Desde los principios de la historia, las mascotas han ocupado un lugar especial en la sociedad y en la cultura de las personas, pero también en sus corazones. Desde la asociación Feafes Melilla, la psicóloga Beatriz Angosto explicó en declaraciones a El Faro que las mascotas son especialmente beneficiosas para las personas, sobre todo aquellas que tienen problemas de salud mental.
Y, aunque lo primero que nos viene a la cabeza en este contexto son trastornos como la depresión, las mascotas son de mucha ayuda a las personas que están atravesando una situación dramática, como es la pérdida de un ser querido o una ruptura sentimental.
Esto se debe, en primer lugar, a que la interacción con nuestras mascotas produce endorfinas, disminuye los niveles de cortisol (la hormona relacionada con los niveles de estrés) y la presión arterial. Además de esta inyección de vitalidad a nivel fisiológico, también aportan gran compañía a sus dueños y les ayudan a tener una rutina saludable con sus paseos diarios, algo de gran importancia cuando alguien está pasando por momentos difíciles.
Para conocer de cerca este asunto, El Faro ha hablado con algunos melillenses que lo han vivido en sus propias carnes.
Ángela, una melillense de mediana edad, adoptó a su perro llamado Kiko hace seis años. Por aquel entonces se encontraba en una de las peores épocas de su vida, puesto que era la segunda vez que padecía depresión. Tomó la decisión de adoptar la mascota tras recomendaciones de familiares y amigos, y jamás se ha arrepentido. La entrada de Kiko en su vida fue un torbellino de alegría desde el primer minuto.
Domesticarlo, sacarlo a pasear y jugar con él fueron su principal tratamiento. “Mi Kiko consiguió lo que no podía nadie”, dice, puesto que su compañía le ayudó a volver a abrirse a las personas de su entorno y entablar nuevas amistades. Desde entonces asegura no haber vuelto a sentirse de aquella manera y cree fervientemente que las mascotas son verdaderos “angelitos que están para ayudarnos”.
Un caso similar fue el de Rafa, quien tras la muerte de su madre encontró el mayor de los consuelos en Celia. Tras perder recientemente a su última perra, todavía no se sentía preparado para tener otra mascota. Sin embargo, cuando la perra de su madre también se quedó huérfana cuando ella falleció, él decidió adoptarla. Fue el “mejor de los regalos” y ambos se ayudaron mutuamente a pasar el duelo.
Celia ya tiene nueve años y confiesa no sentirse preparado para despedirse de ella. Cuando lo haga, lamenta, no solo perderá a un ser que adora “más que nada en el mundo”, también se despedirá de una parte de su madre. Pero se alegra de haber tenido la oportunidad de poder compartir todos estos años con ella.
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