Pero deseada, Justicia. Deseada y no siempre con buenos fines o al menos para los que existe: para las determinaciones justas en tantos y tantos litigios que nuestra vida en común reclama; para establecer un orden de convivencia que evite el abuso de quienes profanan derechos y esquivan deberes. Y así, siendo deseada con frecuencia para que su parcialidad beneficie, no se aportan los elementos necesarios para que funcione con mejor corrección y efecto, de ahí ser malquerida y estar descuidada.
Y esos otros fines, que tanto tienen que ver con la influencia y su control fuera del precepto fundamental que de todos es y de nadie en particular. Imparcial e independiente, sana, la quieren todos o así se proclama, pero no puede ni debe ser solo una ‘performance’ de intenciones y después quedarse en ello. Y en esto, en dotarle lo necesario para que goce de buena salud, en el pasivo, no hay inocentes entre los que tuvieron o tienen responsabilidad pública en su solvencia.
La reivindicación es la misma, la respuesta casi igual y sus problemas, que son los de todos por las consecuencias, los de la Justicia, son los de siempre: medios humanos y técnicos, retribuciones y aunque todo no se factible y en algún caso poco asumible, se debiera haber avanzado con sustancia más allá de periodo del ciclo político, sea electoral o no. No puede ser una casualidad, que jueces y fiscales, letrados de la administración de justicia o funcionarios de la misma, casi al unísono levanten la voz y movilicen su desánimo y aspiración. Es una situación que viene arrastrada en el tiempo.
Expedientes amontonados y a la espera de avance, guardias (en muchas de ellas se adoptan decisiones críticas) que se pagan al nivel de ‘todo a cien’ de las antiguas pesetas, sentencias (demasiadas) dictadas y no comunicadas, ‘vistas’ por convocar… la Justicia (mayúsculas por institución, minúsculas como principio, igual de imprescindibles) está detrás y delante de todo en la vida de una sociedad. Si así no fuera, no habría derecho. No habiendo este, la democracia sería una entelequia y la libertad una quimera.
La inmensa mayoría de estos profesionales, cada cual en el eslabón de la cadena que lleva a la toma de decisiones mor de lo justo, obran según su conciencia, vocación y responsabilidad aceptada voluntariamente, pero hay una alta graduación de política en Justicia, cuando lo que debiera haber es mucho de la primera para mejorar mediante acciones estables la segunda.
Cada cual en su casa, cada una sus normas, en convivencia sin connivencia. En el proceder de quienes pertenecen a la amplia familia judicial va mucho el devenir de la vida y hacienda de las personas. Personas que habitan procedimientos paralizados o ralentizados y cuya dilación en el avance y resolución les complica la vida.
Exceso político sigue habiendo para colocar afines en órganos de gobierno y niveles superiores de la Justicia y de ahí, a menores alturas. Del desvarío en el amor viene el malquerer al poder convertirse en solo deseo interesado y así, la Justicia desamada.
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