejadas que el lado republicano. Haciendo una simple comparativa: si la milicia franquista padeció importantes mermas, las tropas republicanas quedaron castigadas hasta el extremo, que la República resistió unos pocos meses más.

 

Con estos mimbres, en los preludios de la campaña, Aragón quedó seccionada en dos porciones: llamémosle, primero, la vertiente Occidental, en manos de los rebeldes y, segundo, la parte Oriental, dominada por los republicanos.

Sucintamente, tras consumarse la derrota estrepitosa de la facción republicana en la ‘Batalla de Teruel’ (15-XII-1937/22-II-1938), los batallones franquistas progresaron con soltura invadiendo el frente aragonés y, en lugar de prosperar hacia Barcelona, eligieron franquear el Maestrazgo y alcanzar el Mediterráneo por Castellón, sometiendo un corredor que iba desde el Ebro hasta Vinaroz y que bifurcaba al mar; mientras, el área republicana se partió en dos hasta aislarse: Valencia, Castilla-La Mancha y Madrid y, por otro, Cataluña. Entretanto, Franco se anticipaba al Sur por la costa, invadiendo el Levante y Madrid y sin escapatoria al Mediterráneo.

De ahí, que Vicente Rojo Lluch (1894-1966), en calidad de General republicano, en su planeamiento de la batalla se antepusiese al Sur del Ebro, intentando descartar dicho corredor tomado por los franquistas, hasta comunicar nuevamente las dos demarcaciones republicanas. Conjuntamente, perseguía la concentración de hombres, teniendo que cesar en su marcha al Sur, y sobre todo, amplificar la guerra.

En la estrategia se convenía el alargue del laberinto bélico, con la finalidad que detonase la ‘Segunda Guerra Mundial’ y así, la ‘Guerra Civil Española’ se transformara en un entorno más de la contienda global, vislumbrada con la intervención de Francia y Gran Bretaña. Finalmente, este corredor quebró, pero al menos, los republicanos prorrogaron la batalla e hicieron desistir a Franco en su camino al Sur.

Para desdicha de los republicanos, Francia y Gran Bretaña no reaccionaron a la invasión de Austria y Checoslovaquia materializada por Adolf Hitler (1889-1945). Toda vez, que hasta el sometimiento de Polonia en 1939 por los germanos y siendo Franco el vencedor, estos dos actores declararon la guerra al III Reich.

Ya, en las primeras luces del 15 de julio de 1938, los militares republicanos atravesaron sucesivamente el río Ebro en barcazas, alcanzando el grueso hasta Gandesa, donde los sublevados aguantaron las acometidas republicanas. Daba la sensación que la misión se remataba con acierto, pero la vivacidad de la intervención aérea denominada la ‘Legión Cóndor’, surgió en el cielo y literalmente trituró a los republicanos.

Inmediatamente, el frente se empantanó y el ejército republicano estaba imposibilitado para trasladar refuerzos al quedar excluido de la extensión. Ante esta coyuntura, altos mandos de Franco le sugirieron que desdeñase el frente del Ebro y prosiguiese al Sur, porque las milicias republicanas humanamente estaban inmovilizadas. Pero, sugestionado por su ventaja numérica de hombres, medios aéreos y artillería, el caudillo optó por saldar de un plumazo a lo mejor del ejército republicano, que eran las tropas encuadradas en el frente del Ebro.

No obstante, los republicanos desafiaron la contraofensiva del dictador casi cuatro meses. Las tierras aragonesas fueron las primeras en sucumbir en esta operación, puesto que era el mandato principal a recuperar para los franquistas, ante la sospecha que se aprovechara de retaguardia y núcleo de posibles arremetidas por la espalda.

Lo que a posteriori se desencadenó, quedó visiblemente desvanecido en el ensueño y moral de los republicanos, con la evolución fulminante de posiciones y el implacable ataque franquista: en tan solo veinticuatro horas, los republicanos recibieron fuego de artillería por 25 baterías, y, a un tiempo, eran fuertemente hostigados y arrasados por la aviación. El resultado no podía ser otro: el prendimiento de 1.626 presos y la agonía de un número indeterminado de hombres.

Con este asalto provisorio, se consumaron los acometimientos de Aragón.

Junto a los tintes políticos internos, como la hechura táctica, unido a la convulsión diplomática y las tiranteces internacionales habidas que, irremisiblemente, circunscribieron la ‘Batalla del Ebro’, para una mejor clarividencia en lo fundamentado, es preciso percatarse de aspectos tan elementales como los contendientes, recursos humanos bajo un mismo uniforme y bandera, las normas, creencias, valores y costumbres subjetivas que activaron a estos hombres, como la disciplina y los medios acomodados.

"Tal dimensión coronaría este choque, que llegó a considerarse el ‘Verdún español’, por el precio derramado en sangre; pero, sobre todo, porque la pugna infernal que tuvo similitud a la Primera Guerra Mundial, hurgó los duelos de trincheras y desgaste"

Primero, en cuanto a la configuración castrense, comenzado por la élite republicana, con la dicotomía de su territorio en abril de 1938, estaba establecido por dos grupos de Ejércitos: los ‘Ejércitos de la Región Central’ o ‘GERC’, en la línea Centro-Sur del cuadro Sureste de la Península, o lo que es igual, los ‘Ejércitos de Levante’, ‘Centro’, ‘Extremadura’ y ‘Andalucía’; y, apartado del resto en Cataluña, los ‘Ejércitos de la Región Oriental’ o ‘GERO’, conformado por los ‘Ejércitos del Este’, desenvuelto in extenso del Segre desde el Pirineo hasta su confluencia, y el ‘Ejército del Ebro’, que salvaguardaba la desembocadura del Segre hasta el mar.

En la Zona Centro-Sur, el General José Miaja Menant (1878-1958) era Jefe del ‘GERS’, y el Jefe del Estado Mayor el General Manuel Matallana Gómez (1894-1956). Sumidos en realidades complejas, actuaban autónomamente porque el Gobierno del Presidente de la República y el Estado Mayor Central se atinaban en Cataluña.

Al mando del ‘GERO’ estaba el General Juan Hernández Saravia (1880-1962), hombre cercano a Manuel Azaña Díaz (1880-1940), Presidente de la República, pero a la hora de la verdad, Hernández difícilmente se imponía y este Grupo de Ejércitos dependía directamente del Estado Mayor Central, con el protagonismo del General Rojo que, a su vez, se relacionaba estrechamente con el Presidente del Gobierno y el Ministro de Guerra, Juan Negrín López (1892-1956).

Ni que decir tiene, que entre los combatientes republicanos de la última etapa de la guerra, el peso de los comunistas resultó trascendente, pero en el ‘Ejército del Ebro’, especialmente determinante, porque eran comunistas el Jefe Superior y los tres Jefes de Cuerpo de Ejército, y los Jefes de División y Brigada, exceptuándose dos que eran anarquistas. Sin ir más lejos, Azaña, redactaría en su Diario que “casi todo el Ejército del Ebro es comunista. Hay una especie de disciplina interior en cada unidad”.

En la misma sintonía, Josep Sánchez Cervelló (1958-63 años), historiador y catedrático de la Universidad Rovira i Virgili, expone que en el año 1938 “se produce un proceso de comunistización de la guerra” y que, entre otros asuntos, se da vía libre al Servicio de Información Militar para “detener y torturar”.

En cuanto al ‘Ejército Nacional’, su vertebración está por encima del republicano: mejor guarnecido de armamento y suministro de munición, medios aéreos y moral en el combate y en el racionamiento de alimentos. En esta tesitura, la superficie que domina le otorga beneficio operativo, evaluando que el correspondiente al enemigo está partido en dos. Son Regimientos Nacionales el ‘Ejército del Sur’, ‘Centro’ y ‘Norte’, y el de ‘Levante’.

Incluso en su denominación, en función del punto geográfico en que se desenvuelve, pero menos los dos primeros que resguardaban extensísimas líneas de frente permanentes, con reducida ocupación belicosa a excepción de algunas franjas de Extremadura, en el arreglo organizativo e información del bando franquista, más que de Ejércitos, se hace mención a ‘Cuerpos de Ejército’ como ‘Urgel’, ‘Maestrazgo’, ‘Marroquí’, ‘Galicia’, ‘Aragón’, ‘Castilla’.., así como el italiano del ‘Corpo Truppe Volontarie’, abreviado, ‘CTV’.

Recuérdese al respecto, que en la ‘Batalla del Ebro’ intervinieron propiamente dos ‘Cuerpos de Ejército’, el ‘Maestrazgo’ y ‘Marroquí’’, pero no se les asignó el nombre de ‘Ejército del Ebro’, en contraste con el Ejército contrincante, conservándose como parte del ‘Ejército del Norte’ que comandaba el General Fidel Dávila y Arrondo Gil y Arija (1878-1962).

Al mismo tiempo, al originarse la ofensiva republicana del Ebro, las avanzadillas franquistas dispuestas en el costado derecho del río, no eran decisivas, porque su objetivo pasaba por cubrir las posiciones más cercanas, sin trazarse movimientos ofensivos; obligatoriamente, el núcleo principal de maniobra del ‘Ejército Nacional’ y la totalidad de la aviación intervenía en el frente de Valencia, ejecutando la que se llamó “Ofensiva de Levante”.

También, presuponiendo que el río caudaloso se convertía en un muro insalvable que frenaba cualquier empeño del rival, desde la desembocadura del Segre hasta el mar, a lo largo y ancho del Ebro, el destacamento nacional se reducía al ‘Cuerpo de Ejército Marroquí’, constituido por tres Divisiones a las órdenes del General Juan Yagüe Blanco (1891-1952).

Segundo, en lo que corresponde al armamento, las fuerzas franquistas estaban mejor dotadas. Regularmente y sin ningún bochorno, la entrega de Alemania e Italia se saltaban las proposiciones del ‘Comité de No Intervención’.

Mientras los italianos lo realizaba abiertamente, incluso presumiendo de ello, los alemanes lo hacían de manera más reservada y de ningún modo lo tanteaban explícitamente.

Aunque, menos tajante que la mediación armamentística facilitada por Alemania e Italia, Franco, tras haber confiscado el Norte de España en 1937, dispuso del arsenal fabricado en las industrias metalúrgicas de Vizcaya y Asturias. Por ello, pudo enfrentar una contienda de gran volumen, sin supuestos inconvenientes de abastecimiento de armamento y munición.

En cambio, los republicanos arrastraban una espinosa escasez de dotación de armas, yuxtapuesto a un déficit de calidad, porque, no ya sólo debía proyectarse con cantidades menores a las de sus contrincantes, sino que a ello habría de añadirle la penuria de la indumentaria, por ser de distintas procedencias.

Por lo demás, obtenían géneros de naturaleza soviética, mexicana o checa y de las escasísimas elaboradas en España; pero, por el rechazo y los impedimentos del ‘Comité de No Intervención’, otra de las partes destacadas resultaban del contrabando internacional. Queda claro, el motivo de hallarse con armas de diversos calibres y rasgos diferentes, con lo que la munición empleada para unas, no le servía para otras; o armamento antiguo ya descartado por otras unidades, y en la mayoría de los casos sin instrucciones, y aun poseyéndolas, en idiomas extranjeros.

Esta variedad, si acaso, heterogeneidad, incitaba al desconcierto y a las confusiones en los servicios de municionamiento, que reflejaban los quebrantos en la artillería, como se evidenció idénticamente en las piezas de repuesto.

En la práctica y sobre el terreno, el armamento proveniente de la Unión Soviética que llegó a los republicanos, se consideró de buena calidad junto a la innovación de los aviones y tanques; pero, en el polo opuesto, los cañones y pertrechos de infantería quedaban obsoletos, no reuniendo las condiciones adecuadas para su uso.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, abreviado, URSS, asistió resolutivamente a la República. Los géneros transferidos y sufragados con el oro del Banco de España, implicaron elevados costes, porque Iósif Stalin (1878-1953) había retocado simuladamente la conversión del rublo, lo que favoreció a los rusos.

En alusión a la elaboración específica, los republicanos crearon en Cataluña no demasiado armamento, pero, por el contrario, bastante munición. Y, es que, este territorio poseía una valiosa explotación textil, química y de maquinaria ligera, pero no así, de metalurgia pesada. Amén, que adecuando las producciones a las demandas del momento, consiguieron componer municiones en un tanto señalado, hasta disponer de aviones que venían por piezas desde esferas distantes como la URSS.

En la ‘Batalla del Ebro’ se contrastaron armas sofisticadas, pero, al igual que en el montante de las operaciones, gran parte del muestrario era más vinculado a la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’, sucedida dos décadas antes.

Actualmente, la cuantificación del armamento recibido por cada uno de los rivales, es y sigue siendo una de las cuestiones que refunden controversias y diferencias, no ya sólo entre los políticos, sino en el gremio de los historiadores.

En este entramado, numerosos investigadores han indagado minuciosamente en archivos acreditados, lo que evidentemente ha desentrañado algunas aclaraciones; si bien, la polémica no ha desaparecido del todo. Transcurridos los primeros lapsos que rastrearon los horrores de la guerra, en cada bando se constata al pie de la letra, que “era el mismo adversario quién más ayuda internacional había recibido”.

En los años 70, la ponderación más divulgada por historiadores como Arrarás y Aznar hasta Martínez Bande y los hermanos Larrazábal, se han escudado que los bandos se apropiaron de cuantías similares. Hoy, la aseveración de Howson ha desbaratado los mitos fundados, porque la República acaparó menos material que los rebeldes, siendo más costoso y de peor calidad.

En atención a las referencias consultadas en los documentos patrimoniales de los Archivos Militares Soviéticos, por sus siglas, RGVA, el armamento dispuesto por los rusos a la República, queda como el que seguidamente se refiere: 623 aviones; 331 carros de combate; 302 piezas de artillería de campaña; 191 piezas de obuses; 4 lanzaminas; 64 cañones antiaéreos; 427 cañones de 37 y 45 milímetros, respectivamente; entre 240 y 340 lanzagranadas; 15.008 ametralladoras y 379.645 fusiles. Sin soslayar, lo aportado por otros estados: 30 piezas de artillería de campaña; 8 piezas de obuses; 2.430 ametralladoras y 85.000 fusiles.

Ricardo Miralles (1954-67 años), historiador y catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, resalta que los nacionales obtuvieron de Italia, entre 699 y 795 aviones; además, 1.801 cañones; 3.436 ametralladoras; 157 tanques y 1.426 morteros y la colaboración de 78.474 individuos, de los cuales, 4.000 fallecieron en la contienda.

Y, en lo que concierne a Alemania, entre 593 y 732 aviones; 737 cañones; 3.026 ametralladoras; 11 tanques y unos 19.000 hombres. En síntesis, Franco, tuvo a su merced dígitos que rondaron entre los 1.292 y 1.527 aviones, más 2.538 cañones, 6.462 ametralladoras, 268 tanques y 1.426 morteros.

En consecuencia, el cierre de la primera parte de este texto que prosigue en otra narración, desenmascara la ‘Batalla del Ebro’, conjeturando la última tentativa de las tropas republicanas, con el comienzo del desenlace para la autonomía de Cataluña, que inmediatamente pasó a ser abrumada por los intereses rebeldes, punteando la génesis del final; porque la República precisaba de un triunfo ascendente y revertir el encaje de desmembramiento sufrido en las zonas de su territorio. Primero, en el Norte, sin el Sur de Tarragona y al Oeste, Lérida; y, segundo, al Sur, un inmenso arco de terreno que comprendía el centro de Valencia hasta Madrid, pasando por Castilla-La Mancha, el Este de Andalucía y Murcia.

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