“La arquitectura tiene que ser sensible al lugar en el que se trabaja”

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El arquitecto Ángel Verdasco nos descubre los atractivos del proyecto que convertirá el antiguo Mercado Central en un Conservatorio, Escuela de Idiomas y Centro de Adultos.

Con el traslado del mercado central, el barrio del Polígono perdió el bullicio de la gente que iba a comprar y también un lugar de encuentro entre el centro de la ciudad y otras zonas cercanas que daban lugar a este peculiar edificio. Con la reconversión de este antiguo mercado se pretende no sólo crear un gran espacio educativo en el que se insertarán el Conservatorio de Música, la Escuela Oficial de Idiomas y el Centro de Adultos, sino también que el barrio recupere este espacio de conexión social. Así es como el arquitecto ganador de este concurso propuesto por el Ministerio de Educación, Ángel Verdasco, explica la filosofía del nuevo edificio que ya se está construyendo.  
Verdasco tiene un estudio de arquitectura  y además es profesor universitario. Además, aseguró a ‘El Faro’ que tiene especial interés por participar en concursos públicos de diseño de espacios educativos y culturales.
–¿Por qué eligió concursar en este proyecto?
– Soy un arquitecto errante que ha trabajado mucho fuera de Madrid haciendo concursos de obras públicas y cuando veo uno, como el de Melilla que me pareció interesante, simplemente intento hacerlo para intentar ganarlo y construirlo. Lo he hecho en otras ciudades y lo sigo haciendo a día de hoy. El atractivo que tenía el proyecto de Melilla era primero la ciudad, que me gusta mucho y me atrae por esta colisión de culturas, temas urbanos, personajes, lenguas y todo este batiburrillo. Creo que el mundo va hacia eso y no hacia la homogeneidad. Además, se planteaba un asunto que era en qué medida se guardaba un contenedor o destruirlo. Hubo propuestas en el concurso que lo destruyeron. En este diálogo entre la arquitectura contemporánea con la memoria y la identidad de la ciudad, que es un tema que me interesa mucho, el proyecto nos permitía trabajar.
Otro punto importante, que también ocurre en las fábricas, era entender el mercado como un gran contenedor al que se le implementan usos nuevos. Melilla es una ciudad que tiene muy poco espacio para crecer, y a mí me parecía que no había que colmar los espacios cercanos al mercado, que hubo propuestas que también lo hicieron, lo que hice fue mantenerme en el perímetro del mercado, quitar las cubiertas y estructurar hacia arriba todos los usos, liberando espacios para el público, como plazas que luego fomentasen el encuentro de todos los alumnos. Así que tenía múltiples atractivos.  
–¿Cuántas personas participaron en el desarrollo de este diseño?
- En proyectos de este tipo, educativos y culturales, lo bueno que tienen es que te permiten crear un equipo multidisciplinar, por lo que trabajo con un ingeniero acústico, de instalaciones y de estructuras. Y hay un reto importante en este proyecto porque no podemos tocar las estructuras pues se vienen abajo, y tampoco puedes hacer sótanos; por lo que  simplemente hay que hacer una cimentación a ras del suelo y, desde ahí, dentro de cada nave crecer con unas estructuras. Es bastante delicado hacer lo nuevo sin estar tocando lo viejo, con lo que requiere un ajuste estructural de un buen ingeniero. En cuanto al ingeniero acústico, es básico porque aunque las aulas de Inglés o las de las clases de adultos tengan menos requerimientos, el Conservatorio tiene detalles constructivos aula por aula. Tiene desde cabinas individuales de ensayo hasta una sala de tambores, que no tiene nada que ver con un sitio donde se puede dar clases de piano a cinco personas, una sala polivalente o un auditorio para 300 personas, que tiene otro requerimiento acústico completamente distinto. Contamos con el equipo del estudio y luego trabajamos con otros especialistas, que están contratados y que también van a volar a Melilla para supervisar la obra.
–¿Ha sido complejo cumplir con las exigencias del proyecto?
– La dotación que actualmente tienen los centros de educación en cuanto a superficie es bastante pequeña y lo que se pedía en el concurso por parte del Ministerio era un proyecto muy ambicioso. Al final son 7.500 metros cuadrados, y aunque la nave grande del mercado que será el Conservatorio sí que lo es, las otras dos son muy pequeñas. Al final sale un proyecto muy denso y de ahí también salió la idea de la celosía para intentar bajar la densidad que hay dentro del edificio, pues el requerimiento es muy ambicioso y hay muchísimas clases. No sé el número exacto de las clases que hay hoy en estos centros, pero el proyecto casi seguro que las dobla. Todo unido a lo que esto trae detrás, como son los despachos de los profesores, las salas de reuniones, la zona administrativa, los baños o las conserjerías.
– Por lo que sí ha sido complejo su diseño.
– Lo que ha sido difícil es hacer un edificio que cumpla con lo que quiere el programa, pero que tampoco sea invasivo en la ciudad. Por ejemplo, el Conservatorio intenta no sobresalir por encima y compactarse, porque ya bastante sobresalen los otros dos edificios, pero al estar más al fondo no se notan tanto. Pero es una dificultad que yo agradezco porque sé que lo que hay detrás es como multiplicar por tres los servicios a la ciudad, que es lo que a mí como arquitecto me interesa.
– ¿Cuál sería la filosofía de este diseño?
– Todo el mercado se entiende como una imagen unitaria tanto en la parte nueva como en la vieja. Es un catalizador social donde se ha intentado que se potencie mucho el uso de las plazas, los accesos, los vestíbulos, y que haya actividades a distintos horarios para que se use durante todo el día. Como la aparición de una biblioteca, que tiene un horario más amplio que el de las clases de idiomas, o  un conservatorio que se usa por la noche cuando en realidad el resto del centro no se utiliza, y que todo al final se entienda como un todo educativo. Me da igual que se esté aprendiendo a tocar el violín o a hablar checo. Lo que me interesa es que sea un catalizador social y que regenere el barrio.
–¿Es más complejo realizar un proyecto arquitectónico sobre un centro educativo?
– No. Para un arquitecto es mucho más bonito realizar un edificio educativo o cultural en el que tú puedes hacer arquitectura, que estar haciendo tabiques  uno detrás de otros en adosados en Murcia, que para mí no tiene ningún interés y no los hago. Este tipo de edificios te permiten hacer arquitectura porque te permiten hacer espacios, equipamientos reales para la ciudad que pueden terminar siendo contenedores sin ningún contenido, como les pasa a muchos museos de España, o pueden tener realmente una labor que permita la regeneración del barrio y que se reactive una preexistencia que estaba ya muy decrépita pero que tiene un valor real en la ciudad.
– En la presentación del proyecto comentó que se iban a utilizar materiales de Melilla. ¿A qué se refería?
– Estoy en contra de la arquitectura que es igual en Madrid que en Shangai. Me parece que se pueden utilizar materiales locales, pero en cualquier caso sí que hay que utilizar unas ciertas tecnologías locales, como en este caso es la cerámica o la protección solar. Es evidente que en esta latitud hay un problema de radiación solar muy importante y la arquitectura, desde la popular se protege de esta situación. Entonces hacer este edifico con un muro cortina como si estuviéramos en Berlín me parecía absurdo. Estoy en contra, aunque hubiera propuestas en el concurso que lo hicieron. Creo que hay que aprender de una cierta memoria local y creo que un guiño para que el ciudadano se reconozca en un equipamiento tan grande como éste sea utilizando materiales locales que además no tengo que transportar, los puedo fabricar aquí. Me refiero a eso, a que la arquitectura tiene que ser sensible al lugar en el que trabaja. Algo que la arquitectura moderna se ha olvidado en los últimos años, aunque ahora está volviendo a acordarse de ello. Yo soy de esos arquitectos que está volviendo a esa situación.  Se trata de ser sensibles al lugar en el que trabajas. Este edificio no sería adecuado, por ejemplo, para San Sebastián.
– ¿Qué detalles destacaría de cada una una de las naves?
– Del Conservatorio destacaría que tiene un estudio acústico muy preciso realizado por el ingeniero que ha hecho los auditorios más importantes de España. Y va a tener una calidad acústica buena, y que permite tener una gran sala de ensayos de 300 butacas, que fuera del horario de clases, lo puede utilizar la ciudad. Del Centro de Adultos destacaría que tiene mucha superficie de aulas y que, además, invita a entrar porque tiene una conexión desde arriba con el Monte de María Cristina y, de la Escuela de Idiomas que tiene un gran equipamiento central, igual que la otra torre.
– ¿Cómo se llevará a cabo la rehabilitación de los muros del mercado para su conservación?
– Detrás de la rehabilitación se hizo un estudio histórico que se le dio a al Comisión de Cultura de Melilla. Se discriminó qué partes eran verdaderas y cuáles postizas y eso va a ser lo que se va a respetar. Se verá algo aparatoso pues desde la calle se podrá ver cómo los muros están apuntalados,  pero no será tan complejo pues el proyecto lo que hace es montar unas estructuras dentro de las naves y trabaja sin tocar el envoltorio.  Estos muros quedan como un recortable y la estructura nueva está separada de ellos. No se les toca ni le afecta la cimentación. Se hará una reparación de grietas y fisuras y se intentará recuperar la imagen más fidedigna. Ha sido complicado negociar entre lo nuevo y lo viejo porque meter una estructura nueva y estar trabajando a 40 centímetros de una cosa que se puede caer requiere muchas medidas de seguridad, unas estructuras reforzadas y no están fácil como hacer un edificio en el medio del campo.
– ¿Por qué conservar el Mercado Central?
– Tengo interés de que se guarden cosas que sean importantes para las ciudades. No lo digo desde el punto de vista arqueológico, no porque sea antiguo hay que conservarlo. Pero un contenedor como éste que haya fomentado tanto contacto social, tanto intercambios, tantos conocimientos, aunque no valiese nada arquitectónicamente, con seguridad hubiera optado por conservarlo como memoria social, y si además vale por su interés arquitectónico, pues mejor. Me interesa bastante el tema de la memoria y de la identidad y es bastante triste andar por una ciudad y decir allí estaba el puesto de pipas donde comprábamos y que ya no existe.  En el caso de Melilla basta con leer las bases del concurso, venir a hacer una visita y documentarse para darse cuenta de que era el mercado más importante de la ciudad.
– Un punto de encuentro.
– Claramente es una zona donde colisiona el final del ensanche modernista, con el cerro de María Cristina, que está 20 metros por encima, el barrio hebreo que está medio despoblado, y la zona nueva del mercado y entre medio de todo este lio, tres naves rectangulares. Sí, está en un punto de colisión fortísima y, frente a invadir todas las plazas, creo que este edificio lo que hace es justo lo contrario, favorecer esta colisión, es decir, potenciar que desde los cuatro sitios entre gente y se encuentre todo el mundo en el medio. Es fomentar el lío.

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